Dilma Rousseff gana por la mínima el cuarto mandato para el Partido de los Trabajadores
¡¡¡¡Dilma!!! El grito resuena al otro lado de la ventana, como si fuese una conmemoración de gol. Y se multiplica en un eco festivo. La alegría contenida de muchos flota sobre la llovizna del barrio de Pompeia, en São Paulo: “¡Es Dilma, carajo!”, “¡Dilma presidenta!”. Eran las 20.00 horas. El Tribunal Superior Electoral (TSE) acababa de divulgar los primeiros datos de las elecciones presidenciales: con un 95% de los votos apurados, Dilma Rousseff tenía un 50,99% de los votos, frente al 49,01% de Aécio Neves. La presidenta no tenía confirmada todavía la reelección. Pero era casi segura: en el nordeste y el norte de Brasil, reductos del Partido de los Trabajadores (PT), la diferencia solo podía aumentar. Y así sucedió. Los gritos casi futbolísticos se expandieron por las calles de Brasil. Mientras tanto, el hashtag #RIPBrasil que atacaba con rabia el resultado electoral, se convirtió en el hashtag de Twitter más usado en Brasil y el mundo.
Las elecciones presidenciales de 2014 han sido las más ajustadas de la democracia de Brasil. La diferencia, mínima: 3.458.891 de votos (51,64%-48,36%). Y el sentimiento de país dividido ha encendido todas las alarmas. “No importa el vencedor, el discurso de los primeros días intentará cicatrizar las heridas del embate. El problema es que el PT cree en el confronto, en la oposición de los contrarios”, escribía Fernando Gabeira, histórico del Partido Verde (PV), en su columna dominical en el diario O Globo.
Sin embargo, los petistas responsabilizaban del odio y la polarización al electorado de Aécio Neves. Lo cierto es que en la recta final de la campaña se han llegado a ver escenas violentas poco habituales en una democracia. En Belo Horizonte, ciudad natal de Aécio Neves, militantes del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) llegaron a atacar a coches de militantes petistas. El clima bélico de la campaña ha impregnado a Brasil como nunca. Y fue Dilma la principal responsable. Transformó el ataque en su mejor defensa, tal vez para diferenciarse de las campañas de Lulinha, paz y amor del pasado.
Un estudio del Laboratório de Pesquisas em Comunicação Política e Opinião Pública (Doxa/Iesp) revela que Dilma usó el ataque a su rival en el 72% de las piezas televisivas, frente al 47% de Aécio. El antagonismo ha sido el único camino que el PT ha encontrado para deshacerse de la tercera vía de Marina Silva, para esquivar la voz de las calles y para evitar la autocrítica.
El mapa electoral de las elecciones presidenciales es exactamente el mismo al de 2010. El PT arrasa en el nordeste (en algunos estados como Maranhão, hasta con el 78%), en el norte y en los estado de Minas Gerais y Rio de Janeiro. El PSDB se impuso en el la mayoría de los estados del sudeste (con una arrolladora victoria en São Paulo, con un 64%), en del sur, en el centro oeste y en dos estados amazónicos, Acre y Roraima.
Una de las claves de la jornada estuvo en el resultado de Minas Gerais, segundo colegio electoral del país y Estado natal tanto de Dilma Roussef como de Aécio Neves. Dilma se impuso con un 52,4% de los votos. En Rio de Janeiro -el Estado con mayor número de votos nulos, blancos y abstención- Dilma Rousseff también consiguió una victoria clave: 54,9% frente a un 45% de su rival.
Otro de los factores en todo el Brasil parece haber sido el voto del miedo a Aécio. Muchísimos electores asistieron a las urnas para evitar el regreso del PSDB al poder, con poco entusiasmo por Dilma. “Me gustaria agradecer a los electores del odio del PSDB. Por su causa, dejé de votar nulo y #Dilmei (votó a Dilma), aseguraba en Twitter André Araujo.
El Congreso más conservador
La gobernabilidad del Brasil del segundo mandato de Dilma, del cuarto del PT, será extramadamente compleja. Por un lado, Dilma tendrá que lidiar con el Congreso más conservador de la historia en etapa democrática, donde el PT ha perdido 18 diputados. Por otro lado, la llegada de figuras ultraconservadoras tanto al Congreso como al Senado harán más difìcil la aprobación de leyes progresistas.
La presión por la izquierda también se hará notar: tanto el Partido Socialista Brasileño (PSB) como el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) salen reforzados de las elecciones. Y por si fuera poco, el PT ha perdido el Gobierno de Rio Grande do Sul, donde el histórico petista Tarso Genro sufrió una contundente derrota. El conservador José Ivo Sartori consiguió el 61% de los votos, frente al 38% de Tarso. Además, el partido de Aécio Neves consiguió el Gobierno en algunos Estados secundarios pero influyentes, como Matto Grosso do Sul y Pará.
En el Distrito Federal (Brasilia), Rodrigo Rollemberg, del Partido Socialista Brasileño (PSB), el candidato apoyado por Aécio Neves y Marina Silva, rompió el bipartidismo y será el nuevo gobernador.
El PT cuenta, eso sí, con dos pilares importantes que no tenía en 2010: el recién ganado Estado de Minas Gerais y el influyente Ayuntamiento de São Paulo, conquistado en 2012.
¿Crisis de representación?
¿Crisis de representación?Especialmente reveladores son los resultados de las elecciones a gobernador de Rio de Janeiro. Por un lado, el PT fracasó estrepitosamente presentando una candidatura propia, la de Farias Lindenberg. En la elección de 2010, el PT replicó en Rio la extraña fórmula que Lula diseñó para gobernar Brasil: una alianza con el conservador Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB).
La desastrosa gestión del gobernador Sergio Cabral, con una redoblada represión policial durante las protestas de junio, pasó factura al PT en el electorado de izquierdas. La candidatura propia de Lindenberg era un ensayo para probar las posibilidades de un PT nacional sin alianzas de derecha. Y fracasó: el petista Lidenberg apenas consiguió un 10% de los votos. En el segundo turno, el continuismo conservador se llevó el gato al agua en Rio. Luiz Fernando Pezão, heredero del criticadísimo Fernando Cabral, consiguió un 55,7% de los votos, frente al 44,2% de Marcelo Crivella, un pastor evangelista.
Pero el dato histórico en Rio de Janeiro hay que buscarlo en otro lado: por primera vez en la historia, la suma de abstenciones, votos nulos y votos blancos (4.348.950) superó a la del candidato más votado (4.343.298). Quizá haya sido el lugar donde más explícita se ha visto la crisis de representación, escondida por la campaña del voto del miedo.
A la espera de la reconciliación
A la espera de la reconciliación
Mientras los votantes tucanos soltaban su rabia en el hashtag #RIPBrasil –en algunos casos con duras ofensas a los nordestinos de Brasil que han dado el triunfo a Dilma– Aécio Neves compareció en Belo Horizonte, acompañado de su mujer. Aécio agradeció los más de 50 millones de votos recibidos. Y mandó un recado hacia su rival: “La mayor de las prioridades será unir a Brasil”. Unos minutos después Dilma Rousseff compareció en Brasilia. Rápidamente dirigió su discurso hacia el asunto más sensible: la reconciliación del país. “Mis primeras palabras son para la unión. Aunque unión no significa acción monolítica conjunta”, aseguró. La presidenta reelegida destacó que su nuevo mandato estará presidido por “el diálogo” y el “debate de ideas”. “Abriremos espacios de consensos”, prometió Dilma.
¿Qué cambiará en la política brasileña a partir del 1 de enero de 2015? José Roberto de Toledo, en un artículo del Estado de São Paulo, destacaba anoche que nada ha cambiado. Y se preguntaba de qué habían servido las protestas de los últimos tiempos: “El Congreso Nacional tendrá pocas caras nuevas y con apellidos viejos. Los Estados continúan siendo gobernados, en la inmensa mayoría, por los mismos caciques de siempre. Y Dilma Rousseff sigue siendo presidenta de Brasil”.
Pero quizá sea el artículo Lecciones de unas elecciones, publicado el sábado por María Eduarda da Motta Rocha, el mejor resumen de la encrucijada en la que se encuentra Dilma: “En vez de intentar volverse digerible al conservadurismo vetando medidas como las de los derechos LGBT, el PT ganaría más asumiendo su identidad izquierdista en el espectro político brasileño”.
No es casualidad que Dilma dedicase una buena parte de su discurso a la reforma política de la que lleva hablando, sin éxito, desde junio de 2013. Una reforma política que resuelva la ecuación que no resolvió en su ensayo de Río de Janeiro: gobernar un país conservador en cuestiones morales sin alianzas con partidos de derecha.