La calle se enciende contra Erdogan
Primero intentó desalojar Taksim por la fuerza. Luego, aprovechó su gira por el extranjero para ver si su ausencia calmaba el ambiente y la gente abandonaba el parque por su propio pie. No pudo evitar salpicar esa semana de gestos contradictorios: insultó a los manifestantes, pidió perdón por la actuación policial a través de una tercera persona, dijo que seguiría adelante con sus planes de urbanización en el parque Gezi y luego que escucharía las demandas de la gente. Todo esta misma semana y todo con el mismo efecto: ninguno. Ni las provocaciones del primer ministro turco Tayyip Erdogan han desatado un estallido de violencia en Gezi ni sus disculpas han vaciado el parque. La ocupación ya tiene vida propia, ritmos propios... y no podría acabar mañana, incluso aunque la mayoría de sus participantes quisiera.
Ni un metro de hierba sin una manta, un colchón, una tienda de campaña. Colas de cientos de personas, nuevas en el parque Gezi, esperando su turno para recoger algo que le sirivera para tumbarse en el suelo y taparse. Además, horas y horas de tránsito de decenas de miles de personas, que se agrupaban por las afinidades más dispares. La acampada del parque Gezi ha vivido este sábado su definitivo momento de reafirmación, un apogeo muy incómodo para el gobierno y, también, de mucho desgaste para los que trabajan en la vida interna de la protesta. Durante las noches del fin de semana, 'Occupy Gezi' deja de ser un espacio de resistencia comunitaria para ser el camping de un Foro Social.
Algunos jóvenes en Taksim comienzan a ser conscientes de que, si hablan de resistencia, en realidad están hablando de tiempo. Y de que no todo el mundo tiene la misma capacidad de resistencia: “Cada día voy a trabajar, luego vengo aquí, duermo 3 horas y vuelvo a venir... ¿cuánto tiempo más?”, nos confiesa Gökçe (nombre ficticio), uno de los activistas de Gezi, muy cansado, aunque inmensamente satisfecho con la experiencia. “Ha llegado un momento en que en vez de cuidar a la gente que viene... les estamos satisfaciendo; se ha roto esa magia del principio y nos falta ese brillo en los ojos que teníamos antes”, se queja otro en la cocina, que crece y se reorganiza en cada parpadeo. “Llevo 5 días sin dormir, literalmente; me meto en el saco e intento cerrar los ojos, pero no puedo”, nos cuenta una tercera voluntaria.
Contra el cansancio lo que mejor sienta es un golpe de moral, un momento de euforia colectiva. Uno de esos momentos se ha vivido este sábado en Taksim. Aficionados de los tres equipos de fútbol locales (Galatasaray, Fenerbaçe y Besiktas) han tomado Taksim en una marcha conjunta que ha dejado atrás sus históricos enfrentamientos, con frecuentes episodios de violencia entre sus hooligans. Vamos, que verlos juntos en una manifestación no es algo que llame la atención a los extranjeros que, por falta de conocimiento del país, no tengamos otros medidores o referencias conocidas, no; es algo que llama la atención de los propios turcos.
Los hinchas del efímero “Estambul United” - así bautizaban el acontecimiento varias pancartas - han llenado de bengalas el anochecer de Gezi. Las han encendido de manera coordinada desde varios puntos de la plaza y sobre uno de los edificios vacíos que preside la gran explanada, de cuya fachada cuelgan imagenes de héroes políticos de diferentes grupos y consignas contra Erdogan.
“Esto es mucho, mucho más grande que Occupy Wall Street”, dice Olivia, una chica austríaca que ha viajado a varios lugares para participar y documentar revueltas, entre ellos Nueva York. “Es probablemente la mayor ocupación de un espacio público de todas las revueltas que he visto”, nos dice el reportero esloveno Bostjan Videmsek, que ha estado en El Cairo, Atenas, Madrid...
No es solo la plaza. No es solo el parque. Todas las avenidas que conducen a ellos están cortadas a la circulación, en algunos casos hasta varios cientos de metros. Las barricadas están hechas con autobuses municipales, piedras arrancadas de las aceras o el pavimento, vallas de obra pública o de seguridad, muebles... Una gran montaña de chatarra.
El riesgo de una desgracia fortuita o de una pelea entre los muchos grupos (políticos, sociales, culturales, deportivos) también planea sobre la acampada. “Ahí ves banderas kurdas, ahí ves a nacionalistas, ahí hay alevíes, aquí los del Fenerbaçe, los del Galatasaray... Si estamos mucho tiempo aquí, es raro que no pase algo, aunque sea puntual”, dice Gökçe. Sería todo lo que Erdogan necesita.
Y, pese a todo, la policía no ha vuelto a aparecer. No hay policías uniformados en Taksim. Tampoco en el perímetro. Una vez que retiró los antidisturbios, el Gobierno de Erdogan ha optado por la ausencia absoluta en Gezi, aunque sí se han intensificado las intervenciones y los enfrentamientos en otras ciudades del país, principalmente Ankara, donde en las últimas horas se han empleado gases lacrimógenos y cañones de agua para reprimir las protestasse han empleado gases lacrimógenos y cañones de agua para reprimir las protestas. Pero nada en Taksim, que es donde Erdogan se juega la gran batalla mediática internacional, que es la única que está forzando a los grandes medios nacionales a aceptar que algo está pasando.
Erdogan se dio un baño de masas a su llegada a Estambul desde Túnez. Decenas de miles de personas fueron a recibirle entre ovaciones al aeropuerto, donde habló de prosperidad y democracia. Al día siguiente, la misma frase abría 6 periódicos turcos. Debe pensar que le ha salido bien esa jugada, porque para la semana que viene su partido ha anunciado mítines en varias ciudades y grandes manifestaciones en Ankara y Estambul. El pulso continúa y Erdogan saca a los suyos a la calle.