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Esperando a Barack

En una isla rodeada de agua, alguien aguarda en una piscina que no la tiene. ¿Hay mayor evidencia de la tensión entre la fachada pública y la vida privada, entre el discurso altisonante y la realidad precaria, entre la esperanza y la espera?

Iván de la Nuez

En Cuba, todo lo que se mueve puede ser un taxi; todo lo estático un alquiler. O un restaurante, un bar, una peluquería, un gimnasio, una tienda secreta. Son las mil caras de una economía privada que crece en tiempo real, y en anuncios virtuales, a la vista de todos. Es la acumulación “rudimentaria” del capital; con leyes propias, aunque lejos –todavía- de cualquier capitalismo estandarizado (si es que eso existe).

Al nuevo modelo no le falta ni una clase emergente ni una embrionaria iconografía del dinero que rebasa el pacto tácito –y tópico- entre el Che y los Cadillacs. Entre la revolución indestructible que persevera en la mitología y esos automóviles indestructibles que se sostienen en la vida cotidiana. Como esa extraña conexión entre los practicantes del turismo revolucionario y la última reserva de viejos revolucionarios que hoy viven de alquilarles sus viviendas.

Cuando Barack Obama aterrice en La Habana, esa acumulación rudimentaria de capital estará en su punto de ebullición. De hecho, al primer presidente norteamericano (en funciones) que pisa suelo cubano en casi un siglo le han precedido miles de paisanos, que llevan más de una semana abarrotando las calles, los bares, los restaurantes y los hoteles.

Obama, en todo caso, ya había recorrido la ciudad gracias a ese otro patrimonio que tanto abunda entre los cubanos: la ilusión. En este caso, a través de esa acumulación imaginaria de capital que representa el arte. Durante la pasada Bienal de La Habana, una vídeo-performance de René Francisco fue protagonizada por un doble del Presidente, que se dio un baño de masas por la ciudad. Los cubanos, obviamente, sabían que era un falso Obama, pero siguieron el juego, invitándolo a mojitos, café, el selfi inevitable. La cuestión era divertirse y, si se terciaba, endosarle una petición, venderle algo, aclamarlo como dignatario del, en otro tiempo, país tabú. Ahora, cuando la cosa va “en serio”, a pie de calle no se percibe mucha diferencia y se mantiene la guasa, con Obama objeto de todo tipo de chistes.

¿Por dónde pasará Barack Hussein Obama? Aquí no hay misterio: pasará por los barrios y las calles que se están pintando. “Yes, We Paint!”, aunque a la pintura de calles y fachadas haya que añadirle un cierto “enjuague” humano. Locos y pordioseros, carretoneros y disidentes, están siendo recogidos o invitados a “guardarse” para no interrumpir el paso triunfal del presidente de los Estados Unidos.

Obama se ha revelado como el Anti-Atila: allí por donde pase crecerá la hierba o, al menos, se apuntalará un balcón, se beneficiará un negocio, habrá motivo para alguna alegría. ¡Bienvenido Míster Marcha!

Esto parece tenerlo claro el conductor de un  bicitaxi en La Habana Vieja, que, ante la imposibilidad de sortear el último bache, alzó la vista al cielo y clamó “¡Obamaaaaa, pasa por aquí!” El alarido retumbó ante la mirada indulgente de unos policías con más pinta de reguetoneros que de agentes del orden.

Barack Obama es, probablemente, el primer presidente de Estados Unidos que le ha hablado directamente a los cubanos. No sólo a un lobby de ilustres representantes del exilio, no sólo a una asamblea de las Naciones Unidas o de la Organización de Estados Americanos. Un tipo que ha usado su carisma para citar a la más famosa orquesta de la isla, los Van Van, repetir uno de sus estribillos mas repetidos -“no es fácil”- y añadir de su propia cosecha: “no lo pongamos más difícil”.

¿Está legitimando, con este acercamiento, el socialismo cubano? ¿Es un cómplice de la falta de democracia? Esto barajan muchos de los que se oponen a la visita y, de paso, al deshielo entre Cuba y Estados Unidos. Para ellos, Obama estaría dando todo por nada, timado por unos hermanos Castro cuya inteligencia geopolítica superior les habría permitido estafar durante décadas a soviéticos, chinos, venezolanos, españoles o italianos. Esta admiración encubierta –ese culto a la personalidad al revés- ha llegado a ver al presidente de Estados Unidos como un rehén del gobierno cubano y no como un actualizador pop de la Doctrina Monroe, el posible artífice de una estrategia encaminada a convertir la fruta prohibida en la fruta madura, según el credo que anticipó el desenlace de la guerra de independencia en 1898.

En cualquier caso, el nuevo pragmatismo parece dispuesto a cancelar una política que no ha funcionado y, de paso, integrar a Cuba en este mundo global para el cual, si bien todo lo bueno no es rentable, todo lo rentable sí es bueno.

Desconocer las intenciones de Obama es algo que va en paralelo a desconocer el país que lo recibirá este 21 de marzo. Porque, a fin de cuentas, Obama discurrirá por una Cuba más próxima a Hemingway que a Raúl Castro. Y, más que a realizar sus veleidades filo-socialistas, estará concentrado en satisfacer las fantasías cubanas que el hombre de El viejo y el mar dejó instaladas en la cultura norteamericana. Ahí está esa agenda presidencial repleta de estrellas globales, con sus aderezos de farándula local, el consabido partido de béisbol y algo tan “hemingwayano” como… los yates.

Falta saber si además jugará al golf, como hicieron en su día, con sorna, el Che Guevara y Fidel Castro. Y como lo hacen hoy, en serio, algunos de sus descendientes.

Nada de esto disminuye la importancia histórica de la visita, sólo nos recuerda que el camino del neocolonialismo también está empedrado de las mejores intenciones.

Algunos practicantes del nuevo periodismo cubano siguen con entusiasmo crítico los acontecimientos desde el TaBarish, un restaurante-bar que intenta rentabilizar, desde la nueva economía, el viejo mundo soviético. Mientras, algunos de sus viejos profesores de marxismo se han pasado al neoconservadurismo y replican a los acontecimientos reactivando, por la derecha, su antiguo antimperialismo. Los pragmáticos –pese a sus recelos- coinciden con el gobierno en su apoyo a la visita. Los partidarios de una política enfática de principios tienen posiciones más críticas, en parte por sus creencias y en parte porque se sienten traicionados por un gobierno que, hasta ayer mismo, les funcionaba como garantía del cambio político en Cuba. En uno u otro bando, la visita ha cogido a mucha gente con el pie cambiado, al punto de que ya no resulta tan claro el espectro ideológico en las posiciones que está a favor o en contra del encuentro.

Una noche frente al mar, en el apartamento de un edificio en el que casi todos los propietarios alquilan. El veterano diplomático que vive allí, y que ha ejercido como mentor de dos generaciones, celebra su cumpleaños. Rápidamente, las tropas de la fiesta se dispersan. La vieja guardia habla de política. La nueva guardia habla de negocios. Una es teórica, otra práctica. Una es historia, la otra geografía: puro emplazamiento.

En esas estamos cuando alguien lee, con asombro, la última circular que el Estado ha transmitido a los que se dedican al alquiler de viviendas. Se trata, nada más y nada menos, de una disposición antiterrorista. Una alarma que avisa sobre posibles inquilinos de países árabes, a los que se agrega Israel. En fin, una versión tropical del “Eje del Mal” en el que, seguramente, tendrán cabida, tarde o temprano, los habituales sospechosos del país. 

“Están evitando que La Habana se convierta en una nueva Dallas”, dice una chica en la zona juvenil de la tertulia, en clara alusión al asesinato de JFK. “No te preocupes, mi amor. En Dallas no tenían a la Seguridad del Estado”, le riposta su compañero. El caso es que, en el paquete que traerá Obama, no faltará una aplicación cubana del Acta Patriótica. Y la prisión preventiva ya no vendrá de una herencia soviética, sino de una práctica muy norteamericana.

La iniciativa privada cubana será antiterrorista o no será.

En materia de anticipación a la visita, la performance festiva del falso Obama no ha sido la única protagonista. Otro artista, Lázaro Saavedra, estrenó en esa misma Bienal de 2015 su flamante Premio Nacional de Artes Plásticas con una obra menos afortunada. Entonces, no se le permitió colgarla –un año después ya ha podido verse- y tal vez valga la pena describirla. El desarrollo de una nación –así su título- consiste en una proyección de la famosa imagen de Raúl Castro y Barack Obama en su foto de reconciliación. Hasta ahí, todo normal. El detalle es que, entre ambos, el artista consigue proyectar un telediario de 1959, dedicado a la primera exposición de la Unión Soviética en Cuba, con el desfile de maquinarias agrícolas, circo, logros de la cosmonáutica…

Desde el centro del cuadro, un engolado locutor intenta convencer a los cubanos de la recién estrenada Revolución que la relación con la Unión Soviética es un paso económico que en ningún caso implica un compromiso político. ¿Por qué? Porque Cuba, dada su revolución soberana, nunca formará parte de la órbita soviética.

Casi sesenta años después, Barack Obama llegará a la isla como representante de otro país y otro tiempo. Pero los locutores cubanos de ahora siguen martillando, sospechosamente, con la misma prevención que entonces.   

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