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“La propaganda no puede ser abandonada ni un minuto”
Capaz de pronunciar discursos ininterrumpidos durante horas y horas, Fidel Castro dejó con su prolífica oratoria frases para la historia que marcaron el imaginario de los cubanos y crearon toda una escuela de retórica revolucionaria.
Se desconoce con exactitud la cantidad de discursos que pronunció Fidel Castro hasta que enfermó en 2006, aunque algunos de sus biógrafos los cifran en más de 2.500, muchos de 5 horas de duración o más, y la mayoría pronunciados de pie.
Con alguno de ellos, en 1959, batió el récord de 9 horas seguidas hablando.
Su frase “condenadme, no me importa, la Historia me absolverá”, pronunciada en 1953, durante el juicio por el frustrado asalto que encabezó contra el Cuartel Moncada, fue la primera de una larga colección de frases que hicieron famoso a Castro y su revolución.
Los cubanos tampoco olvidarán el “¿Voy bien Camilo?”, la pregunta que formuló al jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, Camilo Cienfuegos, el 8 de enero de 1959, durante el discurso en el cuartel de Columbia, tras la entrada triunfal de los guerrilleros en La Habana.
“Vas bien, Fidel”, respondió Cienfuegos, uno de los más populares líderes revolucionarios, desaparecido en octubre de 1959 en un accidente aéreo en circunstancias que nunca llegaron a aclararse.
Muy consciente del valor de las palabras y los grandes lemas, Castro confirió un papel destacado a la propaganda: “La propaganda no puede ser abandonada ni un minuto, porque es el alma de nuestra lucha”, afirmó en 1953, durante su reclusión tras el fallido asalto al Moncada.
Después del triunfo de la revolución, el 1 de enero de 1959, y durante décadas muchas de sus frases fueron reproducidas en periódicos, carteles y pancartas públicas, y repetidas hasta la saciedad por funcionarios y otros dirigentes.
“Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”, proclamó Castro en 1961, en vísperas de la invasión de Bahía de Cochinos, al declarar el carácter socialista de la revolución.
Con una polémica frase que le valió críticas y desafectos sentó las bases de su particular política cultural: “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada (...) ¿Cuáles son los derechos de escritores y artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la revolución, todos; contra la revolución, ningún derecho”, así lo advirtió en sus “Palabras a los intelectuales” en junio de 1961.
“En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición”, con esa frase de San Ignacio de Loyola justificó en varias ocasiones la represión a opositores y críticos.
Al “imperio”, su peor enemigo, como se refería generalmente a Estados Unidos, dedicó muchos de sus discursos sin escatimar retórica belicista y sin bajar la guardia ni el tono de sus descalificaciones contra los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca, con especial inquina contra los Bush, padre e hijo.
“Ellos (Estados Unidos) internacionalizaron el bloqueo, nosotros internacionalizamos la guerrilla”, señaló alguna vez para explicar la ayuda prestada por Cuba a las guerrillas latinoamericanas.
En el año 2000, en una de sus tradicionales alocuciones en la Plaza de la Revolución por el Día de los Trabajadores, sintetizó su concepto de “revolución” en un párrafo reproducido luego en mensajes televisivos y afiches colocados en las paredes de muchas entidades públicas por todo el país.
“Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plenas, es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos, es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”, afirmaba Castro en el inicio de esa definición.
Ante un auditorio de estudiantes universitarios en 2005, aseveró que uno de los mayores errores de la revolución cubana “fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo”.
Algunas de sus afirmaciones en esa alocución fueron recibidas como una especie de “legado” y “advertencia” para las nuevas generaciones cuando subrayó: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos (refiriéndose a Estados Unidos) nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.
Esas ideas fueron retomadas posteriormente por su hermano y sucesor en el Gobierno, Raúl Castro, para impulsar la “actualización” del socialismo cubano con un plan de medidas centrado en la economía del país.
Pero sin dudas, la consigna más recordada de Fidel Castro será: “Patria o muerte, venceremos”.
Con ella, Castro concluía cada una de sus intervenciones, un remedo del grito “Independencia o muerte”, utilizado por los mambises contra el Ejército español durante la guerra de Independencia de Cuba.