La amistad de Gadafi era el mejor aval para hacer negocios en Libia
Hacer negocios en la Libia de Gadafi tenía algunos requisitos imprescindibles, y había uno que destacaba sobre los demás. “Todo en Libia, todo, tenía que ser aprobado por Gadafi o uno de sus hijos”, dijo Nansen Saleri, exdirectivo de la petrolera Saudi Aramco que participó en negociaciones que no llegaron a fructificar. Es una opinión que se repite en múltiples comentarios y que ayuda a poner en contexto la mediación que realizó José María Aznar para que una empresa española obtuviera un contrato millonario en ese país.
Abengoa no era una recién llegada a Libia. Fue en 1978 cuando construyó en ese país su primera desaladora para una empresa pública libia. No se puede decir que careciera de contactos o experiencia. Pero asegurarse un contrato allí siempre ha supuesto mantener relaciones con la cúpula del régimen, y no había mejor carta de presentación que un exjefe de Gobierno que había tenido una muy buena sintonía con Gadafi.
“Libia es una cleptocracia en la que el régimen, sea la propia familia Gadafi o sus aliados políticos más cercanos, está metido en cualquier cosa que merezca la pena comprar, vender o poseer”, dijo un informe de la embajada norteamericana en Trípoli, enviado en febrero de 2009 al Departamento de Estado y conocido gracias a Wikileaks. Otro informe de mayo de 2006 destacaba que los privilegios comerciales o financieros podían perderse en función de criterios no siempre claros: “Gadafi se pronuncia a menudo en público contra la corrupción en el Gobierno, pero la élite bien conectada al poder tiene acceso directo a acuerdos empresariales muy rentables. Este acceso puede desaparecer con facilidad cuando los individuos en cuestión caen en desgracia”.
En ese contexto, contratar a Aznar y asegurarle una comisión millonaria si todo iba bien era una apuesta sólida para la empresa española. Una vez que se levantaron las sanciones de la ONU contra Libia por el atentado de Lockerbie, el entonces presidente del Gobierno español fue el primer líder occidental que visitó Trípoli en septiembre de 2003, un gesto muy bien recibido por Gadafi, que quería poner fin cuanto antes al aislamiento internacional del régimen. La recompensa era bastante obvia: 28 grandes empresarios formaron parte de la comitiva de Aznar.
En el plano personal, Gadafi mostró su agradecimiento con el regalo a Aznar de un caballo, llamado El Rayo del Líder, que acabó en los establos de la Guardia Civil de Valdemoro, Madrid. Aunque heterodoxo, era el inicio de una gran amistad.
Cuando Gadafi devolvió la visita y viajó a España en 2007, Aznar ya no estaba en Moncloa, pero su amigo libio no le había olvidado. Le invitó en Sevilla a una cena privada, a él y a Ana Botella, que comenzó con el sacrificio de un cordero. Al año siguiente, Aznar viajó otra vez a ver a su amigo en una visita conocida sólo gracias a una información de la agencia oficial libia de noticias. El desplazamiento no fue a Trípoli, sino a Sirte, muy cerca del lugar de nacimiento de Gadafi, donde le homenajearon con un banquete.
En la época de la primera visita de Aznar, había en las cárceles libias centenares de presos políticos, según Amnistía Internacional. El Gobierno sí puso en libertad ese año a 65 presos políticos, incluidos cinco que llevaban encarcelados desde 1973.
“Tenemos mejor historial de derechos humanos que nuestros vecinos”, dijo Seif Gadafi, el hijo que entonces se hacía pasar por el futuro reformista del régimen. “Desde luego que no somos Suiza o Dinamarca. Somos parte del Tercer Mundo y de Oriente Medio, pero somos mejor que nuestros vecinos”.