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Vaca Muerta: de quién es el negocio del 'boom' petrolero argentino

La sede de YPF en Buenos Aires./ EFE

Natalia Chientaroli

Neuquén, Argentina —

Una noche de 2011, en la quinta de Olivos –la residencia presidencial argentina– el por entonces viceministro de Economía, Axel Kicillof, desgranaba argumentos para convencer a Cristina Fernández y a su hijo Máximo Kirchner de los beneficios de nacionalizar YPF. El 58% de la empresa pertenecía a la española Repsol desde 1999. La falta de inversión de la multinacional petrolera, el déficit energético que empezaba a afectar a un país con una economía aún en crecimiento, la ‘rebeldía’ de los europeos en no atender la recomendación del Ejecutivo de no distribuir dividendos a las casas matrices. Todas podían ser razones de peso. Pero la principal estaba muy lejos de allí: a 1.200 kilómetros de distancia y a 3.000 metros de profundidad. Su nombre: Vaca Muerta.

En 2010 se empezó a hablar de Vaca Muerta, una especie de piedra filosofal que prometía convertir a Argentina en la Arabia Saudí de la región. La piedra en cuestión, llamada por los expertos roca madre, era una vieja conocida de la industria petrolera local. Se trata de una formación geológica de 30.000 kilómetros cuadrados que encierra tanto gas y petróleo como para situar a Argentina como el segundo país del mundo con más recursos de gas y el cuarto en petróleo no convencionales. Los avances del fracking habían vuelto posible la explotación de este yacimiento, y una primera exploración de Repsol-YPF lo había comprobado.

Kicillof sostenía aquella noche que el plan de Repsol para Vaca Muerta era ofrecerse como comisionista internacional. Y que el país se quedaría sin sacar ningún provecho de tamaña oportunidad. En abril de 2012 Cristina Fernández anunció la nacionalización de YPF. Repsol se quedaba fuera. Las negociaciones previas a esta decisión y los negocios que han surgido de ella ocupan buena parte de Vaca Muerta, una investigación entre Texas y Neuquén (Ed. Sudamericana) el libro que acaban de publicar los periodistas Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio.

“Con la estatización, la estrategia empresarial se dio la vuelta por completo”, resume Gonzalo López Nardone, gerente de relaciones institucionales de YPF. Las inversiones aumentaron un 177%, pasando de 2.000 a 6.000 millones de dólares. La producción también creció: un 25% la de gas y un 10% la de petróleo. “De repartir el 90% de las ganancias en dividendos se pasó a reinvertir el 90%”, explican en la dirección de la ahora compañía de bandera.

El argumento es sencillo: Argentina es un país con una matriz energética que se nutre fundamentalmente de hidrocarburos. Aunque es un histórico productor, el fantasma de la dependencia exterior se materializó en compras millonarias. Si en 2000 se importó un millón de dólares, en 2014 fueron más de 10. “Apuntamos al autoabastecimiento”, explican en la compañía. 

El dinero produce dinero

Pero para producir hace falta dinero. Así que Argentina se lanzó a la búsqueda de socios que pudieran hacer las inversiones. Ya está trabajando con Chevron en Loma Campana, la explotación de shale más importante del mundo fuera de América del Norte, con unos 43.000 barriles diarios. Dow y la malaya Petronas tienen ya acuerdos de colaboración con YPF. Además, en abril la presidenta Kirchner realizó un polémico viaje a Rusia en el que se aceleraron las conversaciones con Gazprom para sumarse al negocio de Vaca Muerta.

Shell ha invertido unos 500 millones de dólares para comprar tierras y hacer prospecciones en Vaca Muerta, el segundo proyecto más potente en la zona después de Loma Campana (YPF-Chevron).

Estas inversiones, y los barriles que salen de este rincón patagónico –a un ritmo de 43.000 al día sólo en Loma Campana– mejoran la situación energética de Argentina y nutren las arcas del Estado y las de Neuquén. En este país el subsuelo es propiedad pública, y su explotación genera un 15% de regalías para la provincia, cuyo PIB proviene mayoritariamente de la industria petrolera. Poco poblada y dueña de amplias zonas desérticas, Neuquén no ha ofrecido verdadera oposición a la polémica práctica del fracking. Salvo algún grupo ecologista y dos comunidades mapuches que viven en la zona y denunciaron contaminación del agua, los responsables de las explotaciones de YPF confiesan trabajar “tranquilos” en Patagonia.

Pero los beneficios no llegan a todos. El pueblo más cercano a Loma Campana es Añelo. Ahí vive buena parte de los trabajadores del yacimiento. En Añelo hace dos años había 3.000 personas. Hoy son ya 6.000. Pero sigue teniendo sólo una calle asfaltada, y la sede municipal es una humilde casa de madera. El alcalde asegura que en 20 años esperan ser una ciudad de 20.000 personas. Por ahora lo que realmente ha crecido es el negocio hotelero –es casi imposible conseguir una habitación en el dos estrellas del pueblo, a un precio de 100 euros la noche–, el casino y los burdeles.

“Se ha vuelto imposible vivir acá. El kilo de pan cuesta más que en Buenos Aires. Los precios de los alquileres son desorbitados”, se lamenta un joven de la zona que trabaja como taxista. “Acá si no trabajás en el petróleo sos un indigente”, resume otro vecino. El modelo de desarrollo del boom petrolero no convence a muchos neuquinos. “Hay déficit en salud, malos salarios, malas condiciones de los hospitales, la educación pública es muy mala y hasta el agua tiene una infraestructura obsoleta –asegura en el libro Adriana Giuliani, economista y a la vez autora de otro libro sobre el tema, Gas y petróleo en la economía de Neuquén–. No se nota un solo beneficio concreto para la sociedad en 50 años de petróleo”. El tiempo dirá cuánto se puede ordeñar a Vaca Muerta, y quiénes se beneficiarán de ello.  

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