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La multitud brasileña no tiene nombre

Bernardo Gutiérrez

Sao Paulo —

La pregunta la formulaba en Twitter @Ciudadano_Zero, una de las cuentas más activas del 15M español, el pasado 18 de junio. Un día antes, tras semanas de protestas, los brasileños tomaron las calles de una forma radicalmente diferente: auto convocados por las redes sociales, sin partidos, sin una única causa. En la madrugada del día 17 día una multitud ocupó el techo del congreso nacional en Brasilia. Sus gritos (“somos parte de una lucha nacional, de una lucha mundial”) insinuaban el nacimiento de un nuevo movimiento. La etiqueta / nombre parecía una cuestión de días, tal como ocurrió con el 15M o Indignados en España, con #YoSoy132en México, con Occupy Wall Street en Estados Unidos o con Diren Gezi o movimiento chapulling en Turquía. Sin embargo, en Brasil, más de un mes después de la explosión de las protestas, no hay nombre ni etiqueta para la multitud que sigue agitando el país. ¿Por qué las protestas de mil caras de Brasil esquivan cualquier nombre?

En las últimas semanas, los medios de comunicación de Brasil están ocultando prácticamente todo lo que ocurre en las calles del país. Informan con cuenta gotas sobre “plenos municipales ocupados” o las manifestaciones frente a redacciones de la Rede Globo. Ni rastro de las asambleas populares horizontales. Nada sobre acampadas en frente de edificios gubernamentales. Sin embargo, en las redes y en las calles, se usa bastante la expresión “el movimiento”. “Hay mucha gente en este movimiento”, afirmaba desde Río de Janeiro Larissa Bery, durante el 1º debate nacional de redes y calles. “Hay que fortalecer el movimiento”, afirma el músico Makely Ka, en el encuentro Onda Cidadã de Ceará. También se habla de “movimiento de movimientos”. Pero se enfatiza en la pluralidad. Incluso se recela del no nombre de la multitud. “En Brasil no va a surgir un paraguas como el 15M de España. Creo que es mejor esa pluralidad, pues los medios tradicionales no podrán apropiarse de un rótulo”, asegura Adilson Cabral, de la Universidade Federal Fluminense.

El escritor alternativo Sérgio Vaz, una voz muy respetada en la periferia de São Paulo, publicó el domingo un texto titulado Somos nós (somos nosotros), legitimando la multitud horizontal, plural y anónima que desconcierta a Brasil: “Quien grita somos nosotros. Los sin educación, los sin hospitales y sin seguridad. Somos nosotros, huérfanos de la patria. Los hijos bastardos de la nación. Somos nosotros, los negros, los pobres, los blancos indignados y los indios cansados de la pipa de la paz”. ¿Fama al servicio de la horizontalidad? ¿Liderazgo oblicuo? ¿Seguirá sin nombre la multitud brasileña? El gestor cultural Demetrio Portugal piensa que la imagen positiva fabricada sobre “el crecimiento económico” dificulta todo: “En Brasil, la ola positiva causa una confusión que produce infinitas olas menores y ecos que dificultan la formación de una imagen que nos identifique”. Sin embargo, para el filósofo Rodrigo Nunes, “el impacto subjetivo de las protestas ha sido tremendo”. La imagen del Brasil potencia está quebrada. ¿Qué puntos en común tiene, pues, el plural movimiento de movimientos?

Aunque no exista un rótulo o etiqueta para definir a la multitud, movimiento o movimiento de movimientos de Brasil, sí existen varias identidades colectivas que conviven en todo el país. Tiago Pimentel, del estudio Interagentes, piensa que existió durante unos días una identidad colectiva. “Cuando el movimiento Passe Livre dijo que las manifestaciones no eran por los veinte centavos del transporte, se creó esa identidad común”, afirma Tiago. No es por veinte centavos. De hecho, surgieron muchísimos perfiles sociales alrededor de esa idea, como el Coletivo 20 centavos o No es por 20 centavos, é por direitos. El abanico, en palabras de Tiago, “se abrió tanto que se perdió esa identidad colectiva”. El eje urbano, empujado por el Passe Livre como colectivo creciente (cada vez presente en más urbes) y metáfora, es sin duda uno de los principales puntos en común. Destacan el surgimiento del movimiento/plataforma Belém Livre (en el norte del país), la consolidación del grupo Direitos Urbanos en Recife o el movimiento Eu pulo catracas (yo salto torniquetes), entre muchos otros.

Otro común, una identidad colectiva de facto es la palabra 'rua' (calle). La etiqueta #VemPraRua, que nació como remezcla de un anuncio de publicidad, es la más usada en redes como Twitter y Facebook, como prueba el grafo del Laboratório de Estudios sobre Imagen y Cibercultura. Y ha dado pie a un sin número de perfiles colectivos y redes nuevos. La plataforma “apartidista e independiente” VemPraRua.org fue pionera. Pero el grito e imaginario de rua ha desembocado en decenas de colectivos locales, como BHnasRuas (Belo Horizonte), Rio na Rua y RJnaRua (Rio de Janeiro), SPnasRuas (São Paulo) o VemPraRuaFloripa (Florianópolis), entre un larguísimo etcétera. La calle como espacio común, como territorio recuperado, como nueva interfaz de diálogo político. La descripción del colectivo BRnasRuas da algunas pistas sobre la identidad colectiva urbana que está siendo cocinada: “¡De las redes a las calles! De lo individual a lo común. Por una ciudad de tod@s. Por derechos, justicia social y una democracia horizontal”.

De hecho, las asambleas populares horizontales que ya se expanden por las calles de una veintena de ciudades, están construyendo el nuevo sistema nervioso del Brasil indignado. La mayoría, como las de Belo Horizonte y Rio de Janeiro, tienen perfiles en Facebook. Existe un grupo en Facebook común a todas las asambleas. En unos días estará lista una wiki común en el dominio assembleias.org.

¿Por qué la multitud brasileña no tiene nombre? ¿La profecía del colectivo italiano Wu Ming (que significa sin nombre en chino) y su libro Esta revolución no tiene rostro se está cumpliendo, por fin? Tiago Pimentel, analizando visualizaciones en la sede de Interagentes de São Paulo, tira de sociología, de antropología. De historia. Surge en la charla la cabanagem, una revolución popular que retiró a las élites del poder en la Amazonia, entre 1835 y 1840. Y el carnaval, su flujo de multitudes, sus máscaras temporales. Tiago cita Raízes do Brasil, un libro de 1937 del historiador Sergio Buarque de Holanda, en el que se relata la desconexión histórica de las regiones de Brasil. “Portugal prohibía enviar cartas de Río a Bahía, por ejemplo. Iban a Lisboa y regresaban”, afirma Tiago. La centralidad de Lisboa fue sustituida por otras. Por Rio de Janeiro. Por Brasilia. Por la Rede Globo. Por Facebook. El sociólogo Sérgio Amadeu, fundador de Interagentes, explica la paradoja: “los estudios prueban que las revueltas son extremadamente distribuidas, descentralizadas, tanto que no hay apenas hubs que conecten las regiones”. La fuerza de los medios y Facebook explican la falta de conexión nacional de los inicios. También, el poco entendido reinado de grupos de Anonymous en la convocación redes-calles.

Y el humor. En medio de la dispersión, del no logo de las revueltas brasileñas, empiezan a surgir perfiles fake y remezclas emotivas. Vándalo, usado como insulto por los medios en los primeros de los protestos, ya es una bandera común. Aparece en los apellidos y nombres de personas de las redes sociales. Y tal como ocurrió en Turquía, donde chapull (vándalos) derivó en la Chapul.Tv, en Brasil ya existe el humorístico Vândalo News. El vinagre - usado contra el gas lacrimógeno y prohibido durante unos días por la policía de São Paulo - es habitual, en cuentas como AlémDoVinagre (más allá del vinagre), en perfiles personales (Vándala del Vinagre) o en el libro colectivo Vinagre, uma antologia de poetas neobarracos.

“En Brasil, hasta Anonymous fue carnavalizado, ganando contornos escépticos, socarrones, algo absurdamente potente en sentido político: de convocación de la población para ir a las calles, de resignificación de imágenes de los grandes medios”, asegura Fábio Mallini, investigador del Laboratório de Estudios sobre Imagen y Cibercultura. Tropicalismo caníbal en estado puro. Dilma Bolada, el perfil fake de Twitter de la presidente Dilma Rousseff, fue el responsable de la propuesta de donar los royalties del petróleo para la educación, ya aprobada. De hecho, Dilma Bolada marca la agenda nacional. El perfil oficial de la presidenta en Twitter está inactivo desde finales del año 2010.

El movimiento – descentralizado, subterráneo, imprevisible – continúa mutando. Algunos escritores y personas conocidas ceden su fama / nombre a la multitud. Cuando un periodista le pregunta a un miembro del Movimiento Passe Live su nombre y estatus, responde: “Anota ahí: no soy nadie”. Un nadie, que en el Brasil social, es sinónimo de todos. De una identidad colectiva que funciona durante el carnaval y sus 'blocos' de calle. De una identidad común que existe en la pertenencia a las favelas, conocidas por sus habitantes como “comunidades”. La multitud de la que escriben Toni Negri y Michael Hardt, con su suma de singularidades individuales, surge por momentos. Pero los medios y líderes personalistas, muy influyentes todavía en Brasil, siguen usando las lógicas de la sociedad de masas que marcó la sociedad mediática del siglo XX. Y cualquier categoría teórica es insuficiente para el deseo colectivo llamado #VemPraRua. Una identidad que es una calle compartida. Un común que encaja con la definición de territorio del geógrafo brasileño Milton Santos: “territorio es básicamente una identidad, el sentimiento de pertenecer a aquello que nos pertenece”.

Tal vez, una imagen ayude a entender mejor la multitud sin nombre de Brasil. El sábado 13 de julio tuvo lugar un impactante escrache enfrente del Copacabana Palace de Rio de Janeiro. Una multitud estropeó la boda de Beatriz Perissé Barata, nieta del empresario Jacob Barata, el “rey de los autobuses” privados que monopolizan la ciudad. Aparecieron jóvenes vestidas de novias indignadas. Gente con instrumentos. Carteles ácidos. Silbidos. La élite, descolocada, acabó tirando billetes de 50 reales en forma de avioncitos hacia los manifestantes, un verdadero regalo para la rabia del “movimiento”. Nadie reivindicó el escrache. La multitud golpeó en el imaginario. Y se dispersó, como los blocos del carnaval. Se reagrupará de nuevo. Sin orden. Sin organización. El poema Somos nosotros de Sérgio Vaz, sin explicar el escrache, encajaría en un post it en la fachada del Copacabana Palace: “Somos nosotros, los esclavos del autobús de negreros, los asalariados apretados en el tren”.

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