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The Guardian en español

La explosión de Beirut, la última de las crisis para un país que ya llevaba demasiadas

La libanesa Mirna Mezher Helo, entre los escombros de su habitación tras la explosión en el puerto de Beirut

Ben Doherty y Helen Sullivan

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Líbano se ha visto paralizado durante décadas por una serie de crisis de largo recorrido y aparentemente irresolubles. El país sufrió una devastadora guerra civil de 15 años y a menudo se ha visto atrapado en el fuego cruzado de los conflictos regionales. Pero la mortífera explosión que arrasó el puerto de Beirut este martes, en plena pandemia de coronavirus y en un momento de colapso económico, puede ser la tragedia que derrote a una nación ya muy tocada.

El impacto de la pandemia

Líbano ha registrado más de 5.200 casos de coronavirus y han muerto 65 personas con COVID-19. Aunque las cifras son bajas en comparación con otros países, han aumentado recientemente y el virus se ha extendido a partes de su territorio que antes no lo habían sufrido. La semana pasada, el Gobierno impuso un confinamiento de cinco días que acaba de terminar, pero los médicos han advertido de que el frágil sistema de salud del país ya está “más allá de su capacidad”.

“La unidad de cuidados intensivos del Hospital Universitario Rafik Hariri ya está llena y, si la situación sigue siendo la misma durante los próximos días, el hospital no podrá recibir los casos que requieran cuidados intensivos”, indicó Osman Itani, neumólogo y especialista en UCI el domingo a Arab News. “Estamos recibiendo más de 100 pacientes al día, y el problema es tan grande que el sistema sanitario, que ya está más allá de su capacidad, no puede abordarlo”.

El Ministerio de Salud libanés ha asegurado que el coronavirus se propaga rápido porque se han incumplido las restricciones del confinamiento y la gente ha seguido asistiendo a bodas, fiestas, oficios religiosos y otras reuniones públicas. 

Protestas por todo el país

En octubre del año pasado, los habitantes de al menos 70 ciudades de todo el Líbano protestaron contra la corrupción que perciben en el Gobierno, las medidas de austeridad y la falta de infraestructuras básicas: el agua del grifo no se puede beber y hay apagones diarios.

Las protestas, que con toda claridad superaron las líneas de división sectaria, paralizaron el país y provocaron la dimisión del primer ministro Saad Hariri. 

Sin embargo, poco ha cambiado desde su salida. Los apagones han empeorado, la crisis económica se ha profundizado y los alimentos se han encarecido hasta en un 80%.

Economía en caída libre

Líbano sufre una crisis económica que ha paralizado el país, ha expulsado a miles de personas al extranjero y ha provocado protestas generalizadas contra el que consideran un sistema político corrupto e incompetente. Según las estadísticas oficiales, casi la mitad de la población del país vive por debajo del umbral de la pobreza y el 35% está desempleado. 

En marzo, por primera vez en la historia, Líbano anunció el impago de su deuda, de 92.000 millones de dólares, casi el 170% de su PIB. Es uno de los países más endeudados del mundo. 

En mayo, el país inició negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para asegurar una ayuda vital, en el marco de un plan de rescate de la economía aprobado por el Gobierno. Pero las conversaciones están estancadas. 

El mes pasado, el periodista de The Guardian Martin Chulov escribió que el país y muchos de sus habitantes se enfrentan a un futuro complicado. “Desde marzo, los precios de muchos de los bienes casi se han triplicado, mientras que el valor de la moneda ha caído un 80% y gran parte del país se ha detenido. Los que aún tienen trabajo sobreviven mes a mes. Los centros comerciales están vacíos. La pobreza se ha disparado, el crimen está aumentando y el ambiente en las calles es incendiario”.

El país, añadió, “ha incumplido con un pago de bonos y pronto vence un segundo. Se discute la alternativa de una venta de bienes públicos. Una vez hecho eso, el margen será mínimo. Ya solo queda el capital humano, que está saliendo del Líbano en masa”.

La destrucción del puerto de Beirut creará problemas aún más serios para el país. Líbano tiene dos fronteras terrestres: una con Siria, devastada por la guerra, y la otra con Israel, un país con el que el Líbano está técnicamente en guerra.

Líbano también depende en gran medida de importaciones para su suministro de alimentos. Tobias Schneider, investigador del Instituto de Políticas Públicas Globales en Berlín, dice que Líbano depende de importaciones para el 90% de su consumo de trigo, que se utiliza para hacer el pan que consumen la mayor parte de los habitantes del país. La mayor parte de ese pan entra por una sola terminal.

Conflictos y una escena política fragmentada

Una guerra civil compleja y sangrienta entre filas políticas y sectarias arrasó el país entre 1975 y 1990 matando a 120.000 personas y dejando un millón de exiliados. Después, Siria e Israel ocuparon zonas del país durante casi dos décadas. Terminaron de retirarse en 2005.

Hezbolá, respaldado por Irán, que libró una guerra de un mes contra Israel en 2006, nació como movimiento de resistencia contra la ocupación israelí del Líbano. En 2013 anunció que estaba luchando junto al Gobierno sirio de Bashar al-Assad, fragmentando aún más la escena política libanesa y dando lugar a sanciones que redujeron la cantidad de dinero que llegaba en forma de turismo y remesas desde el Golfo Pérsico.

La crisis financiera mundial también afectó a esas remesas, que son una importante fuente de ingresos, ya que los libaneses que viven en el extranjero superan a los que viven en el país. También disminuyó la cantidad de ayuda disponible.

El conflicto sirio se ha extendido al Líbano por temporadas, con ataques que han sacudido Beirut y otras zonas del país.

Pero el impacto más visible de la guerra de Siria en el Líbano, un país de unos 4,5 millones de habitantes, ha sido la llegada de unos 1,5 millones de refugiados. Tanto Líbano como las organizaciones internacionales han hecho sonar en varias ocasiones la alarma por el peso económico y social que supone esta afluencia en un Estado que no tiene capacidad de ayudarles. 

Traducido por Alberto Arce

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