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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El verano que nos creímos el calentamiento global

Houston, Texas después de Huracán Harvey | Foto: Gregory Bull GTRES

Marta Peirano

A mediados del pasado agosto, la principal agencia de información sobre ciencias atmosféricas, oceánicas e hidrológicas en los EEUU publicó su informe anual sobre el Estado del Clima. Estaba firmado por más de medio millón de científicos de instituciones de todo el planeta. Se podría resumir en una frase: ha sido el año más caliente jamás registrado, con una incidencia inusual de ciclones tropicales (93), sequías cada vez más largas y un descenso del hielo antártico y cada año que le siga será peor.

Si la intención de la Sociedad Meteorológica Americana era convencer al presidente de que no cumpliera su amenaza de sacar a EEUU del Acuerdo de París, podemos decir que Dios ha bajado a ayudarles. En las dos semanas que han pasado desde su publicación, EEUU ha sufrido una ola bíblica de huracanes, tormentas tropicales, inundaciones, sequías e incendios sin precedentes.

[MAPA: Descubre el tamaño del huracán Irma moviéndote sobre este mapa y pinchando en cualquier país. Por ejemplo, es mucho más grande que la península Ibérica]

Les queda lo peor. Irma ya es uno de los huracanes más fuertes jamás registrados y trae dos más en la cola: Jose y Katia. No, no es normal.

“La escala de huracanes no tiene categoría 6”, decía un analista en la NBS el pasado jueves: “Pero, si la tuviera, la usaríamos ahora”. Redujo a escombros las islas de Barbuda y San Martín, en las Antillas menores y sacudió Puerto Rico, República Dominicana y Haití con vientos de 298kmh. El viernes, bajó a categoría 4 antes de llegar a Cuba. El sábado descendió a 3, aunque los expertos señalan que puede recuperar la fuerza perdida. Ahora entra por el sur de Florida donde pronostican que será ser “realmente devastador”.

Harvey: agua pasada, agua estancada

El Huracán Harvey que atravesó Houston el fin de semana anterior parece hoy poca cosa, pero era el primer ciclón de categoría 4 que visitaba Estados Unidos en 12 años. El recuento supera los 70 muertos pero serán muchos más. Hay cientos de heridos y muchos desaparecidos. Los mensajes de miles de personas pidiendo ayuda para las personas incapacitadas durante los primeros días son demoledores. Doce hospitales fueron evacuados, exponiendo enfermos en situación crítica. El rescate de ancianos de las residencias anegadas protagonizaron algunas de las imágenes más impactantes. Aunque Irma le haya robado protagonismo, la catástrofe no ha hecho más que empezar.

El golfo de Texas es uno de los centros neurálgicos de la industria petroquímica. Sus plantas químicas, refinerías y otras instalaciones industriales han escupido más de medio millón de toneladas de materiales tóxicos durante la inundación. El agua que cubre la ciudad es un caldo de lluvia con productos químicos, pesticidas, disolventes, residuos fecales, animales muertos y objetos cortantes como metales, piedras y cristales rotos. Su exposición provoca infecciones respiratorias, conjuntivitis, vómitos y diarreas. La combinación de altas temperaturas y humedad favorecerá la reproducción de mosquitos, transmisores de virus como el Zika o el Nilo occidental. El índice bacteriano es altísimo, el de toxicidad todavía más.

El huracán ha destruído infraestructuras críticas de comunicación y transporte, reservas y conductos de agua potable y otros canales de suministro energético, además de viviendas, colegios, hospitales y toda la industria local, desde las oficinas a las fábricas pasando por los servicios. El gobernador de Texas, Greg Abbott, calculaba el domingo que devolver la ciudad a un estado habitable le iba a costar al gobierno unos 180.000 millones de dólares, más que Katrina en 2005.

El Servicio Nacional de Meteorología (NWS), cuyo trabajo es “hacer pronósticos climáticos, meteorológicos e hidrológicos, así como alertas para EEUU, sus territorios y las áreas oceánicas adyacentes” para el Ministerio de Comercio, no lo tiene tan claro. Su portavoz lo ha calificado de catástrofe sin precedentes cuyo impacto es todavía incalculable, y muy superior a cualquier cosa que hayan visto antes. Con tres huracanes más en activo, es probable que 2017 se convierta en el peor año de la historia.

Fuego, tormenta y vientos huracanados

Mientras Houston se levanta y Florida se prepara, las llamas arrasan los estados de California, Washington y Oregón. Solo en Los Ángeles ardieron 30.000 km2 el pasado fin de semana, el mayor incendio de la historia de la ciudad. En las últimas dos semanas, las temperaturas en ciudades de la costa este como San Francisco y Berkeley superaron records históricos. En Phoenix eran tan altas que los aviones no podían volar.

Una extraña y repentina tormenta en Santa Mónica que levantó coches y barcos. Una ola de calor fulminante y sin precedentes asola Montana y Dakota del Norte, arruinando cosechas, alimentando incendios y diezmando ganado.

Estas son algunas de las “anormalidades” meteorológicas que se han registrado en América durante las últimas dos semanas y de las que advertía el Informe sobre El Estado del Clima. Pero los estragos que auguraban los expertos del clima afectan a todo el planeta. Este verano, más de 21 países han sido sacudidos por huracanes, terremotos, violentas lluvias torrenciales y un catastrófico monzón.

Terremotos en Mexico, huracanes en China

Al menos 32 personas han perdido la vida este viernes en un terremoto en México de magnitud 8.2, el mayor terremoto registrado en el país. Al evento principal le han seguido más de 61 réplicas, algunas de 6,1, pero se teme una fuerte réplica superior a 7. Unas horas antes, un terremoto de fuerza 7.7 sacudía Guatemala. Duró un minuto 33 segundos y dejó dos heridos y miles de personas sin casa. El pasado mes de marzo, las inundaciones dejaron más de un centenar de muertos al norte de Perú.

El terremoto de Mexico provocó la alerta de tsunami en la zona, que podría llegar a los 3 metros de altura en México, pero que amenaza también a Guatemala, El Salvador y Ecuador y numerosas islas del oeste del Pacífico. En el recuerdo queda el que siguió al terremoto de 8.4 de Chile en septiembre de 2015, con olas de cinco metros. Tuvieron que evacuar a más de un millón de personas por toda la costa del Pacífico.

En China, un terremoto de 6.5 peinó Sichuan a primeros de agosto, dejando al menos 19 muertos, entre ellos seis turistas. Una semana después, el tifón Hato que cruzó el sur del país, dejando otra docena de muertos. Ha sido uno de los muchos que han recibido entre junio y septiembre.

A finales de julio, la isla del sur de Nueva Zelanda declaró el estado de emergencia en Christchurch, Timaru and Otago debido a las fuertes tormentas. Tres meses antes, los kiwis habían recibido la visita de dos huracanes tropicales, Debbie y Cook. Fueron las peores tormentas registrados desde 1968, y provocaron devastadoras inundaciones.

Inundaciones en Africa y Asia

El monzón se ha cebado este verano con el centro y oeste de África y el sur de Asia, matando a miles de personas. El 29 de agosto, mientras Harvey azotaba EEUU, el equivalente a tres meses de agua caía a plomo sobre Bombay. El desastre humanitario es muy superior; es la ciudad más grande de la India y la novena más habitada del mundo.

No ayudan sus infraestructuras raquíticas y la falta de apoyo logístico institucional. Una catástrofe humanitaria que se ha repetido a lo largo del sur de Asia, con episodios de lluvias extremas en Pakistán, Cambodia, Nepal y Bangladesh.

Según el Guardian, un tercio de Bangladesh está aún sepultado bajo las aguas turbias. En la ciudad portuaria de Karachi, Pakistán, las calles han estado sumergidas durante días. La mayor parte de las las víctimas murieron electrocutadas antes de que K-Electric, el proveedor local, cortara la corriente.

La cifra oficial de muertos en el sur de Asia es de al menos 1.200 personas, con más de 40 millones de desplazados . Estas son cifras oficiales, las reales son mucho mayores. Millones de casas han sido arrasadas, campos de cultivo anegados, millones de animales muertos.

El monzón visitó también el continente africano, dejando Guinea, Ghana y la República Democrática del Congo sepultadas bajo el agua. Una avalancha de lodo mató a mil personas en Freetown, Sierra Leona. Veinte personas han muerto en Nigeria y en Niamey. La cantidad de afectados es incontable.

Justo antes del verano, el ciclón tropical Enawo dejó 38 muertos, 180 heridos y más de 53.000 desplazados en su paso por Madagascar. Unas semanas antes, el ciclón Dineo dejaba siete muertos y más de 50 heridos en el sur de Mozambique.

Oficiales, granjeros y meteorólogos de los dos continentes coinciden en que nunca habían visto nada semejante. Llamativo, cuando son regiones donde las lluvias devastadoras son parte integrante de la cultura local. A diferencia de Houston, son lugares donde las inundaciones vienen acompañadas de cólera, tifus y fiebres amarillas. Su capacidad de reacción es escasa, la de recuperación dependiente de la ayuda internacional.

Sequía: 27 millones en peligro, incontables muertos

La comunidad científica está de acuerdo en que el incremento de las temperaturas aumentan la incidencia de lluvias cada vez más torrenciales. Las crecientes inundaciones son uno de los síntomas del calentamiento global y va a haber cada vez más, y serán cada vez más fuertes. Paradojicamente, el fenómeno tiene dos caras, y la otra es la sequía. El mismo país que se ahoga puede sufrir sequías devastadoras que ya están matando a fuego lento a millones de personas.

Hay 2.000 millones de personas viviendo en zonas semiáridas en todo el mundo. Etiopía sobrevive apenas a una sequía que les golpea por tercer año consecutivo, y es cada vez peor. En su vecina Somalia, la sequía ha desplazado a casi un millón de personas. Según la Organización de las Naciones Unidas, en el este africano hay 27 millones de personas en peligro urgente de morir por la sequía.

Según la Agencia Europea del Medioambiente, Europa se calienta a mayor velocidad que el resto del planeta. Sobre todo en el sur. Al dramático incendio de Portugal en el que murieron 64 personas en junio, le siguió un verano catastrófico: el 78,8 % de Portugal está afectado por sequía grave en el mes de julio. Consecuentemente, el viernes 10 de agosto se registraron 220 fuegos en distintas partes del país, batiendo el récord de incendios concurrentes en un único día.

En Italia, una ola de calor con temperaturas de hasta 47 grados y un descenso vertiginoso de la humedad del suelo abrió un reguero de incendios de norte a sur del país. España tiene ahora mismo los embalses al 42,9%, con cuencas como la del Segura al 17,2% de su capacidad.

José Graziano da Silva, director general de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, dijo el pasado junio en Roma que “la gente muere porque no está preparada para la sequía y sus medios de vida no son resilientes”. En el mismo evento, el presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola de la ONU, Gilbert Houngbo, agregó que había que “invertir en la resiliencia de los pequeños agricultores para apoyar también a las comunidades”.

“Las advertencias sobre el calentamiento global han sido extremadamente claras durante mucho tiempo -dijo Al Gore. - Ahora entramos en el periodo de las consecuencias”. Solo que lo dijo después de Katrina, hace doce años. Aceptar que el calentamiento global existe no es suficiente para frenar sus efectos sobre el único planeta en el que podemos vivir.

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