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Entre el misterio y la mística: los Filii Christi de Agulo

Domingo Montesinos (i) y José Aguiar (d) / Fotografía cedida por Rafael Rodríguez

Pablo Jerez Sabater

Agulo —

No recuerdo bien cuándo fue la primera vez que oí hablar de esta congregación mística de Agulo, los Filii Christi. Creo que fue don Domingo Herrera quien me alertó de su existencia y de los periplos de algunos de sus componentes. Esta semana han vuelto a ver la luz, a renacer –diríamos-, gracias a la intervención de ese inquieto escritor agulense que es Daniel María reproducida en Crónicas de San Borondón. Su compatriota y tenaz rastreador de datos sobre el pueblo, Rafael Rodríguez, me puso en la pista sobre la entrevista y me contó algunas cosas más sobre este grupo de místicos. El conocedor de los misterios gomeros, Carlos Pérez Simancas, quedó también sorprendido con esta historia casi literaria y rápidamente se puso manos a la obra para conseguir datos sobre tan fascinante congregación. No puedo olvidar a mi querido amigo y extraordinario historiador Ricardo Valeriano, con quien he tenido no pocas conversaciones también en torno a este tema. Resumiendo: una historia que nos ha atrapado a todos y que une misterio y mística en el corazón de ese pueblo de tradiciones ancestrales que es Agulo.

Prácticamente hoy olvidados, los Filii Christi fueron una congregación mística formada por alguna de las personalidades más reconocidas de Agulo, entre las que se encontraban, entre otros, un espirituoso trotamundos como Agustín Bethencourt Padilla o Domingo Montesinos, con su sempiterna chaqueta blanca. Se reunían secretamente –aunque era vox pópuli- en el cementerio de la localidad. ¿Sus fines? “Dedicarnos más a la práctica del cristianismo”, comentaba el propio Agustín en una entrevista publicada en la revista Hespérides en 1927.

Lean bien el retrato del sujeto en cuestión: “El hermano pasea. En la habitación, plena de olores de vendimia, de papeles húmedos, los rosarios se cuelgan de almanaques y carteras de cartón. Nos mira plácida, humilde, acaso maliciosamente. Su mano es suave, como de pasta. Su hábito es blanco, de lana pura sin teñir. En un cordón, cinto de la túnica, un crucifijo se cruza a manera de puñal. Unas sandalias descubren los pies anémicos. El cabello cae en largos, crecidísimos tirabuzones negros. La barba, ahilada, rala, empapada de óleos naturales, le cubre el pecho”. Eduardo Westerdahl traza así la visual de un místico, un loco, como algún vecino le veía.

“Pertenezco a la orden de los Filii Christi. Yo soy católico”. Así se presenta Agustín. “El Filii Christi no admite el matrimonio. El casado antes de ingresar en la orden tiene anulado el matrimonio”, afirma. Dice que viajó por todo el mundo y que regresó (hablamos de 1927) para fundar una colonia en el Garajonay: “Allí se llevará a cabo la vida ascética de mi orden. Tengo aquí dos discípulos: Domingo Montesinos y Pascasio Trujillo. Nos dedicaremos a la enseñanza de huérfanos, a estudios psicológicos... De no poder establecer aquí mi colonia iré a establecerla a Roma”. Dicen que intentaron regularizarla y que el Papa –o quien fuera- no se lo permitió.

Daniel María, con acertada agudeza –como siempre- da en el clavo al señalar que fue más una congregación mística que religiosa que tenía una relación más cercana al ocultismo y a la hipnosis. Añado también a la teosofía. No olvidemos la influencia de sus hermanos José y Pedro, estos dos poetas místicos también. Recordaba también la novela de José La efigie de cera, acaso primera novela masónica publicada en España.

Don Domingo Herrera, con su lucidez habitual, me comentó hace tiempo en una entrevista algo más sobre este grupo y, en especial, sobre Agustín: “Él marchó a estudiar a Madrid con Aguiar, con Pascasio Trujillo de Hermigua, con Domingo Casanova el farmacéutico. Parece que Agustín conoció allí a un judío y le enseñó una serie de teorías y le caló tanto a él y a Pascasio, que regresaron a La Gomera y cogieron aquí a su primo Pedro Sánchez, que era todavía un muchacho y a Domingo Montesino, otro místico del pueblo, e intentaron formar una congregación a la que llamaron los Fili Christi y entonces se fueron a Roma y estuvieron a un tris de que se la aprobaran”. Yo tenía pensado que se reunían en el cementerio, o eso recuerdo haber leído en algún sitio, pero Domingo me precisó que eso no fue así: “Se reunían en varias casas, sobre todo  en la casa de Montesino y en la de Pedro Sánchez y en Vallehermoso también. Intentaron aquí en la zona norte inculcar sus teorías, una cosa bastante curiosa. Y bueno, parece que luego Agustín marchó al Tibet y se le perdió la pista y Pascasio regresó de Suiza donde estaba”.

Mil dudas quedan sobre este grupo de ascetas, locos o místicos. La memoria oral se va perdiendo y cada vez quedan menos mayores a quienes preguntar. Años locos fueron los 20 y 30 y, en Agulo, un grupo de creyentes montó una congregación hoy prácticamente olvidada pero cuya historia aún está por escribir.

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