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La noventa sinfonía

Pablo Díaz Cobiella

La verdad es que se hace complicado escribir un día como este lunes. Si en el último ‘sillón a sillón’ el respeto por sentarme en su silla, apoyarme en su mesa y observar lo que él observaba marcaban las palabras, ya se pueden imaginar lo que puede resultar en su noventa cumpleaños. Se estremecen las letras que voy pensando, mientras suena San Borondón de fondo. Sí, pongo siempre su música detrás de todo lo que hago, me es inmensamente necesario pues es casi la única forma de mantener un diálogo en el lugar donde esté, como una forma de atraer su vida, no su muerte, la vida que él dejó dentro de cada uno de nosotros.

El amor suena de la manera en que los chelos y violines van alzando una caricia constante entre sus cuerdas, más las manos que hacen eso posible. El amor dibuja de la manera en que el oboe fue imaginado entre sus pentagramas, sus padres y sus hermanos. El amor también, y finalmente, es alcanzado de la manera en que Wagner fue llamado a compartir el camino soñado hasta esa isla nuestra, creída, seguramente, para el desamparo de nuestra imaginación, un lugar al que es imposible llegar pero muy fácil acercar. Esto es San Borondón, la línea fina entre la ilusión y el amor. Creo que Luis convivió en ese territorio durante mucho tiempo, no me atrevería a decir que toda la vida porque esa frontera también requiere del dolor que dejaba entrar a pecho descubierto, y repleto de verdad.

Ya tenemos tus rosas amarillas preparadas para avanzar los escasos metros que nos separan. Mezcladas entre gerberas como si el amarillo gritara libre entre un encuentro de varios arcoiris, si existiera una sola forma de amar esta sería la tuya, y lo es.

Ya voy divisando la isla, abuelo, en cualquier lugar que pueda pensar, sentir, allí estará San Borondón. Si de verdad estás; salvajemente humano, hombre de poesía, amante inagotable, si de verdad eres, pisando sus tierras, haz ver el horizonte claro y confuso al mismo tiempo, haz ver cómo la imaginación a veces es lograda, haz ver la existencia tras la muerte que no es muerte sino vida, haz ver el reencuentro elegante y difuminado de dos almas que de puntillas bailan fundidos en una sola.

Me siento bienaventurado como diría tu amiga Elsa López, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque quedaremos saciados si dejan que Luis se preocupe de nosotros y nuestras causas nunca perdidas. Y Luis, creyente firme en la justicia, defensor de los pueblos, pacífico guerrero acorazado de amor y raciocinio, levantará su espada y acometerá molinos imposibles. Y aquellos que fuimos en su busca lo veremos cabalgar arenas negras, desnudo de rocín y sin adargas, confiado en la esperanza del hombre bueno por naturaleza.

Un final que no sé cómo se escribe, impensable y abierto como un abrazo y un beso en la frente, como lo da cualquier abuelo a su nieto, la ternura más triunfal. Ahora logro ver la sonrisa como si la mirada no tuviera un fin predispuesto a otro lugar y supiera que no existe el olvido, sino la continuación de lo último que hicimos juntos, cada veintitrés de marzo, sonreír.

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