La labor solidaria de una palmera en tierras de Perú

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Su lugar en el mundo está ahora en la Cordillera de los Andes, en Cusco, donde lleva doce años entregada en cuerpo y alma a un proyecto solidario. La palmera Raquel García Matías, natural de Breña Alta, dirige la casa de acogida para madres adolescentes Mantay en la que se considera la 'capital histórica' de Perú, situada a 3.400 metros de altitud. Trabajaba como enfermera en el Hospital Universitario de Canarias y decidió hacer un curso de medicina tropical para viajar a África como voluntaria pero “me resultó complicado porque pedían un nivel muy alto de idiomas que yo no lo tenía”, relata a LA PALMA AHORA.

Esta exigencia en el dominio de lenguas extranjeras le obligó a cambiar sus planes vitales. Recuerda que “en 1998 una amiga se fue a Perú para participar en un proyecto; yo probé durante seis meses como voluntaria, y cuando estaba en un hogar de niños abandonados entré en contacto con la problemática de las madres adolescentes, me enamoré, decidí quedarme allí y entonces nació Mantay”.

La casa de acogida para madres adolescentes fue impulsada por un peruano y tres españolas: Raquel García y otras dos cooperantes de Madrid y Barcelona. “En el 2004, ellas dos regresaron a España y ahora solo estamos el peruano y yo”, señala. “Nuestra historia comenzó en el año 2000 cuando nos encontramos cuatro personas en un mismo lugar, en Cusco, Perú, intentando destinar un tiempo de nuestras vidas a los que más nos necesitan, o intentando buscar ayuda para nosotros mismos, no lo sé”, según reza en la página web de la asociación (www.mantay.org).

Raquel García es en la actualidad la directora y administradora de la casa Mantay ('madre', en quechua), donde también residen sus dos hijas. “Acogemos a madres adolescentes de entre 12 y 18 años, que son derivadas por la fiscalía, el juzgado de familia o la policía de familia porque se encuentran en una situación de riesgo”, explica. “Las jóvenes tienen que estar embarazadas o tener ya el hijo, y cuando llegan a Mantay les damos alimentación, alojamiento, ropa, cuidados sanitarios, terapia psicológica, educación integral (maternal y básica) y capacitación técnica para que cuando salgan tengan un trabajo y puedan autosostenerse”, apunta.

La Casa Mantay de Cusco logra financiarse gracias a los fondos que recaudan asociaciones como Mantay La Palma y otras que se encuentran repartidas por distintos países. Otro porcentaje de ese dinero es “magia” y procede “de corazones que van pasando”, dice Raquel.

Las jóvenes madres de la casa Mantay le han enseñado a esta palmera vital y optimista “a vivir el día a día, a tener presente que he sido adolescente”. En este peculiar hogar de la Cordillera de los Andes reina “un ambiente muy alegre, nada aburrido, a pesar de que se viven circunstancias muy duras”, confiesa. “A lo largo del día los estados de ánimo varían desde el llanto hasta la risa, pero siempre hay algo nuevo, algo que hacer, algo divertido, muchas sonrisas”, afirma.

Para Raquel García, de momento, la casa de acogida Mantay “es mi lugar en el mundo”. No sabe si algún día volverá a La Palma, aunque reconoce que “echo de menos a mi familia y a mis amigos”. Cuando se le pregunta si está plenamente integrada en aquella comunidad, contesta: “La verdad es que no sé porque en Perú sigo siendo la gringa y aquí la peruana”.

Raquel se encuentra estos días en La Palma, y el próximo 28 de febrero regresará a su hogar en Cusco, donde seguirá prestando apoyo y seguridad a jóvenes madres sin refugio que atraviesen por circunstancia dramáticas. “Ahora mismo hay una tendencia de cambio de conciencia en el mundo, y la gente se va dando cuenta de que no hace falta ser millonario para aportar su granito de arena”, comenta con optimismo. “Me alucina la capacidad que tienen las personas para crear formas de juntar dinero y regalar a otros seres que no conocen con el objetivo de que tengan un mundo mejor”, indica.

El deseo de Raquel es que “crezcan los amigos de Mantay” y asegura que en la asociación “intentamos mantener un máximo de transparencia para que la gente recupere la fe en las ONGs y compruebe que de uno en uno se puede llegar a hacer una montaña”.

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