El 'Sí, puedo' del colegio del Pozo
Antes del Yes we can de Obama y del Sí se puede del movimiento 15 M llegó el Sí, puedo del colegio madrileño de educación especial Los Álamos. Primero fueron los padres y madres de los alumnos, que, ante la falta de recursos socio-educativos para sus hijos, todos con algún tipo de discapacidad intelectual, decidieron tomar las riendas de un centro que sus anteriores dueños daban por finalizado. Para poder gestionarlo, fundaron una asociación sin ánimo de lucro con un nombre que era toda una declaración de intenciones para ellos y sus hijos: Asociación ¡Sí, puedo!
Lograron un concierto con la Comunidad de Madrid y que les cedieran un antiguo instituto vacío en pleno barrio de Entrevías, en el distrito Puente de Vallecas, en la zona más conocida como el Pozo del Tío Raimundo. Doce años después, 91 alumnos de entre 6 y 21 años estudian en las aulas de Los Álamos, un centro que ha logrado abrirse al barrio, que lucha por que todos los estudiantes desarrollen todas las habilidades de las que son capaces, y más, y por una plena integración socio-laboral, que no siempre es posible.
“Los padres y madres que fundaron la asociación fueron unos auténticos valientes porque ninguno había trabajado antes en la gestión de un centro escolar”, explica Noelia Gallardo, actual directora gerente del centro. Lo que un principio empezó como un entidad formada también por los profesionales que impartían clases en el centro, pronto se dieron cuenta de que la gestión fluiría mejor si los profesionales estaban fuera de la Junta Rectora. Pero también quedó claro que la dirección pedagógica tendría absoluta independencia. “La cuestión pedagógica nunca la tocamos porque es un tema de los profesionales”, subraya el presidente de la Junta, y padre de una de las alumnas, Javier Pérez.
Personas con discapacidad leve o moderada
Las dimensiones del centro cedido les animaron a reinventarse y recomenzar un proyecto en el que las aulas no tienen más de ocho alumnos. Está centrado en personas con discapacidad leve o moderada, inteligencia límite y discapacidad social, “personas que no tienen discapacidad, pero que no han tenido los recursos que sí han tenido otros y acaban desarrollando una discapacidad intelectual o un trastorno de conducta”, como explica la directora pedagógica del centro, Mercedes Herrero. Detalla que en los centros ordinarios pueden ser estudiantes que van acumulando sanción tras sanción, expulsados casi de forma continuada en sus casas, lo que les va excluyendo cada vez más.
“Aquí no hay prisa por que adquieran conocimientos sino que los adquiera bien, que desarrollen otras capacidades y adquieran conocimientos funcionales”, señala la directora. Tienen tres programas en marcha: Educación Básica Obligatoria, para los que tienen entre 6 y 18 años y los programas de Transición de Vida Adulta (TVA) y Profesional, dirigidos a los que de entre 16 y 21 años.
Trabajan por proyectos, es decir, que son los propios alumnos los que se convierten en protagonistas de sus unidades didácticas enfocadas a lograr unos objetivos eespecíficos. En este curso, por ejemplo, el centro ha introducido en el programa de TVA -destinado a potenciar las capacidades ocupacionales y de autonomía del alumnado- un proyecto centrado en la restauración. En esta clase les toca acudir al mercado, preparar el menú y cocinarlo.
Cuando Eldiario.es visita el centro, la clase está en pleno momento de cocina en un día dedicado al filete empanado. “No sueltes el filete desde arriba, siempre hay que dejarlo en la sartén”, explica el profesor al alumno que está cocinando. El resto, sentado en la mesa de la cocina, mira atentamente mientras espera su turno para batir el huevo y rebozar la carne. “Aprenden a trabajar con alimentos y adquieren habilidades relacionadas con la hostelería, como servicios de mesa o almacén”, explica la directora gerente.
La gestión de un taller de estampación, de un kiosko de chucherías o un food-truck de cafés son otros de los proyectos en marcha, donde son los propios chavales los que se encargan de llamar al proveedor de gominolas cuando se acaban, de llevar el inventario de los productos que hacen falta o incluso de cobrar el café a los profesores que lo adquieren para su desayuno.
“Trabajamos en función de las necesidades de los chavales, con proyectos que les motiven y con objetivos coherentes adecuados a su etapa evolutiva”, subraya Herrero, quien explica que no se puede entrar a trabajar un proyecto sobre el euro si antes no hay habido unos conocimientos adquiridos de Matemáticas. Uno de los profesiones, Daniel Abarca, cuenta por qué Jonatán es siempre el encargado en estos proyectos de llevar las cuentas y cobrar los pedidos. “Las matemáticas siempre se le han dado muy bien”, explica. La directora gerente lo corrobora: “No hay manera de engañarle, siempre sabe lo que te tiene que cobrar y sabe perfectamente cuando le estás dando de menos”.
El trabajo con las familias también es fundamental. “De nada sirve que nosotros trabajemos en el aula con los estudiantes si después en casa hacen otra cosa”, cuenta Herrero, quien explica que generalmente los progenitores tienden a hacerles todo y ellos tratan de mostrarles que a un chaval de 17 años no puedes decirle qué se tiene que poner si lo que se busca es darle mayor autonomía. “Y poco a poco van viendo que claro que pueden”, subraya.
Sin limitaciones
Los padres, madres y profesores siguen al pie de la letra el nombre de la asociación y cada año presentan retos nuevos que tanto profesionales como progenitores se lanzan a por ellos. Si una profesora propone que el viaje de estudios sea en una playa de Cantabria haciendo surf, la dirección se lo presenta a la Junta Rectora y esta dice que adelante. Si un padre aficionado a los podcast plantea la posibilidad de participar en el programa Alumnos RadioActivos de la emisora municipal M-21, que ofrece a los alumnos madrileños la oportunidad de elaborar sus propios programas de radio, la dirección dice sí y los alumnos preparan los contenidos radiofónicos que luego ellos mismos locutan en un programa emitido recientemente.
Sin embargo, todas las habilidades, aprendizaje y autonomía que adquieren los estudiantes acaban en ocasiones aparcadas cuando salen del centro con 21 años, edad máxima hasta la que pueden estar. “La salida después del colegio son los Centros Ocupacionales o los Centros Especiales de Empleo, pero en los primeros solo entran los que tienen mayor grado de discapacidad que nuestros estudiantes y en los segundos no hay suficientes puestos”, se lamenta la directora pedagoga, quien explica que la única alternativa son centros ocupacionales privados, que no todas las familias pueden permitirse. El mismo colegio ha solicitado a la Consejería de Educación utilizar la tercera planta del centro -actualmente cerrada- como centro ocupacional pero la respuesta que reciben es que estos centros dependen de Empleo y el edificio solo tiene una cesión educativa.
“Tenemos dos ex alumnos que acabaron el año pasado y se pasan el día en casa, no tienen plaza en los centros públicos ocupacionales porque son autónomos y sus familias no pueden permitirse pagar un centro privado, por lo que todo lo que han aprendido estos años acaba aparcado”, explica Herrero. Señala que el principal problema es el desconocimiento que por parte de las empresas existe de las discapacidades mentales leves y moderadas. “El Síndrome de Down todo el mundo lo identifica, pero estas personas en muchos casos no tienen rasgos físicos pero sí una discapacidad que, al mismo tiempo, no les impide desempeñar ciertos tipos de trabajo”, afirma. El programa profesional que imparten, enfocado a servicios especiales y administrativos, cuenta con unas prácticas en empresas que cada año les cuesta encontrar. “Hay alumnos que son capaces de estar seis horas delante de un ordenador, actualizando datos, inventarios, repartiendo correo o gestionando archivos”, subraya.
En su opinión, hay muchas empresas que “perfectamente” podrían crear puestos de trabajo que los alumnos de Los Álamos y otros tantos podrían desempeñar pero aún hay mucho desconocimiento. En el programa de Alumnos RadioActivos elaborado por los estudiantes de Los Álamos, uno de ellos entrevistaba a Pedro, el profesor que desde hace cuatro años imparte el Programa Sobre Ruedas, donde los alumnos aprenden a arreglar y mantener bicicletas. El maestro explicaba que “la bicicleta es un símbolo de libertad y lo más ambicioso de este programa es lograr que algunos de ellos tengan una salida laboral”. Terminaba diciendo: “Algunos tienen cualidades para ello y por qué no algún día puedan entrar en un Decathlon a arreglar bicis”.