Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.
Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.
Hegemonía es, sin duda, el concepto que más han discutido militantes y dirigentes de las izquierdas de este país durante los últimos años. Curiosamente la derecha apenas usa, y mucho menos discute, este término y sin embargo es quien mejor lo comprende: son ellos quienes construyen hegemonía, y por tanto consiguen el consentimiento voluntario de la mayoría, en un proceso constante de reproducción social, en ocasiones de forma muy activa –como Thatcher y Reagan fulminando a la oposición de izquierdas a base de represión y creación de nuevos imaginarios colectivos– e incluso con la connivencia de las supuestas izquierdas –como durante la Transición española-.
La hegemonía (quizá deberíamos hablar de hegemonización) es un proceso que exige que naturalicemos prácticas, expectativas vitales e incluso las percepciones que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Gramsci comprendió esto a la perfección y teorizó sobre el fenómeno mucho antes de que lo hiciesen Bourdieu –con su habitus– o Foucault –con su biopoder–: el consentimiento, la hegemonía, se interiorizan, podríamos decir que se hacen carne. Pero la hegemonía no es un estado completo o un sistema, sino un proceso histórico que necesita ser constantemente renovado, recreado y defendido, un proceso que como nos recuerda Raymond Williams, también es constantemente resistido, limitado, alterado y cambiado por las presiones. En esa resistencia se juega el futuro, se juega la reproducción social, se juega en definitiva quién y sobre todo cómo ejerce el poder.
Quienes más han hablado de hegemonía últimamente actúan como si se tratara de algo que pudiera ser conquistado jugando mejor que el adversario, es decir, aceptando las reglas y conformándose con gestionar las estructuras en vez de cambiarlas desde la raíz. Pero los procesos se construyen –no se conquistan– y para cambiar su dirección de desarrollo estamos forzados a establecer nuevas reglas. Es decir, no se trata de encajar en el famoso “sentido común”, sino de cambiarlo; no de seducir con lo que sabemos que el público quiere escuchar, sino de convencerlo de la necesidad de aquello que aún parece imposible. El “sentido común” es un campo de batalla ideológico y desde el momento en que las clases populares (denominadas hoy en día con el genérico “gente”) toman conciencia de sus propios intereses, comienza una competición entre grupos y clases para hacerse con el liderazgo moral e intelectual de ese territorio.
La aguda crisis económica y social, es decir, las condiciones materiales, pusieron la primera piedra en la transformación del “sentido común”: la mayor sensibilidad ante los desahucios, la indignación frente a los recortes y la corrupción, el ansia de participación más allá de las elecciones… Los elementos, en fin, que dieron forma al 15M, pistoletazo de salida de la batalla por el liderazgo moral de un nuevo periodo en la historia de España. Elementos que, articulados ideológicamente, podrían haber supuesto un cambio real de régimen. Sin embargo, encauzados, articulados en una dirección conservadora, se están transformando en una suerte de regeneracionismo (o gatopardismo), en lo que ya se empieza a llamar segunda transición: otra vez la derecha construyendo hegemonía con mayor eficacia que la izquierda –que, admitámoslo, juega en desventaja-.
El muy gramsciano Manuel Vázquez Montalbán en uno de sus escritos subnormales usaba una metáfora futbolística para describir un momento parecido al actual:
[La burguesía] “estaba en condiciones de escoger el terreno de juego, el árbitro y sólo escapaba a sus previsiones el índice real de beneficio que conseguiría en cada competición. […] el resultado del partido sólo dependía de la capacidad de forcejeo del adversario que salía al terreno de juego peor vestido, mal alimentado, en posesión de un lenguaje de extranjería para los árbitros nacidos a imagen y semejanza del equipo ganador. La conciencia burguesa […] primero intentó acorralar al equipo rival en su área, lanzando zarpazos contra las desvalidas huestes. Después […] descubrió la posibilidad enorme de victoria que ya implicaba el que todo equipo antagonista se prestara a jugar a fútbol y no rompiera el esquema lógico intentando vencer a base de rugby”.
¿Hay alguien dispuesto a coger el balón con la mano?
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