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Mujeres juzgadas por dar biberón: “Hay algunos que te insinúan que si no das el pecho eres mala madre”

Madres con sus bebés.

Noemí López Trujillo

Mayo de 1985. Una mujer corre apurada hacia el hospital en el que está ingresado su bebé recién nacido, que habita en una incubadora. Le toca la siguiente toma y aunque intenta darle el pecho, el niño, furioso, se revuelve. Apenas come. Ella se ha pasado parte de la mañana extrayendo el alimento de su pecho con un sacaleches y lo ha introducido en un biberón que lleva en la mano. “Llego tarde”, se dice, y acelera. Al entrar se tropieza, se cae y el biberón se rompe, derramando el líquido. En el suelo, el reguero parece una vía láctea que da origen al desastre. “A la mierda, no puedo más”, piensa. La madre es la escritora Elvira Lindo, que recuerda aquella anécdota como el momento en el que decidió que no le daría de mamar a su hijo.

“En esa época me sentía un poco desamparada, el niño estaba en la incubadora y cuando me lo daban para mamar lloraba, no se agarraba al pecho. Yo había intentado dárselo de todas las maneras. En casa me veía con el sacaleches y me resultaba un poco humillante: yo sola y sin el niño en casa. Ahí pensé que dar el biberón sería más fácil para mí y así lo hice”. Elvira Lindo reconoce que no se sintió juzgada por esta decisión: “Me sentí sola en todos los aspectos, y por eso me pareció más llevadero el biberón. Dicen que dar de mamar crea un vínculo pero no creo que ese vínculo se resuma en dar de mamar de la teta. Yo estoy muy unida a mi hijo y creo que eso viene del amor que le di, de ocuparme de él”.

Muchas mujeres que optan por no dar el pecho se sienten juzgadas por el entorno: familiares, matronas, pediatras.... Los estudios sobre lactancia, que señalan los beneficios sobre la salud del bebé, son utilizados en ocasiones como arma arrojadiza contra las madres que emplean leche artificial. Sin embargo, la ciencia aún no ha podido probar los beneficios en el bebé a nivel cognitivo: un estudio de 2015 publicado en la revista científica PLOS ONE desmentía otro ensayo sobre el supuesto aumento de la inteligencia del recién nacido.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que “la lactancia materna reduce la mortalidad infantil y tiene beneficios sanitarios que llegan hasta la edad adulta”. De hecho, la OMS recomienda “no utilizar biberones, tetinas o chupetes”. Pero las recomendaciones referentes a la salud a menudo chocan con la realidad que vive cada madre. “No se debe crear una especie de religión, parece que quien no sigue todos los preceptos está infraalimentando al niño”, opina Elvira Lindo.

Ana Sierra es nutricionista y cuando dio a luz acabó optando por el biberón: “La lactancia no es tan fácil como nos la pintan. Yo intenté darle el pecho a mi hija, la primera semana lo hice. Pero me costaba muchísimo. La niña no se enganchaba, se pasaba una hora en cada pecho y enseguida tenía hambre”, rememora. Como nutricionista asegura que la leche materna es “inigualable”: “Jamás se puede asemejar una leche artificial a la materna, eso es así. Ahora bien, las leches artificiales contienen todos los nutrientes que un bebé necesita para crecer perfectamente. La diferencia es que el calostro [el primer líquido que segregan las mamas antes de la subida de la leche], por ejemplo, es muy rico en anticuerpos; además, la leche materna tiene la cantidad de hidratos y grasas necesarias para cada bebé”.

Hasta ahí la teoría, dice. Como nutricionista, Ana Sierra defiende que la calidad de la leche artificial es menor que la que produce una mujer que acaba de dar a luz. Pero como madre, ella decidió dar biberón. “A los pocos días de darle de mamar, se me agrietaron los pezones. El izquierdo se me partió en dos y cuando la niña chupaba, salía sangre. Era un dolor indescriptible. La niña no se enganchaba bien, yo seguía con los pechos muy hinchados y encima con los pezones muy doloridos. Tenía mucha ansiedad y no lo estaba pasando nada bien”, relata.

Su entorno, asegura, la presionaba para que no cesase en su empeño por dar de mamar, pero Ana ni siquiera disfrutaba de sus primeros días con su hija: “Mi madre me decía: 'Hija, como nutricionista ¿cómo se te va a ocurrir dar leche de bote?'. A mí solo me salía decir: '¡Es que no puedo!'”. Ahí es cuando decidió tomar la pastilla para que sus pechos no produjesen más leche y comenzó a darle el biberón a su hija: “Fue un alivio impresionante. Preparaba el bibe con una ilusión... Y la niña comía tan bien... Fue lo mejor que me pudo pasar en aquel momento”, explica. La nutricionista reconoce que algunos de sus compañeros, a los que considera “talibanes de la lactancia”, la juzgaron: “Hay algunos que te insinúan que si no das el pecho eres mala madre. Yo creo que cada madre debe hacer lo que cree mejor para el bebé pero también para sentirse bien ella. Y por suerte, a día de hoy, tenemos leches artificiales muy buenas”.

Hace tres meses que Lorena González dio a luz a su hija Claudia. Antes de que naciese, ya había decidido que le daría biberón. “Me tomé la pastilla para que no me subiese la leche porque lo tenía claro desde el primer momento. No me apetecía pasar por ese proceso, y además creo que si doy el biberón es una responsabilidad que puedo compartir con mi pareja, no que yo tengo que estar pendiente de levantarme cada dos horas para darle de comer o de sacarme la leche”, apunta. Lorena veía más ventajas en la leche artificial que en la suya propia: “Mi hija nació con bajo peso y hasta mi matrona me dijo que con biberón cogería peso más rápido”.

Con su discurso no pretende convencer a otras madres de que la tetina de plástico es mejor que el pecho: “A mí lo que me ha molestado realmente es lo juzgada que me he sentido. Hay gente muy entrometida y maleducada. Algunos conocidos que venían a ver al bebé me preguntaban: 'Huy, ¿y por qué no le das el pecho?', o '¿pero ni siquiera el calostro?, ¿sabes que es muy bueno?'. Al final hacía oídos sordos, pero hay mamás que realmente no pueden dar el pecho por algún problema de salud y a lo mejor es algo traumático para ellas. Si te inmiscuyes en su vida de esa manera la vas a hacer sentir mal y culpable”, apunta.

“Yo era mi peor juez”

Dar de mamar es un acto mitificado. En la Historia del Arte se ha representado a las Vírgenes de la Leche como transmisoras no solo de alimento, sino de religión (madres de la Iglesia). En las pinturas y esculturas clásicas dar el pecho es una forma de alimentar a la Humanidad, no solo con leche, sino transmitiendo identidad y civilización. El pecho femenino como símbolo primigenio de la vida, incluso de caridad. La fábula de Cimón y su hija Pero, representada numerosas veces bajo el título “Caridad romana”, cuenta la historia de un padre encarcelado y desnutrido que mama a escondidas la leche de su hija. La muchacha romana amamanta al progenitor y, al ser descubierta, el carcelero, movido por ese gesto compasivo, deja al hombre en libertad.

Sin embargo, aún hay personas que se escandalizan cuando dar de mamar se hace en un contexto mundano, como puede ser un centro comercial, una cafetería o una piscina pública. En agosto de 2013, Primark expulsaba de su local a una mujer por amamantar a su bebé; y en agosto de este año, a otra le prohibieron hacerlo en la piscina municipal de Cam Zam (Santa Coloma, Barcelona). Cuando la representación es humana (y real), y no una sublimación del acto de la alimentación en una obra de arte, muchas madres se sienten juzgadas. El pecho, como elemento sacralizado, parece que no debe exhibirse en público, sino quedar restringido al ámbito privado.

Pamela Espigares describe como “durísima” la lactancia. Ella dio el pecho a su bebé durante tres meses; después, el biberón. “Al principio no se agarraba, tenía que ponerme de mil maneras, posturas terribles, dolores de cervicales... Lo recuerdo como algo un poco traumático”.

Pamela estuvo a punto de desarrollar una mastitis (inflamación de la glándula mamaria) y cada vez que daba una toma, “el dolor era inaguantable”. “Me decía a mí misma: 'Tienes que seguir, esto es lo mejor para el bebé, no puedes no hacerlo'. Yo era mi peor juez. Los médicos y gente de mi alrededor, a pesar de que yo estaba destrozada, me decían: 'Sigue adelante, no te rindas, no lo dejes, inténtalo más'. Era abrumador”.

Durante tres meses le dio solo el pecho, y a partir de entonces decidió probar el biberón porque el crío cogía menos peso del indicado: “El progreso del niño no era el ideal y mi calidad de vida era deplorable. No dormía, tenía dolores insoportables y mucho mal humor”. La pediatra le dijo que alternase tomas (a veces pecho, a veces biberón), que no había ningún problema: “Noté una evolución brutal en mi familia. Yo estaba mucho más feliz, el niño engordó... Mi marido me decía: 'Olvídate de que el biberón es el demonio, el bebé va a estar perfecto, tienes que estar bien tú'. Decidí parar la lactancia y seguir solo con biberón”.

Pamela recuerda especialmente los chascarrillos ajenos a los que se tuvo que enfrentar: “Una vez colgué una foto en Facebook con mi hijo en un restaurante, en la mesa había un biberón y alguien comentó: 'Anda, ¿pero ya tan pronto le estás dando biberón?'. Parece que hay una competición por ver qué madre aguanta más dando el pecho”.

También juzgadas por dar de mamar

Sin embargo, también algunas mujeres que deciden dar pecho sienten que el entorno las somete a juicio. Es el caso de Elba. Su hijo tiene ahora seis años y hasta los cuatro le dio de mamar. “En determinados sitios, si das el pecho en público notas hostilidad. Y sobre todo es muy chocante que ver a un niño que ya camina y que aún sigue mamando. No era una cuestión alimentaria, sino un vínculo entre nosotros”.

Durante el embarazo, Elba leía estudios científicos sobre los beneficios de la lactancia y por eso decidió dar el pecho a su hijo: “Los comienzos fueron muy duros y todo mi entorno estaba en contra. El niño estaba muy delgadito y me decían que le diera el biberón, que no comía lo suficiente... Tuve mucha presión sobre todo de mi madre porque mis hermanos y yo fuimos niños de biberón y ella no lo entendía”.

A partir del año y medio, solo le daba el pecho en casa, como un gesto íntimo entre madre e hijo; con tres le explicó que el día en que cumpliese cuatro ya no podría amamantarle más: “Estaba un poco cansada, y aunque se creó un vínculo muy especial entre nosotros, sentía que ya era hora. Mi madre me decía que el niño ya era muy mayor, que ya estaba bien de dar el pecho”. Elba es clara en su posicionamiento: “Creo que lo que hay que decirle a las mujeres es que los comienzos de la maternidad son difíciles y estás vulnerable, así que cada una debe hacer lo que considere. Si es dar de mamar, adelante, y si quiere dar el biberón, también”.

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