Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Así nos metieron la monarquía y al rey Juan Carlos
Adolfo Suárez se echa la mano al corazón pero no para hacer una promesa por España, sino para tapar el micrófono y que no se recojan sus palabras:
—Pues es simplemente que la mayor parte de los jefes de Gobierno extranjeros me pedían un referéndum sobre monarquía o república…
—Claro, y eso era peligrosísimo en ese momento–, le interrumpe Victoria Prego dándole la razón a Suárez.
—Hacía encuestas y perdíamos–, desvela Adolfo Suárez.
—Claro–, apostilla de forma incisiva la biógrafa oficial de la Transición.
—Y era Felipe [González] el que les estaba pidiendo a los otros que lo pidieran. Entonces yo metí la palabra rey y la palabra monarquía en la ley [de Reforma Política] y así dije que había sido sometido a referéndum ya.
La conversación revelada este viernes por La Sexta Columna pertenece a una entrevista que Adolfo Suárez concedió a Victoria Prego en 1995. La conversación llega 21 años después de la entrevista y 40 años después de la aprobación de la Ley de Reforma Política por parte de las Cortes franquistas, ley con la que se abrió la puerta a la democracia y en la que Suárez había “metido” al rey para evitar una consulta expresa sobre monarquía o república.
“Las Cortes emanadas del régimen político vencedor en una cruenta conflagración civil han tendido voluntariamente un puente a los que un día fueron sus enemigos”, escribía hace hoy cuatro décadas el diario ABC al día siguiente de la votación. En el puente venían incluidos el rey y la monarquía. “Hacer posible que don Juan Carlos pueda ser el rey de todos los españoles. Este es el principal, el más relevante sentido de cuanto ocurrió ayer”, se leía en el periódico monárquico.
Suárez había prometido a sus colegas franquistas que el Partido Comunista no sería legalizado y que nadie respondería por los crímenes de la dictadura. La primera promesa la incumplió; la segunda está vigente y miles de desaparecidos siguen abandonados en las cunetas.
En diciembre de 1976 la ley fue refrendada por la ciudadanía. Los españoles habían apostado por abandonar la dictadura pero en el paquete de la democracia les habían “metido” la monarquía (entre otras muchas cosas). El heredero de la dictadura nombrado por Franco en 1969 había logrado sobrevivir para comandar la democracia parlamentaria sin que la ciudadanía hubiera podido depositar en una urna la palabra república. Sin que se desbocara la Transición.
El Gobierno de Adolfo Suárez hacía encuestas y la monarquía perdía. La mejor forma de ganar era que el pueblo no tomase la palabra. Los reformistas del régimen eran suficientemente sabios como para decidir en nombre de la ciudadanía y evitar el riesgo de una ruptura. Como es sabido España siempre vota mal salvo cuando vota bien.
Los pocos segundos que dura la conversación revelan algo más que la propia confesión sobre la jugada monárquica. Cuando Suárez tapa el micrófono, cabe preguntarse cuántas veces los paladines de la Transición se han tapado los micrófonos sobre lo ocurrido en aquellos años y cuántas veces los medios permitieron que sus micrófonos fueran tapados para no poner en cuestión la versión oficial. El relato de la Transición fue durante décadas unívoco, granítico y perfecto, un drama de Hollywood con héroes y villanos arquetípicos que desembocaba en un emotivo final feliz cuando el rey Juan Carlos desbarataba el golpe de Estado de su amigo Alfonso Armada.
Para conocer los detalles turbios de la vida y negocios de la monarquía hubo que esperar a que el bipartidismo empezara a tambalearse.
“Eso era peligroso en ese momento”, le dijo Prego a Suárez hace 21 años. ¿Y 40 años después sigue siendo todavía peligroso? Los propagandistas de la Transición defienden que el acuerdo entre el franquismo y la oposición democrática fue el mejor de los posibles en unos tiempos de grandes tensiones en los que sobrevolaba la amenaza de los viejos fachas y el Ejército.
Pero entonces, ¿por qué 40 años después –cuando esos mismos propagandistas dicen que España es una democracia madura y consolidada– no podemos abordar lo que quedó pendiente en su día para no enfurecer a los fascistas? ¿Por qué 40 años después siguen impunes delitos de lesa humanidad cometidos durante el franquismo? ¿Por qué es tan complicado recuperar los cuerpos de los asesinados por el franquismo? ¿Por qué cuesta tanto atender a las víctimas que reclaman verdad y reparación? ¿Por qué es legal la apología del terrorismo franquista? ¿Por qué es tan incómodo hablar del origen ilegítimo y delictivo de la riqueza de determinadas familias y empresas? ¿Por qué?
La respuesta la dio el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando le preguntaron por la decisión del Ayuntamiento de Pamplona de exhumar los restos de los generales golpistas Mola y Sanjurjo: “Algunos pretenden ganar la guerra civil 40 o no sé cuántos años después haber terminado”. Para algo la ganamos, le faltó decir.
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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.