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Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

Paco Roca: “Me gustaría narrar de otras maneras, encontrar una nueva forma de expresión en primera persona”

El dibujante valenciano Paco Roca. | REVISTA AMBERES

Mario González-Linares

Paco Roca (Valencia, 1969) es autor de cómic e ilustrador. Los inicios de su carrera profesional estuvieron enmarcados en el ámbito de la publicidad, aunque no por ello renunciaría a su verdadera vocación: el tebeo. Sus primeras historias como dibujante encontraron acomodo en las páginas de revistas especializadas y en forma álbumes como El juego lúgubre (2001) o El Faro (2004).

En 2007 publicó Arrugas, novela gráfica por la que fue galardonado con el Premio Nacional de Cómic 2008. De entre su obra destacan los títulos El invierno del dibujante (2010), Memorias de un hombre en pijama (2011), Los surcos del azar (2013) y La casa (2015). En 2011 ilustró La metamorfosis, de Franz Kafka.

Su obra ha sido adaptada al cine en formato de animación, como ya sucediera con Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011), por la que obtuvo el Goya al Mejor Guión Adaptado, y de nuevo con Memorias de un hombre en pijama (Carlos Fernández de Vigo, 2017), que cuenta con Raúl Arévalo en el papel protagonista.

¿De dónde proviene tu pasión por el cómic?

Como a todos los críos, me encantaba dibujar, y en mi casa la verdad es que había bastantes tebeos de Bruguera. Mi hermano mayor tenía muchos cómics de Mortadelo, de Zipi y Zape y de todas sus revistas.

Desde el principio me interesó dibujar y contar historias: me gustaba tanto una cosa como la otra. Me gustaba también la animación, los dibujos animados, pero lógicamente el hacerlos no está al alcance de cualquier niño. Así que acabé yendo por este camino en el que podía desarrollar esas dos cosas -contar historias y dibujar- y unirlas.

No me alargo demasiado, pero creo que todavía se mantiene el motivo por el que me gustaba hacer cómics. Soy de la generación a la que La Guerra de las Galaxias le marcó mucho, y como era un tiempo en el que no podías ir al cine todos los días ni ver la película cuando quisieras -porque a saber cuándo la emitían por televisión-, la única forma que tuve de hacerla mía y de volver a revivir lo que a mí me había parecido especial fue dibujarlo. En cierta forma, esa motivación de revivir por medio del cómic lo que para mí es especial sigue estando presente. Es una forma de reflexionar, de hacer mía una historia o de revivir momentos que son felices o a veces tristes, como en La casa.

Aunque estudiaste Artes y Oficios en Valencia, te consideras un artista autodidacta. ¿Qué proceso de aprendizaje seguiste hasta configurar una identidad propia como autor?

Creo que casi todos los autores de cierta generación somos autodidactas. Yo estudié en diseño gráfico como dices, en donde nos formábamos en ilustración y tuvimos una asignatura de historia del cómic durante un año. Entonces, más o menos, pude leer algo, ver un poco cómo funcionaba la profesión de dibujante. Pero sobre todo fue gracias a los amigos con los me fui juntando allí y con los que compartía unas mismas aficiones, que en ese momento eran las relacionadas con el cómic. Lo que uno no leía, lo leía el otro, y esa fue realmente la escuela de cómic, en la que durante cinco años leí muchísimo y cosas muy diferentes. También vi mucho cine y demás, pero creo que esa parte es muy importante: meterte en fanzines, conocer a gente que había en ese momento en Valencia, a los autores de la Escuela Valenciana, a Mique Beltrán, a Micharmut, a Sento.

Digamos que todo eso para mí fue fundamental, y luego todo lo que tú haces por tu lado. Creo que este tipo de profesiones -como el cine, la literatura y el cómic- tienen mucho de leer, de ver, de conocer tu medio y, sobre todo, de levantar la cabeza de tu medio y ver cómo otras disciplinas que se enfrentan a lo mismo, que es contar historias, utilizan sus herramientas. De eso se aprende mucho. En mi caso ha sido un poco conocer el medio, conocer otros medios y el posicionarme, es decir, el saber qué tipo de historias quiero contar o cómo veo la vida. Imagino que eso va unido un poco a la madurez de cada uno como persona. Vas cambiando tus gustos: al principio te interesa una cosa y luego te pueden gustar géneros, volverte más reflexivo o que te interesen otro tipo de temas. Creo que, según vas madurando como persona, también van madurando tu estilo y tu forma de hacer cómics.

Debutaste en la revista Kiss Comix en 1994 y desde allí diste el salto a la legendaria El Víbora. ¿Cómo fueron aquellos primeros años de trayectoria?Kiss ComixEl Víbora

Los recuerdo muy bien porque fueron muy entrañables. Yo venía de la publicidad, en la que había estado trabajando desde los diecisiete años haciendo storyboards, ilustración... Luego monté mi propio estudio, pero estaba ya muy agobiado de lo que eran el ritmo y la mentalidad de la publicidad. Acabas haciendo cosas que no compartes, y quería recuperar mi sueño infantil, que era dibujar cómics, pero ya habían desaparecido prácticamente todas las revistas que había en los ochenta. Solamente quedaban El Víbora y Kiss.

En El Víbora era muy complicado entrar, porque había muchísimos autores nacionales e internacionales; el Kiss era más sencillo. Entonces probé, hice unas páginas y encajaron bien, porque más o menos me pedían lo mismo que en publicidad. Yo hacía un tipo de ilustración que era muy realista. Empecé trabajando con aerógrafo y luego me pasé al ordenador, y era todo como muy volumétrico, lo que encajaba muy bien en las cosas que hacía para Famosa. Trabajaba haciendo los Pinypon, Nenuco y todo esto, y todo tenía que ser blandito y volumétrico. Eso encajaba también perfectamente con lo que me pedían en Kiss Comix, que era que las chicas fueran voluminosas, volumétricas, que se pudiesen tocar. Empecé ahí y creo que fue el gran salto.

Hasta ese momento tenía mil proyectos que jamás terminaba. Empezaba uno y lo dejaba, hacía el diseño de personajes, probaba diferentes estilos -«ahora voy a hacer la página con pincel», «con plumilla», «ahora a lápiz»-; pero cuando tienes un encargo, se te quita la tontería. Ya es «bueno, pues ya está, tengo que entregar tal día, así que esto es lo que tengo que hacer». Y no es lo mejor. Posiblemente esas páginas las hubiese roto y las hubiese seguido haciendo, pero tener una fecha te obliga a ser profesional. Al final te vuelves profesional por eso, por tener una fecha de encargo.

Para mí fue muy útil conocer a gente dentro de la revista. De ahí di el paso a El Víbora, y también fue un poco ir probando cosas: el estilo, la narrativa, hacia dónde quieres ir. Por eso fue una época muy importante para mí, y la gente de El Víbora era encantadora.

 Después del lanzamiento de varios álbumes e historias breves, publicas Arrugas, por la que recibes el Premio Nacional de Cómic de 2008. ¿Qué representó para tu carrera la obtención de este reconocimiento?Arrugas

En cierto modo cambió mi vida. Hasta ese momento, todo lo que había hecho había pasado bastante desapercibido. Seguía trabajando en publicidad. Trabajaba media jornada en publicidad y media jornada haciendo cómics, y a partir de Arrugas pude vivir únicamente de los cómics. También logró lo que todos queremos en cierta forma, el tener una especie de foco encima de ti que hace que todo lo que produces sea más o menos mediático. Es muy frustrante estar trabajando durante años en un libro -sea lo que sea- y que luego pase desapercibido en la librería, que esté un mes como novedad, desaparezca, y ahí acabe todo. Sin embargo, gracias a Arrugas, todo lo que he hecho después, e incluso lo que había hecho antes y fue reeditado, se vendió mucho más de lo que se había vendido hasta entonces. A partir de ahí siempre he tenido mucha atención cada vez que he sacado algo, y eso ha hecho que mi trabajo tenga muchísima más visibilidad. También es verdad que Arrugas me ha posicionado en un lugar en el que puedo hacer más o menos lo que quiero y al ritmo que quiero. Arrugas trascendió el mundo del cómic, y eso hizo que mis fronteras se abriesen mucho más allá de lo que es el público habitual de tebeos, que es muy limitado.

Arrugas, El invierno del dibujante, Los surcos del azar, La casa... La memoria parece ocupar un lugar de excepción en tu trabajo. Pero además del recuerdo del pasado histórico y sentimental, ¿cuáles dirías que son los temas fundamentales que recorren tu obra?El invierno del dibujanteLos surcos del azarLa casa

Creo que en el fondo siempre son las mismas historias. Dicen que los autores sólo tienen un tema, y en cierta forma es así. Acabas contando una y otra vez lo mismo, o bien hablando de la memoria, o bien con los mismos personajes. Siempre son personajes que luchan estoicamente ante una adversidad que no pueden superar, pero que lo hacen dignamente. Y eso ocurre con el personaje de Emilio y el alzhéimer. Sabe que no hay victoria sobre eso, pero él va a luchar y lo va a hacer con dignidad hasta el final. Ocurre con El invierno del dibujante, con esos dibujantes que luchan contra una dictadura y contra una gran editorial y pierden, pero que lo han intentado y lo han hecho dignamente. Ocurre en Los surcos, en cierta manera también en La casa. Creo que se va repitiendo siempre. Puedo adornarlo, puedo vestirlo de diferentes maneras, pero siempre estoy hablando, por un lado, de la búsqueda de la identidad, y por otro, de ese tipo de personajes un poco quijotescos que siempre luchan contra algo superior a ellos, pero aunque sepan que van a perder, lo hacen con dignidad.

La documentación tiene un enorme peso en tu trabajo, como ponen de manifiesto las obras El invierno del dibujante o Los surcos del azar. ¿Qué problemáticas enfrentas como narrador en el conflicto entre realidad y ficción?El invierno del dibujanteLos surcos del azar

Depende de qué tipo de historia sea. Sí es verdad que hay un punto en el que tienes que equilibrar ambas cosas. Tienes que hacer una historia interesante y, al mismo tiempo, ser riguroso con lo que estás contando, con lo cual a veces debes tomarte ciertas licencias o novelar las cosas saliéndote un poco de lo que sabes que es real. Ahí existe un pequeño margen en el que moverte.

Por ejemplo, en el caso de Los surcos del azar, me di poco margen para la ficción, al menos en la parte sobre el pasado -sobre lo que era La Nueve-, e intenté ceñirme mucho a la realidad, aunque perdiese épica. Y de hecho no me importaba eso: si el protagonista es el ayudante de una sección, nunca va a estar en un sitio donde esa sección no estuviese. Había acciones de La Nueve que eran interesantes y épicas, pero no las metí porque mi protagonista no estaba en la misma sección que esos otros componentes de La Nueve. La entrada en París, por ejemplo, no es para nada épica. No pegan prácticamente ni un tiro, y el único tiro que pegan es fuego amigo. Podría haber metido algunas cosas, y de hecho hay teorías sobre formas más épicas en que La Nueve entró en París, pero me parecía que tenía que ceñirme mucho a la realidad aunque perdiese novelización. Quería estar más cerca del documental que de una obra a lo Hazañas Bélicas.

Sin embargo, en otras, como El invierno del dibujante, puedes especular un poco más, novelar en cierta forma lo que ocurrió con los personajes, porque prácticamente todo se reduce a lo que tú crees y a la opinión de cada uno de ellos. Pero sí que es verdad que siempre es un problema: tienes que sopesar las dos cosas, ver con qué te quedas o qué parte le va a interesar más al lector y con qué otra parte piensas que tienes que ser fiel a la realidad.

También te das cuenta de que la historia no son matemáticas, de que no es una única historia. En ciertas cosas puedes llegar a una máxima, a un «esto es así», pero en la mayoría de los casos nunca hay un acuerdo. De hecho, lo vemos continuamente en algo tan cercano como la Guerra Civil española. A pesar de que hay datos objetivos, es imposible que los historiadores se pongan de acuerdo en cosas muy básicas. Todavía te encuentras con defensores del golpe de Estado, detractores del golpe de Estado, de algún bando, revisionistas... Y parece que cualquiera puede dar su opinión. Está claro que hay historiadores serios y otros que no lo son, pero comprendes que la historia no es una ciencia exacta.

¿Qué lugar ocupa la ilustración en tu desempeño profesional? ¿Qué diferencias encuentras entre tu labor como historietista y tu trabajo como ilustrador?

La diferencia es que la ilustración te permite una mayor libertad. Hacer un cómic suele ser un trabajo largo, de años, y, por lo menos en mi caso, me da poco recorrido para las variaciones. Tienes que ser coherente con el estilo de principio a fin, y a veces eres menos arriesgado en el grafismo que vas a utilizar. Sin embargo, cada ilustración es un mundo, y puedes desarrollar cosas nuevas que no te atreverías a hacer en un cómic, con lo cual se convierte en una ventana de aire fresco en mitad de un proyecto. Está bien, porque en mitad de un libro que te lleva años, estas ilustraciones son como «bah, ahora voy a probar a hacer algo en este estilo» o «a ver qué sale de aquí». Son cosas que en un cómic no puedes hacer.

Por otro lado, es una parte importante en la economía. Vivir de la cultura es muy complicado en la literatura, en el cine y, por supuesto, en el cómic, que tiene menos lectores que la primera. Tienes que buscar otras cosas que te ayuden a subsistir, y la pata de la economía que tenemos los dibujantes de cómic es la ilustración. Hacemos ilustración publicitaria, ilustración editorial o cualquier cosa que nos mantenga en esos años en los que estamos trabajando en un proyecto. Te da una cierta solvencia económica el hacer otras cosas. Pero, como digo, también viene bien para oxigenar la cabeza.

Es verdad que con el tiempo he podido vivir mejor de los cómics y necesito menos la ilustración, pero me gusta ilustrar y quiero seguir haciéndolo. Lo que sí he conseguido es elegir los proyectos, y cosas que quizás antes hacía, sobre todo cuando trabajaba en publicidad, ahora intento no hacerlas. Ahora puedo elegir y puedo intentar, dentro de lo que cabe, ser coherente con mis creencias y decir «bueno, pues este proyecto no lo cojo porque no creo en lo que estoy vendiendo». Pero me parece que la ilustración es algo necesario económicamente y como campo de experimentación a la hora de trabajar.

El mundo del cómic se ha visto lastrado por la pervivencia de una serie de prejuicios asociados al mismo, como su supuesto carácter infantil o su estima como una forma de expresión menor. ¿Qué consideración social crees que tiene el tebeo en la actualidad?

Yo creo que ha ido mejorando con el tiempo, sobre todo a partir de la novela gráfica. Antes era muy difícil enganchar a lectores ajenos al mundo del cómic, porque prácticamente todo lo que había eran series, y muchas estaban abiertas. Enganchar a alguien a partir de Watchmen, de El Incal o de ciertas cosas, es muy complicado, porque necesitas conocer todo el medio para poder disfrutar de una obra en concreto. Con la novela gráfica eso cambia, porque casi todas las obras son autoconclusivas. No tienes que conocer el medio. Puedes leer Maus y disfrutarlo al cien por cien sin haber leído un cómic. Está claro que hay obras que requieren un cierto nivel de cultura sobre el tebeo, pero la mayoría de ellas puedes disfrutarlas sin haber leído ningún otro cómic.

Creo que eso ha hecho que haya un tipo de público nuevo que ha encontrado temas de interés. La percepción de la gente empieza a cambiar gracias a este acercamiento por el camino de la novela gráfica hacia lo que es el cómic. Todavía hay mucha gente con prejuicios, pero es gente muy especial o que realmente nunca va a ser lectora ni de cómics ni posiblemente de libros. Pero sí que es cierto que hemos conseguido un público mucho más generalista que el que existía antes. Ahora los lectores de cómic son hombres, mujeres -que eran una cosa extraña en el mundo del cómic-, personas adultas, personas mayores, gente joven. Se ha generalizado y es un público como el que lee novela. Ya no es un público muy concreto que siempre había leído cómics y que devoraba cualquier cosa.

De algún modo se ha naturalizado.

Sí, y gracias a eso y a los medios, ahora goza de un respeto que quizá antes no tenía. Aunque haya habido momentos en los que el cómic vendía más, como por ejemplo en los tiempos de Bruguera o en los de las revistas en los quioscos. Se vendía más, pero yo creo que nunca ha sido un público tan generalista como en la actualidad ni ha tenido el respeto que tiene ahora por parte de los medios, de la crítica y de museos, universidades y demás. Ahora el cómic te lo puedes encontrar en las escuelas, en la universidad; hay charlas en mil sitios. Digamos que este tipo de cosas hace años no pasaban.

Tras el éxito de Memorias de un hombre en pijama y Andanzas de un hombre en pijama, cierras tu trilogía con la publicación de Confesiones de un hombre en pijama (Astiberri, 2017). A lo largo de estos últimos años, tu álter ego parece haberse erigido en el más icónico de tus personajes. ¿Cómo ha evolucionado tu relación con él?Memorias de un hombre en pijamaAndanzas de un hombre en pijamaConfesiones de un hombre en pijama

Es curioso, porque siempre he huido un poco de las series y de sus personajes. Me parecen cosa no de otra época, pero sí de otro tipo de cómic que ahora me es más ajeno. Y al final, como tú dices, he caído en eso precisamente con un personaje que soy yo mismo.

En su momento me sirvió de mucho para tener una voz en primera persona, para poder narrar en primera persona dentro de un periódico y reflexionar sobre lo que me apetecía. Pero, para lo bueno o para lo malo, lo vestí en pijama, lo que lo convirtió en un personaje en cierta forma estereotipado. Y eso, a la larga, me limitó no en lo que podía contar, pero sí en la forma de contarlo, lo cual me ha servido también para narrar de una forma más simbólica en ocasiones.

Creo que todo lo que he podido experimentar haciendo la serie -sobre todo en Andanzas... y Confesiones...- me ha servido para quitarme ciertos complejos de encima, cierta manera cuadriculada de ver el cómic como narración cinematográfica. Por otro lado, el humor ha hecho más digeribles y menos pretenciosas muchas de las entregas, porque a veces acabas tocando temas que no dominas y sobre los que das tu opinión. El humor lo convierte en algo mucho más ligero.

Pero sí que es verdad que acabé un poco cansado del personaje, y ese es uno de los motivos para terminar con él, el pensar que me gustaría narrar de otras maneras, encontrar otra forma de expresión en primera persona que no sea en pijama.

¿Qué otros proyectos se dibujan en el horizonte de Paco Roca?

Tengo prácticamente terminado un proyecto que saldrá a finales de noviembre y se titula La encrucijada. Es un libro-disco que he hecho con José Manuel Casañ, el cantante del grupo Seguridad Social. Somos amigos desde hace años y queríamos hacer algo juntos. A él le gustan los cómics y yo no puedo vivir sin la música, por lo que pensamos en hacer algo que no fuera lo típico de ilustrar unas canciones. Durante cuatro años quedamos y nos aportamos ideas sobre lo que tenía que ser cada canción. El disco es un recorrido por la música -blues, country, rockabilly...- que va avanzando. Decidimos qué estilo íbamos a usar, cuál podía ser el equivalente en dibujo por la época -por el grafismo- y de qué podía ir cada canción. A partir de ahí, él hacía la canción y yo el relato.

Para hacer esto estuvimos quedando para comer, como digo, cerca de cuatro años, en los que fui grabando las conversaciones. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que casi me interesaban menos los relatos en sí -que eran algo que en cierta forma ya se ha hecho en el mundo del cómic-, y más el resto de la conversación que manteníamos. Hablábamos de cómo empezó en el mundo de la música, de cómo eran las cosas en la industria discográfica de los ochenta, de cómo crea las canciones; y también de cómo fue perdiendo el empuje, de cómo es el mundo del espectáculo. Hablábamos de cómics, de cómo es mi día a día, de cómo me enfrento a la página en blanco, de las cosas que me gustan y de las que no.

Al final es de lo que trata el libro, y eso que en principio iba a ser, aquellos relatos basados en o unidos a las canciones, son la separación entre capítulo y capítulo.

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