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“A veces el cuerpo duele, pero todo se ve recompensado en el escenario”

Espectáculo en el que participa la bailarina Cristina Casa.

Rubén Alonso

Cristina Casa, bailarina madrileña de la Compañía Nacional de Danza dirigida por José Carlos Martínez, comenzó su trayectoria muy joven: se formó siendo una niña en la Escuela África Guzmán y continuó sus estudios en Nueva York. Asegura quela suya es una profesión “muy sacrificada”, pero que lo más gratificante es “demostrar en el escenario el trabajo perfeccionado durante meses, siempre con pasión”. Actuará el 22 de abril en el Palacio de Festivales de Santander, donde participará en el estreno de tres obras del coreógrafo William Forsythe. Pone de manifiesto que la danza está “un poco mal llevada” en el panorama cultural español. Destaca que “se está haciendo una gran labor” y señala que “es una pena” que “vayamos a rebufo de otros países europeos”. 

¿Cómo empezó a bailar? ¿Fue algo vocacional?

Sí, empecé a bailar con cinco años. En mi familia no se sabía nada de la profesión, fue algo que vi de repente un día y dije: “Yo quiero hacer eso, yo quiero bailar”. Ya lo hacía con mi madre, con la música del telediario, no paraba en casa, simulaba actuaciones y que les cobraba las entradas... [Ríe]. Gracias a mis padres fue cada vez a más. Comencé en una escuela pequeña, después fui a Madrid a África Guzmán y a partir de ahí hice varios cursos en Nueva York. Además, participé en concursos y gracias a ellos me dieron una beca con la que pude continuar mis estudios en el Conservatorio en Londres. Salió todo un poco rodado, pero siempre a fuerza de querer aprender mucho y avanzar. 

¿Cuáles son los requisitos para ser un buen bailarín o bailarina?

En mi opinión, ser inteligente. Se pueden tener muchas cualidades físicas, pero si no hay inteligencia y una constancia de trabajo es muy difícil. Puedes tener la pierna muy alta, pero si no sabes cómo trabajar con ella te puedes lesionar muy rápido. Tienes que saber cada día lo que tienes que hacer. No puedes darle mucha caña a tu cuerpo un día y otro no hacer nada. Está claro que tiene que haber un técnica y unas cualidades, pero es necesaria siempre la constancia, la inteligencia y el trabajo. Para mí eso es lo más importante. 

¿Cómo es el día a día de una bailarina?

Me levanto, desayuno bien, llego a mi clase a las 9.30 horas para calentar y poner los músculos a tono. La clase empieza a las 10.15 horas y en ella trabajamos las partes de la técnica que son necesarias para que salgan bien las coreografías. Normalmente dura hora y media. Después, a las 11.30 horas, comienza una jornada de ensayos hasta las 16.15 o 17.30 horas, dependiendo del tiempo que necesitemos. En medio, sobre las dos de la tarde, tenemos media hora para comer. Los días de actuación son todavía más duros porque nos solemos marchar de casa a las diez de la mañana y no volvemos hasta las once o doce de la noche, ya que las actuaciones suelen ser a las ocho.

Por lo que cuenta, y por la percepción que se tiene habitualmente desde fuera, es una profesión muy sacrificada, ¿no es así?

Sí, es sacrificada. Sobre todo en los años en los que el bailarín es más joven. Los niños no pueden ir a fiestas o a cumpleaños, por ejemplo. En mi caso, no he sentido esa necesidad de decir: “No voy a ballet y voy a la fiesta”. Para mí la fiesta era ir a ballet [Ríe]. Era un poco extraño, pero a la vez bonito. Ahora, cuando eres mayor, a veces duele el cuerpo, y es la parte más dura, pero todo se ve recompensado cuando sales al escenario y haces tu trabajo. Es pasión, sin ella no estaríamos aquí. 

Precisamente, ¿qué es lo más gratificante y lo más frustrante del trabajo?

Lo más gratificante es demostrar el trabajo que has estado perfeccionando durante meses en la sala, para después sentir ese momento que no va a volverse a repetir. Nuestro caso no es como el de los cantantes que pueden hacer playback o el de los actores que repiten tomas. Lo nuestro es en el momento y por eso el público lo aprecia mucho, es en directo y es real. Lo que está pasando no lo van a volver a ver igual, y por eso está muy lleno de emociones. Lo más frustrante, no sé, me cuesta [Ríe]. Cuando tu cuerpo te dice: “No puedo más, me duele la pierna”. Tu cabeza quiere, pero hay algo físico que no te deja seguir y tienes que parar. En esa situación tienes que saber gestionarte a ti mismo y, si algo no sale bien, saberte perdonar. En conjunto, encuentro más cosas positivas que negativas. 

¿Qué papel juega la danza en el panorama cultural español?

A mi juicio está un poco mal llevada. Es una pena porque ahora, con la Compañía Nacional, José Carlos Martínez está haciendo una gran labor. Se está bailando clásico, moderno y contemporáneo; se hace todo lo que se puede con un mínimo presupuesto. Es una pena comparado con otros países europeos, pero siempre vamos a rebufo de otros. 

¿Qué diferencias nota de interés o tratamiento?

En lo que respecta al público, en España me parece que es buenísmo, que sabe lo que quiere ver y que entiende lo que está viendo. Es la misma percepción que tengo fuera, por lo que no encuentro diferencia. La única, que el español es bastante más efusivo [ríe]. Respecto a las instituciones, yo he trabajado en Bélgica últimamente y te puedo decir que los políticos tampoco tenían ni idea. Lo que pasa que se contaba con un poquito más de presupuesto, que ayuda a la hora de hacer coreografías, producciones, contrataciones de coreógrafos, escenografías... El dinero ayuda o te deja atrás.

En Santander presentará el estreno de tres obras del coreógrafo William Forsythe. ¿Qué destacaría de ellas?

Creo que va a ser un programa muy intenso y con mucha energía. Son coreografías muy rápidas, con movimientos modernos y personales. Este coreógrafo es maravilloso y tenemos muchas ganas de aprender y de sacarle jugo a este trabajo. 

¿Qué retos personales se marca para el futuro?

Mi reto personal es seguir bailando, disfrutar de mi día a día y absorber todo lo que mi cuerpo me deje. Sobre todo disfrutar. 

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