La historia de un ‘secuestro’ laboral
“Aquí hemos visto de todo. Yo he pasado tres o cuatro veces por esto y siempre es lo mismo: nos engañan continuamente”. José Antonio Terán es uno de los veteranos de la fundición Greyco. A sus 55 años, lleva más de tres décadas como empleado de esta factoría situada en el municipio cántabro de San Felices de Buelna. Desde el pasado 19 de enero, junto al resto de sus compañeros, pasa doce horas diarias en la portilla de la fábrica.
La huelga que iniciaron de forma unánime para exigir el pago de sus salarios –no cobran desde el mes de noviembre– y reclamar inversiones a los propietarios navarros de Frenos Iruña avanza en su séptima semana con los trabajadores cada vez más preocupados por su futuro. Son 45 días consecutivos en la calle que comienzan a hacer mella incluso en los más optimistas. Esta semana consiguieron recabar el apoyo de todo el arco político en el Pleno del Parlamento de Cantabria. “Es un gesto. Palabras bonitas, pero pocos hechos”, según los trabajadores.
La mañana en la recta de San Felices transcurre entre corrillos, soportando el frío bajo un toldo que les ha protegido también de las recientes nevadas. El aliento de los vecinos de la zona los mantiene unidos. Los bares y restaurantes cercanos les hacen llegar pinchos de tortilla o bocadillos de jamón, caldos o refrescos. Así, comentan las últimas novedades publicadas en la prensa sobre su futuro. “Lo que no puede ser es que nos enteremos por la prensa”, lamenta Francisco González, el presidente del comité de empresa. Les ha costado mucho hacerse oír y todavía cuestionan el comportamiento del Gobierno de Cantabria. “Nos han recibido tarde y mal”, ratifica. La empresa pública Sodercan, dependiente de la Consejería de Industria, se ha comprometido a interceder con Frenos Iruña y a implicarse en la búsqueda de inversores. La cercanía de las elecciones preocupa en la plantilla, porque no quieren convertirse en un objeto arrojadizo que los partidos se tiren a la cara durante la campaña.
A primera vista, el mensaje es unitario y las impresiones de la plantilla son similares: están al límite de sus fuerzas y sus recursos se agotan. La situación de la empresa es “crítica”, Greyco está al borde de la liquidación. Según avanza la mañana y se suceden las conversaciones, las diferencias comienzan a aflorar. Tienen que ver, sobre todo, con el perfil de los trabajadores.
Los más jóvenes tienen hipotecas, hijos a su cargo y muchos recibos pendientes. Los veteranos tienen claro que su futuro fuera de la empresa está plagado de incógnitas y abogan por una resolución que les permita alcanzar la edad de jubilación sin excesivos agobios. “Yo tengo esperanzas de que se arregle. Parece que hay inversores y empresas interesadas. ¿Dónde voy a ir? Si no hay trabajo para los de 30, qué va a quedar para nosotros”, dice José Luis. “Si yo fuese joven no me lo pensaba. Si no cierra, me largo yo”, opina Antonio Fernández. Entró en Greyco siendo un chaval, a los 22 años, y está a punto de cumplir 59.
Eso no impide para que lo vea “más negro que nunca”. Según explica Daniel Vela, han perdido muchos clientes por una “pésima gestión” comercial, los proveedores han perdido la confianza después de acumular “impagos y mentiras reiteradas” de los dueños navarros y la nave “se cae literalmente”. De hecho, uno de ellos sufrió un accidente tras un desprendimiento del techo, asediado por las goteras y la ausencia total de mantenimiento.
Mientras reparte el desayuno de media mañana, José Luis González –al que todos llaman Aguado, su segundo apellido– recuerda cómo la fábrica llegó a tener cerca de 150 empleados en sus mejores tiempos y sus salarios eran de los más altos de la industria cántabra. Ahora son 59 trabajadores y no todos los meses llegan a ser mileuristas. “A mi edad, tengo la vida casi resuelta. Yo lucho por mi trabajo, por jubilarme aquí, pero sobre todo por esta gente, estos chavales que están empezando a vivir ahora”, insiste. Su diagnóstico, además, es contundente: “Todo el que ha venido aquí ha sido para hacerse rico lo más rápido posible. Es una huelga un poco atípica: o ellos o nosotros”, concluye.
No es la primera vez que consiguen desbancar a la dirección de la empresa. En otra huelga lograron un cambio que, a la vista de los resultados, no fue una solución eficaz. Sodercan vendió a Frenos Iruña pero no hizo el seguimiento adecuado y la matriz navarra ha empujado a Greyco al abismo. Antes presumían de un negocio rentable. Luchan con un 'enemigo' invisible, porque los dueños permanecen en Pamplona y no acuden ni siquiera a las reuniones en el Orecla, el organismo de resolución de conflictos. Por eso viajarán el próximo 12 de marzo a la sede de la empresa para visibilizar su lucha. Llenarán tres autobuses y recorrerán los casi 300 kilómetros que separan San Felices de Buelna de Pamplona para forzar un encuentro.
Apuros económicos
La versión más cruda llega en los círculos que forman los empleados más jóvenes. Todos echan cuentas hasta el último euro y la hipoteca es uno de los temas habituales en la charla. “Yo vivo ahora con mi suegra, que también trabaja en Greyco. Me había comprado un piso, me iba a ir a vivir allí con mi mujer y mi hijo, pero lo he tenido que parar. ¿Cómo te metes ahora a dar de alta la luz, el agua o el gas? O nos pagan e invierten o que cierren la fábrica para que podamos cobrar el paro que nos corresponde”, afirma Carlos Bengochea. A sus 32 años y con una década de experiencia en la fundición, no ve otra salida. Con dos celíacos en casa, los gastos del supermercado son una de sus prioridades. Y es que cuando comentan los problemas cotidianos se empieza a vislumbrar el alcance de su drama: avisos del banco, amenazas de desahucio, recibos impagados, vacunas para los niños o noches de insomnio con poco que llevarse a la boca a la hora de cenar.
“Mis amigos nunca han venido tanto a verme como ahora. Unos traen fruta, otros compran el pan o unas galletas para los niños. Ellos no dicen nada y yo no pregunto nada. Si no fuera por ellos, no sé cómo lo haría”, confiesa uno de ellos. Prefiere mantenerse en el anonimato, porque la vergüenza le impide identificarse. “No estoy pidiendo limosna, solo que paguen lo que deben y hemos ganado con nuestro trabajo. Son siete semanas de huelga y no entra un sueldo en casa desde noviembre. Así no podemos seguir”, explica. La rabia, la impotencia y estrés está a punto de alcanzar su cota más alta. A tal punto que alguno coquetea con el suicidio, con una salida a la desesperada. Por suerte, dicen, sus mujeres mantienen la calma y ponen el punto de sensatez.
En la lista de disgustos aparece un coche vendido para pagar la hipoteca. “No me puedo ni imaginar lo que sería perder la casa, lo único que tengo a estas alturas”, dice el afectado. Un hijo cursando estudios universitarios que se ofrece a dejar la carrera para ayudar en casa con un sueldo extra es otro de los ejemplos que expone un padre orgulloso. “Evidentemente, no lo voy a permitir. Encontraré la forma de pagarlo, aunque tenga que renunciar a todo lo demás”, concluye con gran seriedad. No quieren que los hijos noten ninguna ausencia, pero este mes está marcado en rojo en el calendario. Más allá de marzo ven difícil seguir “sangrando” a los más cercanos.
Lazos familiares
Y es que en una empresa como Greyco trabajan varias generaciones de una misma familia. Padres e hijos, cuñados, yernos y suegros. O hermanos como los León. Óscar, Juan Antonio y Alfonso, de 37, 38 y 41 años respectivamente, comparten mucho más que un trabajo. Los dos pequeños llegaron a la fábrica de la mano del hermano mayor, que forma parte del comité de empresa y que trata de contener el desánimo por encima de todo.
Son conscientes de que no pueden seguir así. “A ti te pagan tarde, acumulas retrasos, te cobran recargos y la deuda crece. Llega un momento en el que has agotado los ahorros, porque tampoco nuestro sueldo basura da para tanto, y da miedo porque sabes a lo que te enfrentas”, dice uno de ellos. El mediano se había planteado tener familia en 2015, pero han decidido posponerlo. Una vida parada a la espera de que se resuelva el conflicto. “Ni te pagan ni te puedes buscar otra cosa. Aquí nos tienen secuestrados”, insiste.
Sabían que iba para largo, pero nunca pensaron que para tanto. Ahora reclaman una mayor implicación de las autoridades políticas y un mayor compromiso de los responsables de la empresa. Lo que no duda ninguno es de la solidaridad de los vecinos y compañeros. Se ha creado una caja de resistencia para hacer frente a imprevistos y situaciones de urgencia, una contribución en la que también participarán trabajadores de otras empresas de la comarca del Besaya. “Esa unión es imprescindible”, confirma Gabriel González, que pone el acento en las condiciones en las que han trabajado durante los últimos años, desde que en 2008 asumió la dirección Frenos Iruña.
La última reunión a la que acudieron los responsables acabó entre abucheos. Por ese motivo, exigen disculpas de los trabajadores antes de sentarse de nuevo a negociar. “Yo no tengo problema en pedirles disculpas. Que vengan aquí, a la puerta de la fábrica, y se las pido. Y luego que se las pidan ellos a mi hija, que no tuvo regalos estas navidades ni en su cumpleaños. A ver si la miran a los ojos y no se les cae la cara de vergüenza”, sugiere Dioni Pelayo. Tiene 34 años, está separado y debe hacer frente a la pensión de su niña cada mes. Vive con su padre, que está jubilado y le mantiene mientras recupera los salarios atrasados.
Ismael Abascal e Ivana Ruiz se incorporan a última hora, después de echar currículums toda la mañana. Enseguida repasan la lista de agravios. Este matrimonio que roza la cuarentena tiene dos hijos pequeños y debe hacer frente a un tratamiento médico para uno de ellos que no saben todavía si será gratuito. La simple duda les hace perder los estribos, porque las cuentas no salen. “Llega todo de golpe”, reconocen.
Algunos de los miembros de la plantilla han empezado a recoger sus cosas. Los más afortunados han encontrado otro trabajo y se incorporan estos días a nuevos cometidos. Mientras, los que resisten bajo el frío y con la espada de Damocles sobre sus cabezas se organizan, protestan y diseñan nuevas acciones para mantener vivo su problema. Temen que su caso se alargue y sean olvidados en la portería. Les aterra que su secuestro se convierta en una cadena perpetua.