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David Esteller: “Nuestra cultura nos obliga al despilfarro alimentario”

Gente recogiendo alimentos sobrantes de un supermercado | OLMO CALVO

Rubén Alonso

“Se estima que el desperdicio alimentario anual supone un coste económico aproximado de 300 euros por persona”. La sociedad “no está realmente concienciada” de las distintas consecuencias que acarrea esta problemática. “La población mundial va a incrementarse, sobre todo en los países en vías de desarrollo, y el problema es que va a faltar alimento para todos”.

Son afirmaciones de David Esteller, responsable del Proyecto contra el Desperdicio Alimentario, en una entrevista a eldiario.es, con motivo de su visita a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander, en la que ha impartido un curso sobre esta materia.

Según este especialista, “no existe todavía una definición homogeneizada de desperdicio alimentario”. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, mundialmente conocida como FAO, ha sacado una que podría resumirse básicamente, tal y como señala Esteller, como “todo producto que está destinado a la alimentación humana y que es apto para el consumo que se acaba tirando”.

En los países subdesarrollados hay una gran producción, pero faltan infraestructuras de transporte y de almacenamiento, por lo que aquellos productos que son aptos para el consumo, “se acaban estropeando antes de que lleguen al consumidor”. Por su parte, en las sociedades más desarrolladas existe el problema de que “se compra abundantemente, los productos acaban en las neveras y no se aprovechan”.

Ante esta situación, que puede desembocar, como se mencionaba con anterioridad, en la falta de alimento que cubra las necesidades de toda la población, hay quien considera que la solución es “aumentar las áreas de cultivo”. Sin embargo, esta medida también tiene sus detractores, quienes opinan que provocaría un exceso de deforestación.

Para ellos, la mejor opción para combatir esta problemática es el “aprovechamiento” de los productos que son válidos para la alimentación, pero que se desperdician. Tal y como recoge la ONU, un tercio de la producción total “se acaba tirando”. España, según la UE, es el séptimo país que más desperdicia. “Depende mucho de cómo midas y del sector”, apunta Esteller.

Según este especialista, “nuestra propia cultura nos obliga al despilfarro”. Pone como ejemplo de ello el menú de una boda, que nos gusta que sea “abundante y que al final resulta excesivo”. “Todo los productos no se aprovechan”, pero si planificas una comida “con más mesura, parece como que te miran mal”, explica.

Pone de manifiesto también la política de la mayoría de los restaurantes que se basa en la cantidad. “Basan su oferta de negocio en una cantidad de producto que realmente no se puede terminar”, incide. No obstante, señala que existen restaurantes que están llevando a cabo iniciativas en las que “adoptan tallas a sus platos”. “Puedes elegir una tortilla de patata de la talla S, M o L”, apostilla.

Por otro lado, Esteller afirma que los jóvenes son el colectivo que “más desperdicia”, como consecuencia de su nivel de vida “menos planificado”. Por contra, las personas mayores tienen “vidas más estructuradas por lo que no despilfarran tanto”. Además, hace hincapié en la importancia de conocer la diferencia entre fecha de caducidad y fecha de consumo preferente.

En el caso de la primera, “el producto es dañino” y en la segunda, “igual organolépticamente no está tan bien, pero no mata y nutre igual”, explica. “Una galleta igual está un poco más blanda o un yogur un poco más ácido, pero no están estropeados”, ejemplifica.

Consecuencias

Por otro lado, cabe destacar las diferentes consecuencias negativas que trae consigo el despilfarro alimentario. En primer lugar, hay una consecuencia medioambiental, ya que las empresas productoras invierten en medios y energía para transformar y preparar los productos.

Si finalmente se acaban tirando, “toda esa energía que han invertido, ha ido a parar al medio ambiente en forma de CO2”, expone este especialista. Además, esos productos se encuentran en un vertedero que “produce gases efecto invernadero”, añade. Asimismo, el hecho de que terminen en el vertedero, provoca que las empresas sufran consecuencias a nivel de “imagen”.

Por último, apunta otra consecuencia importante en el plano “social”. “Es una pena que habiendo alimentos que se desperdician no vayan a parar a personas necesitadas, más aún en la situación de precariedad en la que nos encontramos”, subraya Esteller. En definitiva, los impactos son “muy variados”, recalca.

En lo referente a las medidas que llevan a cabo las instituciones, afirma que la UE lanzó un proyecto hace cuatro años en este sentido. En España, desde el pasado mes de junio, “el Parlamento está sacando adelante un proyecto contra el desperdicio alimentario”, señala, y en el caso de los autonómicos “se lleva trabajando en ello desde hace tiempo”. No obstante, a día de hoy, legislaciones específicas contra este problema “no existen”, concluye.

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