“El banco me llamaba todos los días diez o quince veces; y también a mis padres, a mi exmujer...”
A sus 39 años, Jesús está a punto de “volver a vivir”. Durante los últimos 12, ha sido preso de una hipoteca que no podía pagar y de un banco que lo trataba “como si hubiera cometido un atraco”. “Era un sinvivir. Mi vida se reducía a buscar la fórmula para pagar al banco. Todos los días me llamaban diez o quince veces; a mis padres, a mi exmujer... Me sentía como un delincuente. Es un sistema de acoso brutal. Eso me acabó de hundir”. Ahora, por fin, después de una etapa 'negra', ve la luz al final del túnel. La entidad bancaria le ha comunicado que acepta su petición para la dación en pago y tan sólo falta que llegue “el 'papelito' de Madrid” para firmar su libertad.
Llegar hasta ese punto no ha sido fácil. Por el camino ha habido una depresión y un divorcio, entre otras cosas. En 2003, cuando firmó la hipoteca con la Unidad de Créditos Inmobiliarios (UCI) del Banco Santander, nada hacía pensar a Jesús que su casa se iba a convertir en su peor pesadilla. Por aquel entonces vivía “muy bien”.
Trabajaba en una fábrica potente ubicada a las afueras de Santander, y cobraba cerca de 2.500 euros al mes, con cuatro pagas extra. Su mujer también tenía un empleo, en un supermercado. “Había dinero. Vivíamos de alquiler, nos casamos y decidimos comprar un piso”. La historia más común en el estilo de vida español.
Para ello, pidieron una hipoteca por 180.000 euros, con una cuota mensual de unos 500 euros, una cantidad asumible para su nivel de ingresos. Durante seis años todo transcurrió sin problemas. Pero, de pronto, casi sin darse cuenta, ambos se quedaron en el paro. Al principio, no se agobiaron. Tenían una buena prestación por desempleo y había unos 'ahorrillos' para ir tirando.
Sin embargo, el tiempo corre deprisa y el paro se acabó. Cada vez estaban “más apretados”. No había ingresos y los recibos seguían llegando. Comenzaron a tener problemas para hacer frente al pago de la hipoteca, con lo que tuvieron que negociar con el banco. Dadas las circunstancias económicas, pactaron pagar la mitad de la cuota durante un año.
Jesús se volvió “loco” buscando un trabajo que no llegaba. “Días sueltos, unos meses en Bilbao... Incluso llegué a trabajar en un barco pesquero en Holanda”, apunta recordando con desdicha las semanas encerrado en la bodega de aquel buque. Así que, después de ese pacto, vinieron más. “Por un año, por seis meses... pero sin ingresos da igual los acuerdos a los que llegues o lo que te rebajen el recibo”. Tampoco podía seguir pidiendo dinero a la familia y los amigos.
Según cuenta, se pasaba días encerrado en casa; no tenía ganas de comer ni de dormir. Pasó de pesar 68 kilos a no llegar a los 55 actuales. Durante este tiempo ha ido pagando “lo que podía: 200, 300, 150 euros... ¿Sabes a dónde ha ido ese dinero? A su bolsillo. No me lo han descontado de nada. Les he regalado el dinero que tenía para comer”. Y es que, “fruto de la ignorancia”, Jesús firmó una hipoteca y unos acuerdos 'poco recomendables'.
En los cinco primeros años sólo abonaron intereses -“unos 40.000 euros”-, y en los tres siguientes empezaron a amortizar capital, “pero muy poco”. Además, con los acuerdos bancarios, le reducían el importe de la cuota pero le aumentaban el pasivo. De este modo, después de llevar pagando años, la deuda con el banco seguía siendo prácticamente la misma, “incluso algo superior”. “Era como si no hubiéramos pagado nada”, lamenta.
La ocupación del banco
A principios del año pasado llegó a la Plataforma de Afectado por la Hipoteca (PAH) de Santander. Su primera recomendación fue que dejara de pagar, y aunque tenía “muchísimo miedo”, siguió sus consejos. Los miembros del colectivo comenzaron a gestionar su caso. Llamaron a la UCI para pedir la dación en pago y un alquiler social. Durante 45 días estuvieron recopilando todos los papeles que el banco les requirió.
Al mes recibieron la contestación: se denegaba su solicitud. La entidad ofrecía un nuevo acuerdo por cinco años, pagando 200 euros al mes y manteniendo la deuda. “Dije que no había más acuerdos. Quería la dación en pago. Sabía que esa posibilidad existía y quería luchar por ella”. “Ves que no estás solo, que hay más casos como el tuyo, y te lo empiezas a creer”, señala Jesús explicando su cambio de actitud.
Unos meses después de esa negativa llegó la ocupación por parte de la PAH de la oficina central del Banco Santander. Salió en todos los medios, en la televisión. “A las dos horas me llamaron de Madrid. ¡Querían renegociar!”, declara con cara orgullosa, de quien siente haber vencido a Goliat. También llamaron al resto de compañeros de la plataforma que tenían casos similares.
“Me han abierto los ojos”
Tras volver a presentar toda la documentación, llegó 'la llamada': le concedían la dación en pago, una noticia que conoció la semana pasada, el mismo día en que la PAH homenajeaba a Amparo Pérez, la vecina de Santander que se enfrentó al Ayuntamiento para defender de la “especulación urbanística” la casa que había levantado con sus propias manos -tal y como contó a este diario- y que falleció pocos días después de que derribaran el que había sido su hogar durante seis décadas.
Ahora Jesús espera con impaciencia que el “papelito de Madrid” llegue pronto para firmarlo “cuanto antes” y “volver a vivir”. Ve el futuro de otra manera. Ha solicitado al Consistorio de la ciudad un alquiler social, y espera conseguir un trabajo en una factoría que van a abrir próximamente. “Ya he estado hablando con el responsable de recursos humanos”, relata con entusiasmo.
No obstante, la dación en pago no es la panacea. Todavía no sabe dónde va a ir a vivir y qué va a hacer con todos los muebles que tiene que desalojar. Tampoco tiene un empleo. Aún así, Jesús ha vuelto a sonreír. “La PAH me ha abierto los ojos. Todavía recuerdo el primer día que llegué. Si no es por ellos, yo ahora no sé dónde estaría. Por la cabeza se me pasó de todo”.