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“El exilio español fue desgarrador y semejante al que viven miles de refugiados a los que cerramos el paso”

Orquesta integrada por los niños españoles refugiados en la Unión Soviética durante la Guerra Civil. |

Laro García

Araceli Ruiz, Miguel González, Pilar Herrero, Amparo Sánchez y Pedro Morán fueron niños de la guerra evacuados a la Unión Soviética, Dinamarca y Francia durante la Guerra Civil. Todos ellos rondan los noventa años y comparten con otros miles de inocentes los traumas y las cicatrices que dejó el franquismo en la sociedad española. También tienen un objetivo común: dar a conocer su historia para que no se repita, explicar los horrores por los que tuvieron que pasar y honrar la memoria de todos aquellos que no sobrevivieron para contarlo.

Ahora, gracias a los investigadores del Archivo Nacional de Catalunya, a la Fundación Nostalgia, al Centro Español de Moscú y, sobre todo, a la Asociación Archivo, Guerra y Exilio, que ha diseñado una exposición itinerante que recorre gran parte de España, muchos ciudadanos podrán escuchar de primera mano las vivencias como evacuados y refugiados de aquellos jóvenes que tuvieron que emigrar y que, en muchos casos, tardaron décadas en volver para evitar represalias.

Sus historias parecen olvidadas en viejos libros de historia, en fotografías en blanco y negro o en imágenes que acumulan polvo en las hemerotecas. Lejos de eso, relatan el pasado reciente de una democracia todavía joven, que ve con distancia como miles de personas mueren para alcanzar sus fronteras. “El exilio español fue desgarrador y semejante al que viven refugiados y niños inocentes a los que cerramos el paso a las puertas de Europa”, señala Amparo Sánchez, refugiada en Francia durante la dictadura.

Esta octogenaria, con un inconfundible acento francés que recuerda su paso por el país vecino, nació en plena Guerra Civil. Su padre fue teniente de asalto y miembro del quinto regimiento y su madre fue integrante de las Juventudes Socialistas y delegada del Socorro Rojo Internacional. Salió de España en 1939 y fue a parar, como miles de niños y niñas republicanos, a los campos de concentración del sur de Francia y más tarde a la cárcel cuando separaron a su familia.

“Mi historia es la de miles de niños y niñas que tuvieron que salir al exilio porque no tenían otra alternativa. Franco dejó muy claro que fusilaría a media España si era necesario para ganar la guerra”, explica. “Nuestros padres no tuvieron más opción que asaltar los Pirineos perseguidos por la aviación fascista, pero al llegar a Francia, la meta de sus ilusiones murió al ser encerrados como bichos en los campos de concentración”, lamenta.

Para esta mujer, su experiencia vital no se aleja mucho de lo que sufren en nuestros días los sirios, iraquíes o afganos que dejan todo en sus países de origen para huir de las bombas. “Me llena el corazón de tristeza y las tripas de rabia e impotencia porque lo que están viviendo hoy lo hemos vivido nosotros. Nadie se va de su país si no es obligado por las guerras, el hambre o la miseria”, insiste.

Una vida de película

Una vida de películaLa vida de Araceli Ruiz podría ser el guión de una película de gran presupuesto o el argumento de una novela de éxito. A punto de cumplir los 92 años, esta asturiana recuerda cada fecha importante como si la tuviera grabada a fuego en su piel. El 22 de septiembre de 1937 salió de España, con sus cuatro hermanas, rumbo a la Unión Soviética. Tenía 13 años y no fue hasta la muerte de Franco, cuatro décadas después, cuando regresó definitivamente.

“Gijón estaba bajo mando republicano y vivíamos una tragedia tras otra, con muchísimos muertos como consecuencia de los bombardeos. Mis padres decidieron que lo mejor era ponernos a salvo”, relata. La salida a través del mar desde el Puerto de El Musel, pasando por Francia e Inglaterra hasta llegar a la antigua Leningrado, no estuvo exenta de peligro. Un barco cargado de niños de la guerra también soportó las bombas del bando golpista. “Intentaron hundirnos”, rememora.

No hubo ni despedidas, ni besos, ni discursos, ni nada. Solo el silencio y el dolor de centenares de niños que dejaban su tierra rumbo a lo desconocido. “Mientras que aquí éramos hijos bastardos, hijos de rojos, hijos de perdedores republicanos, allí nos esperaban todos de gala con pancartas que decían: 'Bienvenidos a los hijos del heroico pueblo español'. Nos daban caramelos, flores, de todo”, cuenta Araceli.

Su gratitud hacia el pueblo ruso se repite continuamente a lo largo de la conversación, no así hacia los dirigentes de un estado autoritario en el que muchos sufrieron las consecuencias de la brutal represión. “El pueblo ruso se portó con nosotros de forma inmejorable. Sentíamos que no teníamos a nuestros padres, pero con el cariño que nos recibieron nos fue más ligero pasar el trago. No nos conocíamos, cada uno tenía sus circunstancias, pero acabamos siendo una familia”. 

La agitada vida de Araceli da para mucho más. El estallido de la II Guerra Mundial, su traslado primero a Ucrania, luego a Georgia y más tarde a Uzbekistán, huyendo de nuevo del conflicto bélico. Entre risas, cuenta cómo trabajó de soldadora en una fábrica de aviones de guerra o en una farmacéutica, donde bebió por primera vez en su vida un vodka casero que sirvió para celebrar la victoria de los aliados contra el nazismo.

Sus estudios de ingeniería le permitieron dirigir la ampliación de una autovía entre Moscú y Minsk, con prisioneros alemanes, españoles e italianos a su cargo, y prestó incluso sus servicios como traductora al Ejército soviético durante la Revolución cubana, donde pudo reencontrarse con sus padres gracias a la intermediación del Che Guevara. También trabajó en la radio pública como locutora de la programación en castellano destinada a los países comunistas de América Latina.

“He tenido una vida tan intensa y tan bonita... ¡Sobre todo después de que pasaron las guerras! Yo viví la revolución de octubre, que fue solo en Asturias; la Guerra Civil española; cuando vivía en Leningrado estalló la guerra con Finlandia, y luego la II Guerra Mundial, que lo pasamos fatal. Lo mejor de todo es que puedo contarlo”, asegura.

Los 'niños' daneses

Los 'niños' danesesPilar Herrero, una cántabra de 88 años, también cuenta con emoción sus años de exilio. “Tuve que salir de España porque mamá se vio envuelta en unas condiciones muy especiales. Tenía un taller de bordado y como Santander estaba en el bando republicano, le encargaron tejer unas insignias y fue denunciada por eso. Fue una absoluta injusticia. Estuvo en la cárcel y tuvo que buscar una salida para nosotros”, explica.

Francia pidió auxilio porque no podía atender a tanta gente como llegó exiliada. Varios países se ofrecieron a acoger a los niños de la guerra españoles y Pilar y sus hermanos llegaron a Dinamarca. “Como éramos tan pocos, estábamos como reyes. ¡Qué país! Hasta en los periódicos ponían: 'Los niños españoles estrenan abrigo'. Íbamos por la calle y nos ofrecían de todo”, cuenta orgullosa.

Estuvo casi tres años allí, hasta 1939. Cuando acabó la guerra, volvió con su madre, que había salido de la cárcel y vivía en Santander. “En los periódicos de la época decían que no había ido nadie a recogernos. ¡Qué mentiras, madre mía! Fue mi madre, fue mi prima, fue mi tía... Pasamos de todo, unas injusticias tremendas...”.

“Yo no me quejo, porque tuve una infancia muy feliz. Entre el exilio y el internado, mi niñez fue buena. Viví de todo. Cuando no conoces otra cosa... Yo no sé si lloré o no lloré, pero en Dinamarca me sentí siempre muy protegida por mis hermanos”, asegura esta maestra jubilada.

Para corroborarlo, su hija Josefina Ceballos ha recorrido los archivos de toda España buscando información de la época y ha grabado una película, un documental titulado 'Elogio al horizonte. Los niños de la guerra evacuados a Dinamarca', que condensa todo este periplo.

Una bandera blanca por la paz

Una bandera blanca por la pazLa exposición que se puede visitar hasta el 11 de enero en el Parlamento de Cantabria con acceso gratuito tiene un objetivo pedagógico, ya que pretende que no se vuelvan a repetir los mismos errores y que los niños aprendan desde pequeños cómo fueron las atrocidades y los horrores del fascismo.

Según Dolores Cabra, secretaria general de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio, la muestra relata las vivencias de miles de niños y niñas refugiados, víctimas inocentes de la Guerra Civil, que fueron evacuados entre 1936 y 1939 pasando por multitud de penalidades.

Además, quiere “enarbolar una bandera blanca y atravesar las fronteras de los países en guerra” como símbolo de lo que no tiene que volver a pasar. “Queremos llamar la atención sobre estos niños refugiados que mueren en la actualidad y que son un reflejo de lo que fuimos nosotros en el pasado”.

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