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PNV y ELA, (Se acabó... ahora ya mi mundo es otro)

Aitor Guenaga

Bilbao —

José Elorrieta parece haber sellado un pacto con el diablo. Las canas que pueblan su característico corte de pelo no son nuevas. Luce un aspecto envidiable. Un 'jubilado' de lujo, de esos que las reformas que recorren Europa al calor de la crisis convertirán en un deseado objeto del pasado. Esta semana se ha vuelto a reencontrar con los viejos camaradas. En la fiesta del Primero de Mayo, en Bilbao, estuvo en un discreto segundo plano, repartiendo abrazos y saludos. “Estoy en la retaguardia, pero encima de todo lo que está pasando”, comentó a este periódico en una charla informal poco antes de escuchar atentamente la intervención de su sucesor, Adolfo Muñoz, Txiki. Y aplaudió, como casi todos los presentes, cuando Txiki Muñoz respondió al lehendakari Iñigo Urkullu, con la huelga general como telón de fondo: “ELA no va aceptar ningún nivel de subordinación, ni de partidos, ni de gobiernos. Nuestra aproximación a la política no es partidaria. No estamos para tumbar gobiernos, sino para combatir las políticas más antisociales de los últimos 40 años”.

Forjado en la Comercial de Deusto, Elorrieta dirigió el sindicato ELA durante dos décadas. A lo largo de esos 20 años transformó la central, colocándola en una posición de hegemonía sindical y de afiliación que aún retiene. Aunque parece haber tocado techo. Corría el mes de octubre de 1997 cuando su voz tronó con fuerza ante la militancia reunida en Gernika: “El Estatuto ha muerto”, dijo en aquel acto convencido de que la construcción social y la nacional tenían que discurrir de manera paralela en el tiempo. Levantó acta de defunción del texto estatutario poco antes de que el Pacto de Lizarra alumbrara un nivel de acumulación de fuerzas soberanistas que no se ha vuelto a registrar en Euskadi. Entonces mandaba Xabier Arzalluz en el PNV y el soberanismo soplaba con fuerza en los despachos de Sabin Etxea y en la sede de ELA. Era un momento dulce en la relación entre dos organizaciones que han compartido militantes y cuadros desde su fundación. La impaciencia de ETA y, sobre todo, su incapacidad de reconocer al diferente como un adversario político y no como un enemigo a eliminar, dio al traste con el proceso de Lizarra (1998-2000). Y ambas organizaciones, PNV y ELA, hicieron su correspondiente lectura del proceso.

Pasó Arzalluz y llegó Josu Jon Imaz a la dirección peneuvista con un discurso más transversal, integrador, una nacionalismo adaptado al nuevo siglo. Y en Ajuria Enea se mantuvo Juan José Ibarretxe con el apoyo del tripartito (PNV, EA y EB). Elorrieta criticó a la organización terrorista y su vuelta a las andadas. Siempre lo ha hecho. Pero también que el PNV dejara hacer a sus dos almas (soberanista y autonomista), en vez de decantarse por la primera para repetir un proceso como el de Lizarra que el tiempo ha colocado en el baúl de la historia. La brecha abierta entre ELA y el PNV en relación a la estrategia de la consulta de Ibarretxe se trasladó también a la acción del Gobierno vasco. Era como si el lehendakari se hubiera vuelto un blando. “La propuesta de ELA implica confrontar con el Estado política y socialmente”, subrayó Elorrieta el día de su despedida al frente del sindicato, el 26 de noviembre de 2008.

Construyó un discurso inmisericorde contra las políticas institucionales: las del Ejecutivo vasco y las de las diputaciones, a las que acusó de “saquear” a los trabajadores vía impuestos y de no querer erradicar el fraude fiscal. Un debate que, cosas de la vida, vuelve con fuerza en esta nueva etapa política. En definitiva, en las últimas décadas ELA había pasado de un “sindicalismo institucional a otro de contrapoder”, como Elorrieta lo definió en el libro 'Renovación sindical. Una aproximación a la trayectoria de ELA', su tesis doctoral presentada a finales del 2012.

Por eso cuando en la esperada intervención del pasado lunes en el foro Tribuna Euskadi, el lehendakari Urkullu cargó contra ELA por la huelga general “política” estaba mandando un mensaje claro al sindicato convocante, pero dejaba también otro intramuros del partido. Urkullu reniega abiertamente de esa apostilla que durante muchos años acompañó a la central nacionalista: ELA, “sindicato afín al PNV”. Y esta semana simplemente lo ha verbalizado. “Que el cuerpo social del PNV sea consciente de cuál es la realidad”, por mucho que nos duela, dijo. “Y que la mayoría de la sociedad vasca sea consciente de cuál es el modelo socioeconómico y de referencia de ELA”, detalló un Urkullu visiblemente molesto con los planteamientos del sindicato mayoritario en Euskadi.

José Elorrieta se despidió hace menos de cinco años arengando a la nueva camada de sindicalistas. “Vosotros sois más sindicalistas, más rojos y más abertzales”, les describió. Demasiado para un PNV que se ve a sí mismo como un partido humanista, pero que se escora hacia la derecha sin titubeos ni sonrojos.

No consta que al lehendakari Urkullu le guste María Jiménez. Se diría más bien todo lo contrario. Y es muy probable que ni a Txiki Muñoz, ni a José Elorrieta la cantante de Triana les mueva mucho por dentro. Pero si hubiera que poner letra a este divorcio a la vasca serviría esta estrofa de la sevillana:

“Se acabó, porque yo me lo propuse y sufrí,

como nadie había sufrido, y mi piel,

se quedo vacía y sola

desahuciada en el olvido, y después

de luchar contra la muerte, empecé

a recuperarme un poco, y olvidé

todo lo que te quería, y ahora ya

y ahora ya mi mundo es otro“.

Como dice la canción, el mundo de ELA es, desde hace años, otro, bien diferente al del PNV. La falla entre ambas organizaciones se ha hecho enorme. Tal vez haya alcanzado un punto de no retorno. Esta vez, con la huelga general del 30 de mayo, van a confrontar modelos, sí, pero también visiones de futuro para Euskadi.

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