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El PNV sueña con que Cataluña no manche su 'idilio' con Rajoy

Urkullu advierte de que el referéndum no tiene las garantías debidas

Aitor Guenaga

En Sabin Etxea, cuartel general del PNV, pasan con la mirada las hojas del calendario que restan para llegar al 1 de octubre, fecha que previsiblemente quedará para la historia más como una movilización ciudadana por el derecho a decidir, que como un referéndum con garantías y estándares internacionales. Pero las hojas van cayendo lentamente, con el rigor que imponen las inalterables leyes del tiempo.

El PNV no oculta su “preocupación” por el desafío catalán y sus consecuencias políticas. No tanto por lo que supone de exaltación de la nación catalana o del derecho de un pueblo a decidir su futuro político. O por lo que el 1-O supone de concreción -aunque sin garantías reales- del ejercicio del derecho a decidir, conceptos todos ellos -nación, pueblo, derecho a decidir, etc-  donde tanto el lehendakari, Íñigo Urkullu, como los líderes peneuvistas, Andoni Ortuzar y Joseba Egibar, se mueven como pez en el agua.

La “preocupación” del partido que gobierna prácticamente todas las instituciones en Euskadi y que, además, está sacando réditos evidentes a sus cinco diputados en el Congreso con su pacto presupuestario con el “PP -el partido más corrupto de Europa” -como repiten con insistencia tanto Podemos como EH Bildu- va, en realidad más allá: a lo que ellos denominan la “españolización” de la política. Y las implicaciones para el País Vasco y para la actual estrategia política peneuvista.

El PNV vive su momento político más dulce casi desde la escisión de la formación, en 1986. Sobre el partido que fundó Sabino Arana pivota la política de pactos que asegura la gobernabilidad en Euskadi, algo normal tratándose de la formación de referencia en Euskadi en las últimas décadas. Un partido que es capaz de pactar con todo el mundo, incluida su escisión (EA). Pero también una formación que cuenta, y mucho, en España, donde permite algo que de momento Ortuzar -y su hombre en Madrid, Aitor Esteban- ha sido capaz de cabalgar sin caerse del caballo: gobernar con el PP y asegurar la gobernabilidad de España, representado en un jamelgo en horas bajas como es el PP de Mariano Rajoy, asediado por la corrupción, pero con una hoja de servicios aceptable (al menos en los datos macroeconómicos) en el largo y tortuoso camino de la recuperación económica. Otra cosa es como se reparte la riqueza y se recuperan las condiciones perdidas en todos estos años de crisis. 

Esa relación entre peneuvistas y populares se asemeja a un denario con dos caras: la de la que permite traer una lluvia de acuerdos y millones para Euskadi -el PNV siempre vende sus acuerdos en Madrid con su máxima preferida:“Todo por y para Euskadi” repiten con insistencia en Sabin Etxea, como si Ortuzar y los suyos fueran unos aventajados seguidores del subcomandante Marcos y su lema: “Para todos todo, para nosotros nada”. Pero también la otra cara más oscura de esa misma moneda: la del que con sus votos en el Congreso sostiene al partido de la corrupción. Un 'idilio' envenenado en el que la política vasca se 'españoliza' por momentos.

¿Y cómo juega en ese contexto lo que está sucediendo en Cataluña con la huida hacia delante del president Puigdemont y la respuesta 'in crescendo' del presidente Rajoy?

Urkullu volvió de sus vacaciones estivales poniéndose de perfil ante lo que pasaba en Cataluña: apelando, a finales de agosto, a resolver desde el acuerdo y el pacto y, a ser posible, antes incluso de la fecha del referéndum ilegal, una situación que se había dejado engordar en los últimos seis años por la dejadez de unos (un PP emborrachado de mayoría absoluta) y por la incapacidad de otros (la extinta CIU, arrastrada por una estrategia desestabilizadora de un partido antisistema como es, en parte, la CUP). “¿Qué ha sucedido en estos siete años?, ¿qué ha habido de voluntad política del Gobierno español para buscar una solución?”, se preguntó entonces el lehendakari.

Luego pasó a dar su particular cariño tuitero al 'procés', en plena efervescencia soberanista previa a la Diada del 11 de septiembre con una aportación en Twitter que, a buen seguro, aún rechina en los oídos de algún responsable de redes en la Lehendakaritza, tras la chanzas de rebote (incluida la de Arnaldo Otegi, gato en mano y con la estelada por bandera) al mensaje gubernamental. 

Y, finalmente, Urkullu volvió a la casilla de salida, donde siempre ha estado, tanto cuando el presidente de Catalunya se llamaba Artur Mas, como ahora con Carles Puigdemont. La 'vía catalana' únicamente nos vale para mostrar el problema que arrastra el Estado en materia de organización interna y que lleva por nombre el reconocimiento de su realidad plurinacional. Lo nuestro, repite el lehendakari, es la vía legal, la vía pactada, primero en Euskadi y luego con el Estado. Pero Urkullu ha ido un poco más allá y ha terminado por decir las verdades del barquero que los nacionalistas con 'seny' (y hay más de los que algunos creen) no quieren ver ni oír: que el referéndum del 1 de octubre en Cataluña “no tiene las garantías debidas”. Pese a considerar también que desde el gobierno catalán “ha habido pronunciamientos de estar dispuestos a hablar aún cuando no puedan descabalgarse de las decisiones adoptadas”.

Ortuzar y Urkullu solo han escuchado de boca de los soberanistas catalanes en la fiesta de la Diada una frase: “tenemos que intentarlo”. Y en el PNV ya les han explicado, una y otra vez, que no les van a acompañar en ese viaje. ¿Cuánto tiempo podrán aguantar los peneuvistas y el lehendakari sin que la escalada en Cataluña les coloque de nuevo frente a su 'pecado original': el acuerdo con el PP y Mariano Rajoy? Quedan muchas hojas en el calendario, muchas decisiones judiciales por venir, muchas detenciones por delante, incautaciones de material del referéndum, apercibimientos a periódicos, varios consejos de ministros donde, pasito a pasito, se avanza en la intervención del poder autonómico real catalán. Y eso no se puede tapar con discursos genéricos de apoyo al derecho a decidir en Catalunya en plena Diada, o con reuniones de última hora con Puigdemont y vagas apelaciones al diálogo, ni acudiendo a manifestaciones como la de este sábado en Bilbao, convocada por Gure Esku Dago.

EH Bildu, encadenada como está a la estrategia de apoyar el proceso de “desbordamiento” y desobediencia que se vive en Catalunya y de intentar 'catalanizar' la situación política vasca, ha visto ahí la tormenta perfecta para atizar al PNV y al lehendakari, a los que retratan como el último “dique de contención junto a Mariano Rajoy del Régimen de 1978”.

Es muy probable que el lehendakari aproveche el debate de política general del próximo jueves 21 de septiembre para sacar pecho e incluso marcar las bases sobre las que a su juicio debería moverse la política vasca en relación al autogobierno y al nuevo estatus. Y esas no pasan por Catalunya, suceda lo que suceda el 1-O.

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