“Queda mucho para asumir el 'nosotras follamos, nosotras cobramos'”
Janet Mérida es uruguaya de nacimiento, reside en el barrio chino de Barcelona y, a sus 57 años, trabaja como puta y, además, limpiando oficinas para una empresa. Es portavoz del colectivo Prostitutas Indignadas, defiende con orgullo la profesión que le ha permitido pagar los estudios de sus hijos; denuncia la hipocresía que supone incluir en el PIB la aportación económica estimada del negocio de la prostitución, mientras se mantiene a sus trabajadoras en la alegalidad. Janet participa en Pamplona en las primeras charlas de Debate Social sobre la Prostitución organizadas por el Ayuntamiento de Pamplona. Agradece que una institución les dé voz en un acto oficial, porque es un paso que aleja al colectivo de la invisibilidad a la que está sometido.
¿Cuánto tiempo lleva siendo la portavoz de Prostitutas Indignadas?
Nosotras dimos el paso político hace más o menos 5 años. Y fue a raíz del acoso policial que sufrimos. Nosotras en Barcelona tenemos una ordenanza cívica contra la que llevamos luchando 11 años porque vulnera nuestros derechos. Pero con el gobierno de Xavier Trías se endureció. Sufrimos la situación durante 60 días con sus 60 noches, con 14 guardias urbanos en la calle permanentemente impidiéndonos trabajar, con vejaciones, multándonos porque íbamos de rojo, porque las compañeras fumaban, porque eran muy gordas, porque eran muy negras. Más allá del debate sobre si prostitución sí o prostitución no, aquello fue una vulneración de derechos. Nos organizamos porque nos vimos en la obligación de dar la cara. Hasta entonces siempre habían sido las asociaciones pro derechos y otros colectivos sociales quienes habían sido nuestros interlocutores con las instituciones. Ya no era momento para más manifestaciones, pedimos hablar con Xavier Trías. Un mes y 20 días después, estuvimos con él. Fue un logro político porque era la primera vez que un colectivo de exclusión social, y además formado por mujeres, putas y migrantes, lográbamos bajarle los pantalones a una política burguesa y clasista qué es lo que teníamos en Barcelona. Fue todo un logro político. Al día siguiente los guardias urbanos que habían estado multándonos y vejándonos fueron, uno por uno, pidiéndonos disculpas. Explicaron que ellos no querían haberlo hecho, pero les habían obligado a través de una orden política. Con aquella ordenanza, que supuestamente se había aprobado para erradicar la trata de personas, el 70% de las multas que habían puesto recayeron sobre compañeras de trata. Por eso nos vimos obligadas a dar la cara, y nuestro triunfo no fue sólo político, sino que los propios movimientos sociales nos descubrieron y pudimos ejercer con ellos cierta pedagogía, para que comprendieran que también las putas somos clase obrera. Entendieron que estábamos sufriendo una precariedad extrema y que además nos estaban obligando a permanecer invisibles, algo a lo que no estamos dispuestas, en absoluto.
¿Cuál es su reivindicación más básica?
Reivindicamos que somos personas adultas con derecho a decidir. El “nosotras parimos, nosotras decidimos” está muy asumido, pero todavía queda para que se asuma el “nosotras follamos, nosotras cobramos”, o lo hacemos gratis, decidimos, es lo mismo. Mi cuerpo es mi decisión.
¿Y el problema más concreto al que se enfrentan en la actualidad?
El nuestro es un colectivo muy plural, no sólo porque está integrado por personas de diferentes países, sino también porque tenemos mucha diferencia de edad entre nosotras. Tenemos compañeras de 20 a 75 años, y al ser trabajadoras de calle, que ocupamos el espacio público para captar clientes, a nosotras nos condiciona totalmente. La política salvaje del turismo ha conseguido que un piso de alquiler que antes podías coger por 500, ahora cueste 1.000 euros. Te encuentras en la obligación de, o bien alquilar fuera de Barcelona, o bien compartir piso. Pero hay muchas personas que no pueden compartir piso, porque tienen familia, porque hay mil circunstancias que lo impiden. Así que en este momento estamos haciendo una resistencia a través de la creación de un sindicato del alquiler, pero también creando verdaderos 'lobby' para defender nuestros barrios, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Así que se podría decir que practica usted una suerte de activismo de la prostitución
Sí, somos activistas, pero no sólo para dar visibilidad a nuestro colectivo, sino para que se entienda que también somos clase obrera y, como tal, la precariedad y las consecuencias de vivir en una sociedad tan clasista en la que sólo el 1% vive bien y el resto vivimos amargados, nos afecta al igual que a todos los trabajadores. Queremos darle la vuelta a esa realidad.
¿Y cómo quieren lograrlo?
Creo que la vía más directa de conseguirlo es el dinero. El sector de la prostitución supone un movimiento ingente de dinero negro. Un dinero que no se ingresa en las arcas públicas, sino que se queda en manos de los empresarios. Hay que terminar con esta hipocresía social y política que tiene a la prostitución en la alegalidad. Nos acusan de que no queremos pagar impuestos, pero en realidad es a los grandes empresarios a quienes no les interesa. Ellos tienen sus licencias de bar o de hotel, pero el dinero que ingresan las compañeras en sus negocios no sale a la luz. Hay locales con 150 compañeras que, mínimo, ingresa cada una 100 euros por noche. Ese dinero no sale a la luz. Ese dinero es el que paga la corrupción política. Hay gente que se pregunta de dónde sale el dinero negro con que se paga la corrupción. ¿De dónde va a salir? De las grandes bolsas de los empresarios que tienen negocios en negro. Ni al Estado ni a los empresarios les interesa una regularización de la prostitución. Cuando las putas pedimos que las compañeras de los clubes o los apartamentos tengan una protección laboral, la estamos pidiendo igual que las ‘kelys’, para que tengan un trabajo digno dentro de su empresa.
¿Por qué eligió esta profesión?
Ante todo, quiero dejar claro que las putas no somos pobres mujeres. En este mundo capitalista, a todos se nos obliga y se nos impone trabajar. Y lo peor de la clase obrera es que también nos hemos convertido en clasistas. Somos clasistas entre los propios pobres. Nadie se levanta a las seis de la mañana por el placer de ir a trabajar. Todos estamos obligados a trabajar si queremos tener un techo, un plato de comida, luz y que nuestros hijos estudien, y una sanidad digna. Todos trabajamos de forma precaria, las reformas laborales nos están haciendo retroceder en derechos de forma implacable. Hoy encuentras a personas que están trabajando por 500 euros al mes por lo que antes cobraban el doble. Antes era algo que ocurría a la población inmigrante, pero ahora sucede a la población en general. Por lo tanto, cuando hablamos de pobres, pobres somos todos. En mi caso, que tengo 30 años cotizados, sé qué es trabajar por 700 euros al mes y 40 horas semanales en el sector de la limpieza industrial. Así que me he visto en la obligación de trabajar en la limpieza para ser visible en la sociedad. Porque el trabajo que a mí realmente me da un bienestar económico, un empoderamiento como mujer y libertad, es la prostitución. Algo que ningún otro trabajo me da.
Es decir, que su oficio de prostituta le procura más beneficios que el meramente económico.
Yo tengo dos hijos. Uno tiene 22 y el otro 19. Mi hijo se gradúa ahora en la carrera de Ingeniería Biomédica. A mí la matrícula me cuesta 3.500 euros. El pequeño hace Formación Profesional y la academia me cuesta 2.500 anuales. La prostitución no sólo me ha permitido el lujo de pagar la carrera de mis hijos, sino también los estudios de un sobrino de 23 años que hizo Ingeniería Industrial y Tecnologías Avanzadas, que está trabajando en Austria desde hace tres años. Tiene un sueldo de más de 8.000 euros, paga más de 3.500 de impuestos, un alquiler baratísimo, que te mueres del asco (se ríe), de 500 euros con agua, luz y calefacción incluidos. Él me gira dinero todos los meses, porque ahora le va muy bien y tiene un futuro.
¿Su familia sabe de qué trabaja?
Todos lo saben, evidentemente. No tengo ningún problema. Mis hijos no me han reprochado nada, nunca, al contrario. Soy una persona responsable, no fumo, no bebo, no me drogo, solamente me bajo las bragas si hay dinero, nadie me viene a casa a molestar, no soy promiscua, no me va el rollo, si me enamoro bien, pero si no me enamoro también. Con mis hijos tenemos una relación de respeto. No hay sólo cariño, sino también complicidad. Funcionamos como una familia asamblearia, tomamos decisiones de forma democrática.
¿Si tuviera una hija, le recomendaría la prostitución como profesión?
Le hubiera demandado que fuera feliz y viviera de la mejor forma posible. No creo que le dijera a mi hija cómo tiene que vivir su vida. Yo vengo de una familia normal y corriente, me educaron en un colegio católico. Pero no quiero ser una excluida del sistema. En esta sociedad, las mujeres estamos para cuidar, proteger, ser buenas madres, ser buenas mujeres, dar el paso a un lado para que los demás puedan ser felices o progresar. Yo decidí ir a contracorriente, decidí usar mi sexualidad. Pasé esa línea roja, pasé a engrosar el mito de la prostitución, que siempre se ve desde fuera asociado a la obligación, a la trata, a la explotación. Pero yo digo que explotación laboral hay en todos los sectores, no sólo en el de la prostitución. Tomamos como legítimo ser esclavo por 500 euros al mes limpiando habitaciones de hoteles, ¡ah! Pero si eres puta… malo, malo, malo, ¿qué pensarán tus hijos? Pues mira, yo pienso que si trabajas con tu cabeza eres un intelectual, si trabajas con tu cuerpo eres un obrero, y si trabajas con tu sexualidad eres una puta, y ya está. Es que para mí la palabra puta es muy importante, significa libertad, empoderamiento, no depender absolutamente de nada ni de nadie. Ejerzo el feminismo desde la prostitución. Yo prefiero estar una o dos horas en una esquina que tener que ir a una institución a hablar con una asistenta social para que el Estado me dé subvenciones con las que cubrir mis necesidades más básicas.
Defiende usted con entusiasmo su profesión, ¿es que los aspectos sórdidos que rodean a la prostitución no existen?
Yo tengo 30 años de experiencia. He trabajado en barra americana, en el primer top less de Barcelona, he estado en los apartamentos, he estado en carretera… Hasta que al final llegué con 40 años al barrio chino. O sea, no soy ninguna beba, tengo 57 años y siempre he tenido la suerte, desde que empecé a trabajar, de contar con un buen ambiente, amable y cordial, que me ayudó, que me protegió, que me cuidó y que me enseñó. Nunca me moví en un ambiente hostil. Prostitución significa persona que ofrece servicios sexuales por dinero. La trata es otra cosa. La trata son personas utilizadas para explotación, simplemente recaudan dinero, pero ellas no tocan el dinero. No tienen libertad, se les despoja totalmente de sus derechos a vivir como personas. Es muy fácil meter todo en el mismo saco y tratar de hacer un cóctel con esto. Pero no olvidemos que, hace dos años, en España se introdujo en el PIB el dinero que supuestamente mueven la prostitución y la droga, y se hizo para ganar ventaja frente a las exigencias de estabilidad presupuestaria que vienen de Europa. Es decir, hay la suficiente hipocresía como para negarnos nuestros derechos como trabajadoras del sexo, pero luego contabilizar como si fuera dinero legal parte del negocio de la prostitución. Estamos invisibilizadas, estigmatizadas, apartadas de la legalidad, pero después se apuntan como beneficio el resultado de nuestro trabajo. Esto sí es un aspecto sórdido de la prostitución.
¿Cuál es el perfil tipo de sus clientes?
Nuestros clientes no son extraterrestres, son los hombres que forman nuestra sociedad, nuestros padres, maridos, hermanos, nuestros hijos, nuestros amigos. Los hombres son mucho más simples que lo que muchas mujeres se creen, y yo no quiero ofender a nadie, pero mi relación con mis clientes siempre ha sido de complicidad. Es falso que el cliente ejerza su poder sobre mí. Para que yo me baje las bragas, primero me tiene que pagar. Primero tenemos que negociar cuánto tiempo vamos a estar y qué es lo que vamos a hacer. Y cuando pasa ese tiempo, te levantas y te vas. Y el señor se va contento, y yo también. Yo cobro como los cerrajeros. Por adelantado y por un trabajo que todavía no he hecho. Y en pocos trabajos se produce esta circunstancia.
Pero también entre sus clientes se produce mucha hipocresía hacia la prostitución
Cierto, así es. (Se ríe). Cuando empezamos a ejercer presión política íbamos a las instituciones, a los plenarios, y coincidíamos con clientes que sujetaban pancartas en las que ponía ‘prostitución no’. Es curioso, porque luego son cordiales y amables. Es un poco el juego y el ratón.