“En la Transición comprendimos que no teníamos fuerzas para la ruptura”
En la batalla por el relato que se está produciendo en Euskadi, sobre todo desde el final de la violencia terrorista de ETA hace ya cuatro años, todo el mundo quiere situarse y aportar su granito de arena. Mikel Toral (Bilbao, 1957), militante antifascista durante la Transición en la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), acaba de dirigir la publicación de 'La calle es nuestra', un libro de imágenes que recorre las luchas previas a la muerte de Franco y la salida del franquismo hasta la victoria de PSOE de Felipe González (1973-1982). Los textos corren a cargo del historiador Gaizka Fernández Soldevilla.
Toral, que lleva más de 30 años trabajando en el Ayuntamiento de Bilbao y que formó parte del Gobierno socialista del lehendakari Patxi López, reconoce que pese a las críticas que recibió el PCE de la época, este partido “tenía una visión más real de la sociedad española” que los partidos convertidos en extraparlamentarios tras la celebración de las primeras elecciones democráticas. Eran “organizaciones de combate” que no estaban preparadas para sobrevivir en el ecosistema político institucional. “Eramos muy jóvenes, no teníamos una cultura política muy importante y éramos organizaciones de combate, de lucha contra la dictadura”, reconoce ahora. El libro se presenta oficialmente en unas Jornadas sobre la Transición este viernes 20 de noviembre a las 19 horas en el Centro Cívico de La Bolsa de Bilbao. Un día antes, este jueves, a partir de las 18:30, se celebrará un debate en el que participarán Txema Montero, Paquita Sauquillo y Eugenio del Río.
El título es todo un ejercicio de memoria, nos retrotrae a aquella famosa frase pronunciada por el ministro de Gobernación Manuel Fraga Iribarne: “La calle es mía”.
Algunos aseguran que no la llego a decir. La tesis principal del libro es que no hay cambios políticos sin lucha de la gente, es una cosa muy básica que hay que recordar. Ahí están el 15-M, las Primaveras árabes, Mayo del 68, siempre hay una movilización previa. Salvo la excepción del derrumbe de la Unión Soviética, que fue una implosión por puro agotamiento, en la mayoría de los casos viene precedida de una lucha de la gente.
¿De quién era la calle en la Transición? De los 'chinos', los 'trotskos', los cadeneros de Cristo Rey, de los 'grises'...
En una democracia, el espacio público es de todos, cuando decimos en el libro que la calle es nuestra decimos que es de todos. Pero entonces, fundamentalmente, era de la izquierda en su sentido más amplio, de todas esas siglas y de mogollón de gente que no era de ningún partido, de gente anónima que responde a una situación concreta. Según dice el historiador Gaizka Fernández Soldevilla, responsable de los textos en el libro, hay una sobrerrepresentación de la extrema izquierda. Del 75 al 77, en el periodo más complejo, estaba la amenaza de la involución constante, el Ejército no había cambiado. En ese momento, el Estado, que es el que debía de garantizar los derechos y controlar, no controlaba. Había zonas 'liberadas' en ciudades y espacios públicos, en zona fabriles, en la universidad, donde había más gente organizada. Éramos mayoría, lo cual no quiere decir que fuéramos los únicos, también había gente de la extrema derecha que campaban a sus anchas. Pero, como digo, se consiguió ese momento de que la calle fuera de la gente. Los datos están ahí: si cuentas las huelgas, las manifestaciones en esos años son espectaculares. Hay que recordar, y así lo hacen Gaizka y otros historiadores, que el contexto socioeconómico era de una crisis brutal y una inflación galopante que hace, como decían los maoistas, que una chispa puede incendiar la pradera. Cualquier cosa prendía entonces, había que pelearlo todo, incluida la democracia.
¿Por qué se cierra el libro en 1982? Es verdad que ese año gana las elecciones el PSOE y Felipe González llega a La Moncloa. Pero hay quien sostiene que en Euskadi, por ejemplo, la Transición no se cierra hasta el final de los atentados de ETA.
Bueno, son disquisiciones de historiadores. Si se siguen los 30 capítulos del libro, en los diez primeros los ritmos del cambio son hechos luctuosos o huelgas, legalización de la ikurriña, momentos de mucha pelea como la lucha por la amnistía. Pero, a partir de 1978, se va institucionalizando la vida política; en todo movimiento ciudadano se produce una crisis profunda cuando se van incorporando sus reivindicaciones. En el movimiento obrero también las luchas rupturistas se van encauzando.
Un poco como el 15-M y luego el surgimiento de Podemos.
Sí. Cuando se asumen reivindicaciones pierdes capacidad de movilización. Pero, bueno, eso supone también que para algo sirven las luchas. Ahora nos hemos dado cuenta de que nada es inmutable, ni permanente. Tu logras una conquista pero mañana la pueden hacer desaparecer.
Lo hemos podido ver en esta legislatura de Mariano Rajoy.
Es claro que algunas conquistas no tienen retroceso, pero otras sí.
He visto que han utilizado para difundir el libro y la exposición una pancarta como de la época con toda esa sopa de siglas que tenía la cartelería de entonces: PCE, HASI, EMK, EIA... Paradójicamente, en las primeras elecciones democráticas casi todas esas organizaciones políticas fueron barridas y se acuñó un nuevo término político: la izquierda extraparlamentaria.
Era el resultado lógico. La mayoría de la militancia de esos grupos era militancia antifascista, eramos muy jóvenes, no teníamos una cultura política muy importante y éramos organizaciones de combate, de lucha contra la dictadura. Cuando la tensión se traslada de la calle a las instituciones no somos organizaciones que siguen. Algunas intentan adaptarse, acceder al parlamento, asumir los códigos de la pelea parlamentaria, pero en ese ecosistema esos partidos no estaban preparados para sobrevivir. El gran partido de la lucha antifranquista, el PCE, en dos elecciones se quedó con cuatro diputados, en 1982, frente a los veintipocos que había tenido, que tampoco fue para tanto.
Bueno el franquismo nostálgico solo coloca a uno: Blas Piñar, con su partido Fuerza Nueva.
El historiador Antonio Rivera explica bien en el prólogo del libro que la sociología del país era la que era. Ninguna dictadura dura sin un apoyo social importante, al menos pasivo. Hay una mejora económica, se pasa de la autarquía a la época del desarrollismo y la gente de por sí no está para pelear y jugarse la vida, está para disfrutarla. Solo cuando le cierran todas las salidas va a la pelea. La gente es más moderada.
Y un poco también como decía la canción, que bajo los adoquines [del mayo del 68] no había arena de playa...
Los que más habíamos peleado, dado la cara éramos los que menos aplausos y apoyos recibíamos. Es como con ETA, los no nacionalistas somos los que más hemos dado la cara, pero eso ya está amortizado, como nos recuerda Imanol Zubero. En la gran dicotomía entre ruptura o reforma, y eso que en Euskadi era mucho más potente la respuesta ciudadana, se vio y comprendimos que no teníamos fuerzas para la ruptura. El PCE, que lo criticamos mucho en su día, tenía una visión más real de la sociedad española.
En el epílogo del libro se menciona esa idea al afirmar: “antes de que se me olvide, es necesario confirmar que la mayor parte de la población estaba en otras cosas”.
No se le puede pedir a la gente que sea héroe. Y coincide como ahora una crisis que comenzó a desatarse según vino la democracia. Con los Pactos de la Moncloa, que nosotros criticamos duramente, al final la gente quería salir de la situación tan jodida que arrastraba.
Habla de varios historiadores relacionados con el libro, pero las imágenes son de Mikel Alonso. ¿Cómo fue encontrar el material, elegirlo, cribarlo, etc?
Sin la fotos jamás me hubiera planteado hacer este libro. La Transición está ya contada. Pero al descubrir en el archivo de Mikel, que entonces era el coordinador de la publicación de la ORT 'En Lucha', todo ese material me dije: esto está muy bien. Y además ahora hay una batalla por el relato, y creo sinceramente que, sin grandes pretensiones, tenemos que dar nuestra opinión, porque todo lo que pasó entonces también forma parte de relato. Volver a contar que los que estábamos en primera línea no éramos abertzales. Ejemplo: el mundo de la izquierda abertzale se ha apropiado de una fecha simbólica como la del 3 de Marzo, pero ellos no estaban. Había abertzales, claro, pero no eran los que lideraban aquello. Ellos empezaron a coger protagonismo a partir de 1977, con la democracia; con todas las excepciones que se quieran poner según sitios y zonas. Y eso es lo que cuentan las fotos del libro. Y, ademas, vimos que con esas imágenes se podía contar bien la Transición.
El libro termina con la foto de Ramón Rubial votando en Bilbao en 1979.
Y con una foto de Felipe González en el mitin que dio en Eibar en 1976, Cada hito tiene su foto. Una historia muy visual que refleja muy bien tres cosas: la lucha de la gente, la esperanza por un mundo mejor y que vivíamos con una alegría y emoción muy grandes, sin querer ponerme épico, de verdad. Sobre todo porque veíamos que íbamos ganando. Sin duda con muchos costes porque mucha gente se quedó en el camino.
La Transición no era una fiesta, vaya.
No lo era, había mucho riesgo de morir, como se ve bien en las fotos. Pero se veía el avance, y eso generaba ilusiones. A veces teníamos que frenar el ardor juvenil de gente de 15 años que venía a hacer pintadas y a sumarse a la lucha. Ahí eclosionan un montón de movimientos: el ciudadano, el ecologista, más tarde el antimilitarista, el feminista, las reivindicaciones culturales, sociales, el recuperar las fiestas, el folklore.
Hay una acusación de hecho a la izquierda abertzale de cuando se suma más tarde, como usted ha planteado, de patrimonializar y controlar esos movimientos sectoriales.
Yo hablo de vampirizar. De alguna manera nosotros, los partidos de la izquierda, morimos para que nacieran otras cosas. Dejamos una herencia. Pero había cierta autonomía. Cuando los dejamos huérfanos, por nuestra debilidad, otros vieron la oportunidad de instrumentalizarlos. El caso paradigmático es la lucha contra la central nuclear de Lemóniz. Y en sentido contrario les pasó con la lucha antimilitarista, que a ellos que apoyaban a ETA les generaban unas contradicciones tremendas. En los años 80 si a alguien odiaban eran a los del MOC [Movimiento de Objeción de Conciencia]. Fue la excepción porque lograron vampirizarlo todo: van eliminando del espacio social las asociaciones de vecinos, lo vi en el barrio bilbaíno de Rekalde; hacen una labor de zapa a los militantes históricos que quedan del PCE o de EE o de otras organizaciones de izquierda, hasta que se quedan con ellas. O el movimiento festivo, que en Euskadi tiene una importancia brutal porque es el sitio perfecto de reclutamiento, donde tienes la guardia más baja. Es perverso. Donde nosotros más captábamos era en los espacios informales: campamentos, fiestas, etc. Eso lo aprenden ellos y se inventan lo de 'martxa ta borroka' y lo explotan muy bien, aunque como digo ya estaba inventado.
Y logran ocupar la calle. Sobre todo por todos aquellos que durante tantos años gritaban lo de “ETA mátalos”.
Ese tránsito que vivimos fue una de las experiencias más duras y extrañas. En Euskadi nos quedamos como paralizados los militantes porque la represión indiscriminada de los Gobiernos de UCD genera una acción reacción en la que participamos. Cuando torturan y matan en 1981 a Arregi, y aparece en el libro, vamos a la manifestación todos porque en nuestro ADN está la lucha contra la represión, las torturas. Pero de repente, nos damos cuenta de que las manifestaciones, que hasta entonces eran unitarias y por los valores democráticos, van envenenadas. Íbamos con toda nuestra buena fe, pero veíamos ya algo siniestro. Vimos que ya no era nuestro escenario, que querían ir más allá, que se parecían a nosotros pero se apoyaban en una organización terrorista. Y una parte importante nos retiramos. Tuvimos que recomponer nuestras vidas, volver a la Universidad, etc.
¿Qué mensaje se pretende enviar a las nuevas generaciones que no vivieron esa época con este libro? Bueno, si es que se pretende algo, vaya.
Yo tengo un hijo de 19 años. En parte sí queremos que quede un mensaje. Es un libro para aquellos que vivieron esa época, de recuerdo, de lo que pasó, pero también si algún joven quiere saber qué paso en esa época es una versión bastante fiel de esa etapa. No es una versión de parte. Me encantaría que fuese el libro de texto de los chavales de bachiller para hablar de ese periodo, que no lo va a ser. Nuestra generación se acercó mucho a la etapa de la República para ver por qué quebró y se produjo el levantamiento armado y es bueno que la de ahora se acerque también a otro periodo de transito como fue la Transición, que ha determinado toda nuestra historia reciente, para bien o para mal. Si fuera joven leería un libro como éste, algo aprendería.