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El lío de la reunión entre Urkullu y Rajoy

Rajoy y Urkullu posan en su primera entrevista en La Moncloa en 2013, la única con luz y taquígrafos.

Aitor Guenaga

Ya sonó raro entre canapé de merluza y txakoli guipuzcoano cuando el jefe de prensa del lehendakari, Íñigo Urkullu, confirmaba a los periodistas que llamaban a su teléfono móvil inteligente que el mandatario vasco había solicitado esa misma mañana una entrevista urgente a su homólogo español, Mariano Rajoy. Una solicitud que había hecho por sms o por correo electrónico, eso fue algo que entonces no quedó muy claro. Visto que el presidente de Cataluña asegura no tener el móvil del presidente Rajoy, el solo envío de un sms por parte de Urkullu directamente a la bandeja de entrada del mandatario español podría dar a entender que hay una vía de interlocución asentada entre ambos políticos. ¿Pero para qué ha servido esa supuesta intercolución preferente entre Madrid y Vitoria en los casi 14 meses de legislatura en Euskadi?

El día que trascendió la noticia de la petición de la reunión -la ofreció en bandeja el propio lehendakari tras comparecer ante los medios después del habitual consejo de Gobierno el 30 de diciembre- la maquinaria de la especulación y de las preguntas sin respuesta se puso a funcionar. Unos días antes, los presos de la organización terrorista ETA ya habían dado el paso definitivo de abrazar la legalidad penitenciaria en su famoso comunicado con el sello del EPPK, el 28 de diciembre. Aquello no era una inocentada como algunos han querido propagar de manera interesada. Lo mismo que Sortu pasó por el aro de la legalidad cuando presentó sus estatutos y con ese partido toda la izquierda abertzale comenzaba a hacerse mayor de edad en democracia, los presos de ETA, rehenes de la organización durante décadas, además de alejados de sus casas, iniciaban su particular camino para convertirse en reclusos como todos los demás, que puede acceder a determinados beneficios carcelarios, si cumplen a pies juntillas la legalidad.

Lehendakaritza, de la mano del secretario general de Paz y Convivencia, Jonan Fernández, habían hecho en los meses precedentes (desde octubre en adelante) un trabajo de campo nada desdeñable con contactos con la izquierda abertzale que nunca ha condenado a ETA. La discreción, siempre conveniente si hablamos de alta política o de política con altura de miras, solo funciona cuando existe un grado de confianza y respeto entres los actores: entre los que están dentro de la marmita donde se cuece la alta política y los que se sitúan en sus aledaños. Por eso a los socialistas vascos, tras ver la sucesión de acontecimientos que situaban al lehendakari y, sobre todo, al PNV de Andoni Ortuzar en una aparente concertación de voluntades con los herederos de Batasuna -manifestación conjunta por los presos de ETA en enero de este año, documentos sobre paz y convivencia entregados a Sortu a principios del 2013, etc- se les encendieron todas la luces rojas. No en vano, del fantasma del Pacto de Lizarra (1998) los peneuvistas tardaron muchos años en recuperarse y volver a la senda de los pactos transversales (2013) en Euskadi. Pero son precisamente esos movimientos bienintencionados los que aprovecha ETA para intentar enredar a Urkullu, y así lo ha hecho saber cuando en el último comunicado de ayer le interpela directamente al lehendakari a moverse, a hacer algo.

Para intentar reconducir todo ese embrollo, justo antes de la entrevista con Mariano Rajoy, Urkullu y Ortuzar se reunieron con Alfredo Pérez Rubalcaba y con Patxi López. El lehendakari quería llegar de noche a La Moncloa con los deberes hechos en casa, lo cual es del todo loable. Urkullu no es un líder de los que arriesgue al hacer política, pero tampoco es de los que se queda sentado esperando a que las nueces caígan del árbol. Y tras cuatro reuniones (tres de ellas secretas) y 14 meses de esperar a que Rajoy dé señales de vida en materia de paz y convivencia, el lehendakari considera colmatada esta vía. Al menos por el momento.

Urkullu mantiene su discreción y únicamente sabemos de la reunión por sus declaraciones para contrarrestar las acusaciones de la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, quien acusó al lehendakari de plantear políticas de gracia para los presos de ETA. “Mi propuesta trata de contribuir a un final ordenado e incondicionado de la violencia de ETA, en el marco de la propia legislación penitenciaria vigente. Final ordenado, sin condiciones y el marco que establece la propia ley”. Así es como Urkullu ve su renovada propuesta planteada a Rajoy en la última reunión y además lo ha dejado por escrito en un post en su blog oficial.

El presidente español, a través de su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, ya ha advertido públicamente que el Gobierno mantiene su política antiterrorista y no tiene intención de abordar cambios inminentes en el tratamiento carcelario de los presos de ETA.

La cuerta entrevista entre ambos mandatarios ha sido un lío monumental, sobre todo por lo que poco que se sabe de ella. Conocemos tan poco de lo que ha pasado dentro -y a veces por terceros que no participaron en el encuentro- que habrá que dejar pasar el tiempo. Pero no parece arriesgado señalar que este encuentro no va a acelera el “final ordenado” de ETA. Y, mientras, los terroristas siguen un guión en el que aspiran aun a sentarse a negociar lo suyo con los Gobiernos español y francés. No debe faltar mucho para que, de nuevo, se activen los trabajos de mediadores, verificadores, grupos de contacto y comisiones de foros sociales en un intento de dar un empujón definitivo a la historia unilateral que comenzó el 20 de octubre de 2011 con la decisión histórica de ETA de dejar de matar y extorsionar. Mejor que la acción coordinada de ese 'melting pot' por la paz, será ver a los centenares de presos etarras colocando instancias en sus respectivas prisiones para forzar cambios individuales en su realidad carcelaria. Y si las juntas de tratatamiento e Instituciones Penitenciarias no se mueven, habrá que esperar a que los jueces de vigilancia penitenciaria hagan cumplir la ley. No hay otra salida para dejar los barrotes atrás. Eso, y que ETA dé muestras inequívocas de su voluntad de disolverse ahora y para siempre.

Lo demás, fuegos de artificio.

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