Reconstrucción del bombardeo: “El ataque contra Gernika ha sido un gran éxito”
Al caer la noche del 25 de abril de 1937, en el salón del hotel Frontón de Vitoria, en la actual calle de San Prudencio, un grupo de soldados nazis cantaban al son de un acordeón que ‘No existe mejor sensación que poseer a la más bella fulana de la ciudad’. En una estancia decorada con castañuelas, objetos taurinos y las ligas de sus “fulanas”, los alemanes bebían y bebían al grito de ‘Trink aus!’ después de llegar de pasar un rato en el burdel oficial de la Legión Cóndor, en el que, por 100 pesetas, tenían derecho a “15 minutos con una chica” y a “dos toallas grandes, jabón y una cajita de aluminio con dos preservativos”.
Mientras sus hombres seguían de fiesta, Wolfram von Richthofen, jefe del Estado Mayor del contingente alemán enviado por Adolf Hitler a España en apoyo del sublevado general Francisco Franco, aparcó su Mercedes-Benz en la puerta del hotel, reconvertido en cuartel general alemán en España, y accedió a su ‘suite’. Venía de Burgos, otra de las capitales del bando rebelde. Allí, en una reunión de la que se había ausentado el hombre de confianza de Franco en el Norte, Emilio Mola, Von Richthofen y el coronel español Juan Vigón, acompañados del comandante de la fuerza aérea italiana y de otros altos mandos militares del bando ‘nacional’, habían fijado la villa de Gernika, de 7.000 habitantes (a los que sumar un buen número de refugiados de guerra) como objetivo prioritario para la tarde del 26 de abril.
“Sólo el tiempo atmosférico puede derrotar a la Legión Cóndor”, escribió el uniformado nazi en su diario aquella noche. Estos datos, como otros muchos, los recopilaron los periodistas Gordon Thomas y Max Morgan Witts en ‘El día en que murió Guernica’, publicada en 1975 y que recogía por primera vez testimonios directos de víctimas supervivientes y de los nazis que ejecutaron la masacre, así como abundantes documentos escritos y fotografías.
“Hallaréis una muerte segura”
Aquellos días en Gernika los vecinos seguían las vicisitudes de la guerra a través de sus transistores. Radio Bilbao, que emitía desde zona republicana, daba cumplida información sobre la ofensiva franquista contra Bizkaia. Pero aquella noche del 25 de abril en los aparatos guerniqueses sonó un mensaje de Radio Salamanca: “Vascos, rendíos ahora y salvaréis vuestras vidas. Si resistís, hallaréis una muerte segura”. Toda una premonición.
La ofensiva contra Bizkaia empezó en marzo de 1937. El golpe de Estado contra la II República ocurrió el verano anterior (18 de julio) y triunfó en parte del territorio vasco, concretamente en Vitoria, que pronto se convirtió en capital para Franco con Burgos y Pamplona. En octubre, se constituyó el primer Gobierno autónomo de Euzkadi con José Antonio Aguirre como lehendakari y como plenipotenciario consejero de Defensa. La casi única misión de la estrenada autonomía vasca era ganar la guerra.
En tiempo récord, Euzkadi formó un Ejército y una Policía operativos y optó en noviembre por realizar una ofensiva sobre Vitoria. En la conocida como Batalla de Villarreal, las fuerzas vascorepublicanas pecaron de desorganización y los franquistas no sólo obtuvieron una victoria militar, sino que pudieron asestar, ya en 1937, un contraataque muy duro y definitivo. Ya con el apoyo aéreo de Italia y, sobre todo, de la terrorífica Legión Cóndor nazi, la campaña del Norte fue la de los bombardeos continuados. Antes de Gernika, a finales de marzo Durango había sufrido, por ejemplo, una lluvia de bombas.
Von Moreau, el aviador siempre llama dos veces
De hecho, el 25 de abril de 1937 alemanes e italianos continuaron con su rutina mientras se celebraba la reunión de Burgos. Aquel día el sanguinario Rudolf von Moreau atacó Bilbao. Se decía de Von Moreau, que no había cumplido los 25, que era capaz de hacer blanco “arrojando una china sobre un sello de correos” en una carrera. Tenía como “marca distintiva”, según Thomas y Morgan Witts, terminar cada ‘raid’ con una bomba de recuerdo, “una señal destinada a los que estaban en tierra para demostrarles que había sido el legendario Von Moreau el que los había bombardeado”.
Estas noticias, así como los ataques sobre Markina y otras localidades, las conocían perfectamente en Gernika, cuyo hospital de campaña no daba abasto para atender a los heridos en el frente. En la villa ya escaseaban los suministros. Las mafias mataban gatos para venderlos como si fueran conejos. En algunos lugares estratégicos del pueblo se habían construido refugios antiaéreos que luego se revelarían insuficientes.
Que el ataque podía ser inminente era una evidencia. Los republicanos planeaban ya trasladar a Bilbao la fábrica de armas Astra-Unceta, que era propiedad de un franquista pero que bajo vigilancia militar suministraba material al Gobierno legítimo. Y el lehendakari Aguirre había decidido enviar con urgencia a un asesor, a Francisco Lazcano, para asumir la defensa de Gernika por encima de su alcalde, José de Labauria.
Lunes, día de mercado en Gernika
Homenajeado este sábado en Gernika con una calle en su honor, el regidor del PNV accedió al cargo en sustitución de otro edil que se declaró franquista tras el golpe de Estado. Según Thomas y Morgan Witts, “por temperamento y formación, Labauria no era el hombre adecuado para estar al frente de la ciudad”.
Ni esto ni la llegada de Lazcano constan en el completo informe que el alcalde realizó tras el bombardeo y en el que explicaba que ya se habían adoptado algunas medidas como disponer de “seis refugios acabados y seis sin acabar” con capacidad para “3.500 personas”, sin contar el construido a título individual por el dueño de Astra-Unceta. El dirigente del pueblo también suspendió el partido de pelota previsto para aquella tarde. El mercado de todos los lunes, asimismo, no contó con la misma afluencia que otras semanas y al mediodía, unas horas antes de la llegada de la Legión Cóndor, ya se había retirado precipitadamente.
El alcalde desmonta también con datos objetivos otra de las incongruencias de la propaganda franquista. Los sublevados habían vendido a Hitler que estaban luchando contra los ‘rojos’. En la Bizkaia en la que se ensañaron los aviadores de la Wehrmacht, el comunismo y el anticlericalismo eran excepcionales. Es más, el PNV había ordenado controlar las iglesias contra los desmanes de algunos radicales de izquierdas y celebraba liturgias regularmente en memoria de los ‘gudaris’. “No supe que los comunistas tuvieron proyectada ninguna revolución armada”, escribió José de Labauria.
“Así es la guerra”
Militarmente, Von Richthofen justificó el ataque a Gernika por ser un nudo de comunicaciones clave en la defensa de Bilbao. Aparentemente, el objetivo era cortar las carreteras destruyendo el puente de Rentería. Ese lugar, a pesar de que el bombardeo duró tres horas y los aviones atacantes se contaron por docenas después de la primera pasada del ‘infalible’ Von Moreau, resultó intacto.
“Todo lo que se mueva en esas carreteras o en ese puente ha de suponerse relacionado con el enemigo y, en consecuencia, ha de sufrir el bombardeo”, argumentó el alto mando militar. “Así es la guerra”, asumió sin más Hans Asmus, ayudante en 1937 de Von Richthofen.
Von Richthofen se levantó pronto el 26 de abril. A las 6.00 horas. Repasó un informe confidencial titulado ‘Disponibilidades de aparatos’ y partió al campo de aviación de Vitoria, base principal de la Legión Cóndor y hoy enterrado bajo un barrio moderno de VPO y parques, Salburua.
Allí esperaba el piloto Hans Joachim Wandel, que tras la fiesta nocturna no pudo dormir y quiso hacer “un vuelo de prácticas” para probar las ametralladoras de su aparato. Lo hizo sobre un río cerca de Elburgo. Wandel contaría después su “emoción” por volar y por formar parte de la leyenda (negra) de la Legión Cóndor. Opinaba también que pilotar era lo mejor contra la resaca y cómo sus superiores le dijeron que a los aviones había que tratarlos “como a una mujer”, con “amor y cuidado”.
Las piruetas de Wandel no formaban parte de la operación. Sí, en cambio, unos primeros vuelos de reconocimiento que tenían un doble fin: fotografiar el objetivo para conocer la situación de las tropas enemigas y hacer un pronóstico meteorológico de cara a la tarde.
El día, de cielos despejados y sin viento, era magnífico tácticamente. Lo mismo que en Vitoria, en la base alemana de Burgos también se aprovechaba la mañana para preparar los aparatos. No hay muchos detalles sobre qué ocurrió a mediodía, pero el diario de Von Richthofen revela una reunión secreta con Vigón en la que sólo estuvieron acompañados por las fotografías tomadas desde el aire esa misma mañana.
“El ataque está en marcha”
Cuando Von Richthofen regresó al hotel Frontón anunció a su equipo un lacónico: “El ataque está en marcha”. La orden se telegrafió a Burgos. Él y su ayudante Asmus salieron en coche hasta el monte Oiz para seguir en primera persona desde algún mirador lo que iba a ocurrir.
Las cifras del contingente empleado contra Gernika varían en función de las fuentes. En ‘El día en que murió Guernica’ se alude a que “en los campos de aviación de Burgos y Vitoria se hallaba dispuesta una fuerza formada por 43 bombarderos y cazas” y que “entre todos transportarían unos 50.000 kilogramos de bombas explosivas, ‘shrapnel’ e incendiarias”. Como se ve, muy proporcionado cuando el objetivo aparente era un puente de piedra de 22 metros de largo y 9 de ancho.
A ello hay que sumar el papel de la aviación italiana, que principalmente escoltó en la retaguardia a la Legión Cóndor. Von Richthofen era consciente de que con su máquina de guerra sería más que suficiente, pero Vigón prefirió dar un papel a los aliados italianos para que no se sintieran desplazados. En la operación participaron Heinkel 51, Heinkel 111, Junker 52, Dornier 17, Messerschimdt 109 y Fiat CR 32 (italianos), principalmente. Las bombas eran de 10, 50, 250 y 500 kilogramos y había también bombas incendiarias de 1 a 4 kilogramos. Los aparatos más ágiles podían volar a 350 kilómetros por hora con una carga de tonelada y media de explosivos.
Las monjas vieron al enemigo: “¡Avión, avión!”
A las 15.40 horas del 26 de abril de 1937, Von Moreau arrancó su Heinkel. ‘Alles in Ordnung’ (‘todo en orden’). Despegó. La operación contra Gernika había comenzado. Al mismo tiempo que en el aire los nazis gritaron ‘¡Objetivo a la vista!’, dos monjas con prismáticos que hacían de centinelas en la azotea de un convento gritaron ‘¡Avión, avión!’ para activar los mecanismos de aviso a la población, básicamente sirenas y campanas. Fue una falsa alarma. Von Moreau pasó de largo.
Pero volvió. El certero piloto, a pesar de volar mucho más bajo de lo previsto y de tener el puente de Rentería a tiro, soltó las bombas en el centro de Gernika, en la plaza de la Estación. Eran alrededor de las 16.30 horas.
Las primeras víctimas ya se produjeron entonces. “Volaban por todas partes piernas, brazos, cabezas y cuerpos despedazados”, comentó años después Juan Silliaco, jefe de la pequeña dotación de bomberos voluntarios del pueblo.
“Los nuestros no harán nada”
Lo que sucedió hasta pasadas las 19.30 fue más de lo mismo. Los aviones realizaron varias pasadas cada uno descargando sus bombas o ametrallando directamente a lo que se hallaba en su camino. El fuego provocó enormes columnas de humo sobre el pueblo, los edificios se derrumbaron y el pánico se adueñaba de aquellos que no fueron alcanzados por el enemigo y que buscaban desesperadamente un hueco en los atestados refugios.
Tras los primeros bombardeos, a eso de las 17.15 horas, uno de los oficiales de las fuerzas republicanas acantonadas en Gernika, el joven teniente Ramón Gandarias, logró localizar un teléfono que siguiera funcionando y alertó de lo sucedido al cuartel general del Ejército vasco, ubicado en Galdakao. Avisó de que “podría haber otro ataque”. Según declaró a los periodistas Thomas y Morgan Witts, sólo le dijeron que “estudiarían” su petición. “Eso significa que no harán nada”, razonó desolado el capitán Juan Beiztegi.
La aviación republicana en el Norte no era operativamente tan potente con la alemana e italiana juntas pero la inferioridad en Gernika la causó su incomparecencia. Moralmente, esta fuerza, que en 1936 había realizado algunos bombardeos en Vitoria, había quedado muy tocada días atrás cuando su mejor hombre, el piloto Felipe del Río, que había derribado a enemigos germanos en combate, falleció en un ataque alemán contra Lamiako.
Beiztegi ordenó a los alrededor de 2.000 soldados disponibles en Gernika y alrededores que se guarecieran pero que mantuvieran sus posiciones. Mas algunos ya habían emprendido la huida, para tristeza de algunos guerniqueses y de Gandarias. Ya un día antes había abroncado a una dotación que huía del frente: “La retirada ha acabado aquí. Estáis obligados a luchar. Todos vosotros. Nada de correr y esconderse. ¡Os aseguro que va a luchar hasta el último de vosotros!”.
Franco y Hitler: “Guernica no fue bombardeada”
Frente a la atonía general, otros ‘gudaris’ sí mostraron gran valor. Faustino Pastor, nacionalista conocido como Basurde, mantuvo la posición con una ametralladora durante todo el ataque y trató en vano de impactar en los aviones enemigos. Llegó a desmontar el arma del trípode para usarla como un fusil.
Según contó en ‘El día en que murió Guernica’, falló en todos sus intentos, pero tuvo el “triste privilegio” de ser el primero en fotografiar el bombardeo con su cámara. Como él, el padre Eusebio Arronategi también captó pruebas visuales de la operación alemana. Suya es la toma de tres aviones en formación que encabeza este reportaje. El Gobierno vasco guardó también alguna bomba que no llegó a explotar y que mostraba la firma de la Legión Cóndor.
La propaganda franquista pronto empezó a contrarrestar las denuncias de las que se hicieron eco no sólo los periódicos republicanos de España, como el ‘ABC’ (que pedía ayuda para los vascos), sino prestigiosas cabeceras de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, países que sí habían practicado a rajatabla la “no intervención” internacional en la guerra española que Alemania e Italia también cacareaban.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Hitler convenció a Franco de que negara la autoría de los hechos y el que luego sería dictador envió un comunicado el 5 de mayo en el que se leía: “Guernica no fue bombardeada por mis fuerzas aéreas. Fue incendiada con gasolina de los propios vascos”. Era mentira: Antonio Arzanegi, panadero del pueblo y uno de los pocos propietarios de un coche en 1937, no pudo repostar su Ford ya el día anterior por falta de suministros.
Los ‘nacionales’, apoyados por tropas de tierra alemanas, italianas y marroquíes, conquistaron Gernika a los pocos días. Entre sus medidas inmediatas se decidió el envío a Vitoria del poeta Lauaxeta para su fusilamiento. Montaron también una cocina de campaña para alimentar a la población que había sobrevivido y que había optado por no huir de la represión.
Según la Fundación Museo de la Paz de Gernika, “durante el bombardeo se lanzaron un mínimo de 31 toneladas de bombas”. “El centro urbano de la villa quedó totalmente arrasado. El 85% de los edificios -un total de 271- fueron totalmente destruidos y el resto parcialmente afectado. Las bombas incendiarias provocaron un incendio que no pudo ser sofocado en varios días. El Gobierno de Euskadi registró 1.654 víctimas mortales. El alcalde de Gernika, José de Labauria, expresó que más de mil personas habían perdido la vida, entre ellas, 450 en el refugio de la calle Andra Mari”.
“No debe ser admitida, en ninguna circunstancia, una investigación internacional acerca de Guernica”, declaró Hitler el 15 de mayo sobre su macabro ensayo general para lo que vendría años después en la II Guerra Mundial. Así lo confirmó Hermann Goering, el ideólogo político por encima de Von Richthofen en los juicios de Nüremberg: “España me brindó una oportunidad para poner a prueba a mi joven fuerza aérea, así como para que mis hombres adquirieran experiencia”. El Gobierno vasco del exilio intentó que se acusara también por los bombardeos a los líderes militares nazis, pero el proceso sólo revisó la II Guerra Mundial y no la Guerra Civil española.
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Al caer la noche del 26 de abril de 1937, en el salón del hotel Frontón de Vitoria, los soldados nazis volvieron a las canciones obscenas, a las prostitutas y al alcohol. ‘Trink aus!’. Von Richthofen, antes de regresar a su ‘suite’, pasó revista a su flota aérea en el campo de aviación de Salburua. “Vio que habían disminuido considerablemente los depósitos de bombas. Pero aún disponía de muchas más”, escriben Thomas y Morgan Witts. Como última misión del día, comunicó a Berlín secretamente: “El ataque concentrado ha sido un gran éxito”.