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El “ensordecedor olvido” de los marinos republicanos exiliados

Marinos españoles en uno de los buques de la flota republicana durante la Guerra Civil.

Laura Murillo Rubio

Bilbao —

España aún vive en deuda con su pasado. Aun queda mucho trabajo por recuperar la memoria histórica de las personas desaparecidas durante la Guerra Civil y los exiliados que se vieron obligados a huir de su país. Se trata de una labor exhaustiva y minuciosa, que muchas veces ha topado con el obstáculo de las propias instituciones, pero que encuentra en los hijos y nietos de aquellos a los que un día no les quedó más remedio que huir el homenaje por la defensa de los valores de libertad y justicia que propugnaron sus padres y abuelos. En ese trabajo de recuperación de la memoria, la Fundación Juan de los Toyos, que preside el secretario general de UGT Euskadi, Raúl Arza, ha homenajeado en Bilbao a los marinos republicanos exiliados a través de la figura del ugetista vizcaíno Ángel Landa, fallecido recientemente a los 98 años. En el acto tuvo lugar también la presentación del libro “El exilio de los marinos republicanos”, escrito por Victoria Fernández Díaz, catedrática e hija de exiliados, que con su empeño e investigaciones ha rescatado “no sólo una parte olvidada de nuestra historia, sino el drama humano en que se vieron envueltos ellos y sus familias”, señalaba Raúl Arza sobre un exilio que ya ha cumplido 75 años.

Tras haber sido artillero en la flota republicana en el Mediterráneo durante la Guerra Civil, Ángel Landa tardó 36 años en regresar a su Balmaseda natal. Como él un centenar de marineros vascos embarcaron en los buques en defensa de la República. Ángel lo hizo el 5 de marzo de 1939 en el Tramontana, un buque singular que contaba también con muchos vascos en su tripulación y que arribó a Orán en la costa de Argelia con el propósito de cargar carbón y seguir ruta hacia América. Sin embargo, esos planes fueron supeditados a los 8 años que Ángel y sus compañeros pasaron en África sobreviviendo a los campos de concentración. Con los años, escribió unas memorias en las que dejaba a su familia el testimonio de todo lo ocurrido. “Gracias a él hoy conocemos su historia y las historias de otros muchos jóvenes de su generación, luchadores por la libertad y la democracia, que no figuran por desgracia en los libros de historia pero que tienen nombre y apellido”, decía Arza. Se llamaban Pastor Azkue de Getaria, Juan Arteta, Félix Arranz de Sestao, Francisco Irureta de Erandio, Benito Peciña, Aurelio Otero y Alejandro Lekuona de Bilbao, Juan Pedro Sagarmendi de Mutriku, Fernando América de Amorebieta, los hermanos Zubillaga de Durango y otros muchos sobre los que no se disponen datos.

Encerrados en vagones para animales

Victoria Fernández Díaz sigue la pista a más de 8000 marinos españoles que fueron sometidos a un “largo y ensordecedor olvido”. “La palabra exilio durante un tiempo ni se nombraba en España, en los Ayuntamientos había listas de ausentes, pero ni siquiera se decía exiliados. Era como un intento por borrarlos totalmente”, indicaba la catedrática en la presentación de su libro. “El exilio no se agota en el alejamiento físico de la patria, el exilio sigue como una herida interna que se prolonga en los hijos y en los nietos”, señalaba sobre sus labores de investigación. En los inicios de la derrota republicana, cuando las tropas franquistas entraron en Cataluña empezó lo que se llamó la retirada y medio millón de personas pasaron a Francia. Entre ellos, “los marinos republicanos de la subsecretaría de marina y los que estaban adscritos a la flotilla de vigilancia y defensa submarina de Cataluña, en la que había muchos vascos”, cuenta Fernández Díaz. En Francia abrieron numerosos campos de concentración, entre ellos, se encontraron el campo de Angelés Sur Mer. “Sobre ese lugar he tenido acceso a testimonios que revelan que lo único que había era el mar, la arena de la playa y las alambradas. Decía uno de ellos que, estando en febrero, lo único que veía y sentía era la escarcha por las noches. Quien tenía una manta se hacía un agujero y se tapaba con ella, y el que no, con el agujero y nada más”, cuenta la autora. De allí, el grueso de la flota marchó a Bizerta en Túnez, “encerrados en vagones para animales, donde les dieron una lata de sardinas y un pan para cientos y cientos de kilómetros”.

Fueron muchos los marinos que recalaron en Bizerta donde los metieron en compañías de trabajo. “En sus fotografías aparecen con un simple calzón y detrás de la fotografía escribían con mucho humor: ‘traje barato’. Estaban en tiendas de campaña que no tenían suelo y, cuando llovía, el agua pasaba como un río por las tiendas y ahí tenían que dormir”, explica. Tras su paso al campo de Bou Arfa, Ángel relata en sus memorias que ya “dejan de ser humanos”. “Los desgraciados franceses nos transformaron como animales”, escribe sobre los trabajos que realizaron en el desierto con 50 grados durante el día y 0 grados por la noche. De allí pasaron a Khenchela, donde tenían agua, pero se trataba de aguas estancadas a través de la cuales contrajeron paludismo. En este periplo infrahumano a Ángel lo transportaron hasta las minas de Kenadsa, donde según relató, sus compañeros trabajaban en huecos de 80 centímetros, mientras él ejercía de cocinero.

“En las fotografías, ellos siempre procuraban ir lo mejor vestidos que podían porque tenían ese pundonor de conservar su dignidad y aparecer sonrientes para mandarlas a sus familias”, explica Fernández Díaz. “No solamente vivieron en esas condiciones infrahumanas, sino que sufrieron castigos que nos pareces increíbles. Los garrotazos eran lo normal, les dejaban al sol durante 24 horas sin apenas agua, cavaban zanjas de dos metros de profundidad donde les metían encarcelados. Los presos también eran atados a la silla de un caballo y arrastrados. Estaba el llamado ‘baile’ que consistía en una rueda con un macuto llena de arena y piedras que portaban hasta que al militar de turno le pareciera suficiente. Algunos dicen que estuvieron hasta 20 días de castigo”, cuenta la catedrática sobre los campos en el norte de África que estuvieron basados en los modelos de campos de concentración nazis.

Los que consiguieron escapar, como Ángel, que huyó en un barco mercante hasta México, rehicieron sus vidas lejos de España. Él se fue con 25 y no volvió a pisar su tierra hasta 36 años después. “David Gasca, un oficial republicano que murió en el exilio, todos los días junto a su firma ponía los días de exilio. Los contaba día a día”, señala la autora. “Es necesario rescatar del olvido a estos hombres que vieron en la República la llegada de una sociedad más justa y más igualitaria. Estas personas no vivieron en la infamia como decían los falangistas, sino que defendieron unos valores y un gobierno legítimo, que era lo que ellos repetían continuamente. Hoy, seguramente, si hubieran nacido en otro país tendrían calles con sus nombres”, recrimina Fernández Díaz, quien recordaba que “de la misma manera que cuando hoy uno pierde la memoria ya no somos nadie, también necesitamos la memoria de los que nos precedieron porque hay que saber de dónde venimos para seguir luchando por los mismos valores de justicia social, igualdad, cultura y dignidad que ellos defendieron”.

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