“Recibir la carta de extorsión de ETA era como si te diagnosticaran cáncer”
- Hablan los empresarios chantajeados por la organización terrorista en el mayor estudio sobre la extorsión realizada por ETA a lo largo de su historia
“Al no haber entregado a Euskadi Ta Askatasuna [ETA] la ayuda económica solicitada por diez millones de pesetas y habiendo vencido sobradamente los plazos estipulados, le queremos recordar que tanto Ud. como todos sus bienes son objetivo operativo de ETA”. La 'Carta' llevaba el sello de la organización terrorista y el símbolo de ETA, el hacha y la serpiente. “Aquí, lo que es insustituible, es el momento de la recepción de la carta”, confiesa un empresario extorsionado. Es lo mismo que quien va a la mañana al médico y le dice que dentro de media hora le va a dar el diagnostico y el diagnóstico es cáncer. Esa media hora ha cambiado toda su vida para siempre“, cuenta.
La misiva era el banderín de salida definitivo para un viaje largo y tortuoso para muchos empresarios y sus familiares, periplo que en algunos casos ha pasado de generación en generación “extorsionados durante 30 años. No solo pasaba la empresa de padres a hijos, también se 'heredaba' la extorsión”, revela Izaskun Sáez de la Fuente, doctora en Sociología y Ciencia Política, profesora de Ética en la Universidad de Deusto y directora de la mayor investigación interdisciplinar que se ha realizado sobre el mal llamado 'impuesto revolucionario' de ETA.
Para entender mejor lo que han supuesto las décadas de chantaje terrorista de ETA para el empresariado y sus familias y la soledad en la que han vivido esa situación de acoso por parte de los terroristas, los testimonios recogidos en el estudio sobre el chantaje de ETA dirigido por Izaskun Sáez de la Fuente pueden ayudar a visibilizar ese calvario.
“En una primera fase me afectó. Fue terrible, empiezas a estar muy pendiente. La amenaza se cernía cada vez más”, relata uno de los extorsionados que ha participado en las entrevistas personales junto a otros 65 empresarios, solo dos de ellas son mujeres. Otros 140 -el 95%, hombres- lo han hecho a través de un cuestionario 'on line'. La identidad de todos ellos ha quedado bajo llave en el Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto, que dirige Javier Arellano, que ha participado también en la investigación. “En aquel entonces” prosigue, “todavía iba a dejar a las niñas en la parada de autobús, miraba a ver quién venía, a ver quién iba. Me acuerdo que, yo no le conocía, pero uno iba a dejar también a sus hijas a la parada de autobús. Llevaba una barba y yo decía: ”joer, tiene una cara de etarra el tío, este me está echando una mirada que me va a pegar un tiro“.
Aunque Sáez de la Fuente ha destacado que la mayoría del empresariado vasco y navarro no cedió al chantaje de ETA y “ni pagó, ni se marchó”, en cambio sí ha tenido que soportar ese peso en soledad o junto a los familiares más allegados durante cinco décadas. Incluso “ciertas instituciones públicas aconsejaban pagar a ETA o marcharse”, señala Sáez. Es lo que en el estudio se denomina la “privatización del chantaje”. “En la mayoría de los casos es un proceso que se ha vivido en una absoluta soledad y que uno lo ha digerido (...) La contribución que ha hecho uno a la paz ha sido la del propio sacrificio. Ha sido tragarse todo el marrón sin pagar un duro. Ha sido recibir la sexta y séptima carta. Entonces que nadie me venga a pasar ahora facturas”, alza la voz otro empresario en el estudio desde el más absoluto anonimato.
La investigación cifra en más de 10.000 las víctimas de una de las vertientes más “oscura y ocultas” que ahora se trata de visibilizar. Empresarios y sus familiares más próximos que han sufrido trastornos psicológicos temporales, crónicos y, muchas veces, el retraimiento social. “Yo había estado siempre muy metido en temas deportivos, en temas de todo tipo, ¿no?, de cultura vasca. Entonces, bueno, pues todas esas cosas las tuve que ir, un poco, o las fui un poquito dejando, alejándome del entorno”, reconoce otro responsable de una empresa.
“No me cambié de domicilio. ¡Qué coño me iba a ir por una situación amenazante! ¡no era cuestión de valentía! Era cuestión de dignidad. Yo no iba a cambiar mi vida por unos tíos amenazantes”, cuenta otro chantajeado.
Todo esto, además, se produce en un contexto de crisis económica, conflictos laborales y de reconversiones brutales que acrecentaban la imagen de un “empresariado estigmatizado y su consideración como enemigo por parte del entramado radical”, lo que “desempeñó un papel muy significativo en la justificación social de la extorsión”, señalan los autores del libro que recoge la investigación 'Misivas del terror' (Editorial Marcial Pons-Historia). En el estudio ahora publicado han participado también el doctor en Teología Galo Bilbao, el doctor en Filosofía Xabier Etxeberria y el doctor en Estudios Internacionales e Interculturales Jesús Prieto Mendaza. No en vano, una encuesta realizada en 1981, en los años de plomo de ETA, revelaba que cuatro de cada diez vascos estaban convencidos de que si ETA no hubiese infundido miedo a los empresarios, los trabajadores no habrían progresado salarialmente. En ese ambiente, al menos en una primera etapa, se producían las oleadas de cartas de extorsión.
Un empresario guipuzcoano explica por qué nunca pagó, pero cómo el miedo influyó en otros empresarios para ceder al chantaje: “Ha habido empresarios pequeños, medianos, que han tenido miedo y al final han cedido al famoso 'impuesto revolucionario' (...) A mí ni se me ha pasado por la cabeza pagar (...) luego tienes que seguir pagando toda tu vida”.
“Buena parte de la sociedad mantuvo una actitud indiferente y públicamente distante hacia las víctimas del terrorismo en general y de la extorsión en particular”, constata la directora. La reacción de la ciudadanía fue muy tardía. En todo caso, el estudio hace una clara diferenciación temporal entre lo ocurrido en las primeras décadas del terrorismo de ETA -los años de plomo, en los años 70 y 80- y la actitud de rechazo que de forma minoritaria comenzó a tomar cuerpo en los años 90 con grupos como Gesto por la Paz y sus campañas del 'lazo azul' contra los secuestros realizados por la organización terrorista.
El hijo de un empresario secuestrado hace memoria de un episodio que marcaría la vida de su padre y de toda la familia, aunque salió vivo para contarlo. Eran los años de la crisis, a finales de los 70, y las negociaciones en la empresa con el comité se habían interrumpido. Entonces un comando de ETA entró en acción. “Tengo la sensación de que mi padre después del secuestro nunca llegó a ser la misma persona, en parte, quizá, debido a esa humillación a la que se vio sometido. Me consta que dio por perdida su vida en varios momentos. En aquellos interrogatorios [con sus secuestradores] él se temía lo peor (...) Cuando le dijeron vamos a hacer un desplazamiento, ahí también temió lo peor. Y ese trance de darlo todo por perdido, de sentirse humillado, de sentirse indefenso...le marcó, creo, para el resto de su vida”.
La 'Ley del Talión'
Una de las realidades que ha quedado constatada en todas estas décadas de terror de ETA es la altura moral de las víctimas y sus familiares, que nunca se han tomado la justicia por su mano. “Las víctimas han tenido un comportamiento impecable”, recordaba recientemente en una entrevista en este periódico el escritor Ramón Saizarbitoria. En el ámbito de la extorsión terrorista, tampoco se conoce que el empresariado haya respondido desde la ilegalidad.
El único caso que se relata en el libro en el que se planteaba aplicarla 'Ley del Talión' es el del famoso empresario guipuzcoano Luis Olarra, al que ETA pidió 150 millones de pesetas en los años 80 y que nunca se arredró. “Tras reunirse con ese mundo, les dijo que no solo no iba a pagar una peseta del dinero que le solicitaban, sino que había depositado en una cuenta en Zurich ese importe que sería abonado a la mafia marsellesa si algo le pasaba a él o a su familia. Para que los etarras y sus cómplices vieran que no era un farol dio nombres, trabajos y direcciones de la gente del entorno terrorista, de sus padres e hijos”.
Olarra, el sexto de los nueve hijos de una familia de Tolosa, salió indemne de los ataques contra su persona y sus intereses empresariales por negarse a ceder ante los terroristas. Murió en 1994 en Houston, a los 62 años. De cáncer. Como para muchos empresarios fue recibir durante tantos años la 'Carta' con el membrete de ETA.