Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Cuando la impresión 3D puede salvar vidas o llegar a Júpiter

Una pieza que sustituye a la escayola hecha con impresión 3D

Iker Rioja Andueza / Rubén Pereda

0

Sobre una mesa yacen dos piezas de apariencia metálica. Un observador podría pensar que son para un coche o para una máquina industrial. Pero no. Ni siquiera se les puede sacar una fotografía o describirlas porque son parte de un programa confidencial de la NASA europea (que responde a las siglas ESA) llamado Juice y que explora las lunas heladas de Júpiter. En realidad, esas piezas son dos errores de producción, aunque podrían costar 3.000 euros por cabeza a pesar de su tamaño no excesivamente grande.

Tan rompedor como el diseño de las piezas espaciales es su proceso de creación. Son producto de la fabricación aditiva, es decir, de la impresión 3D. A las afueras de Vitoria, en el parque tecnológico de Miñano, concretamente en la calle dedicada a Albert Einstein, se ubica una de las empresas más avanzadas en Euskadi y en España en el uso de estas técnicas, Optimus 3D, que se encarga desde la fase previa de ingeniería hasta la final de acabado. “¿Podemos fabricar cosas nuevas con las técnicas nuevas? Sí, pero antes debemos de pasar por un tipo de ingeniería diferente. Requiere conocimientos nuevos. Puedes tener máquinas de impresión potentes pero has de tener también conocimientos potentes”, explica Fernando Ohárriz, una de las personas al frente de este proyecto, que subraya que hay que acabar con el tópico de que la impresión 3D es lenta y que sólo permite hacer figuras ornamentales sin mucha utilidad práctica. Asegura que en su trabajo se combinan “más de veinte tecnologías” para lograr el resultado deseado.

“Luchamos contra la desconfianza. Pero nosotros generamos la demanda. Apostamos por más ingeniería y menos fabricación. Por hacer cosas que antes no se podía hacer. Evangelizamos”, indica Oharriz, que en la visita muestra un amplísimo catálogo de 'impresiones' que van desde tarjetas de visita hasta prótesis médicas ultrapersonalizadas que pueden salvar una vida pasando por piezas para aviones, coches y otro tipo utillajes.

Máquinas de 650.000 euros

Las instalaciones de Optimus 3D -de la que es socia RPK- ocupan el bajo de uno de los edificios de Miñano. Desde el exterior, poco se puede intuir del trabajo que se realiza dentro. Allí se distribuyen en salas acondicionadas en cuanto a temperatura, humedad, vibraciones y otros elementos algunas máquinas costosísimas (hasta 650.000 euros) y que producen las piezas más avanzadas que alguien pudiera imaginar.

En la gran máquina que hace las piezas de Júpiter -piense en tres frigoríficos normales puestos uno al lado del otro- la materia prima es polvo sellado de metal que se vende en garrafas de dos kilogramos y medio. Trabaja a 800 grados, con cuatro láseres a la vez que van dando forma al diseño introducido. En seis horas puede completar una pieza. Se trata de elementos “con propiedades mecánicas superiores” en cuanto a resistencia en entornos hóstiles como se le presupone al gran planeta del sistema solar.

En la sala contigua hay una máquina que, por la marca y su aspecto, parece una impresora de oficina de tamaño gigante. Es algo más barata pero, como con el resto de impresoras, el negocio está en su 'tóner', suministrado por el fabricante a un precio de 1.500 euros la unidad. En la empresa, que no es muy grande, hay otros aparatos, algunos más similares a las rudimentarias impresoras 3D más conocidas.

Se pueden replicar modelos de hasta 60 centímetros. Según Oharriz, el reto de la fabricación aditiva no es tanto hacer piezas más grandes sino mejorar la “repetitividad”, ser más rápido en la producción y, sobre todo, “conseguir que la primera pieza sea igual que la 180”. Ayuda que los procesos estén totalmente automatizados y que cualquier error pueda ser notificado con una alerta al teléfono móvil del encargado, desde donde también se puede ver la fabricación en directo. Explica Ohárriz, asimismo, que este tipo de sistemas de producción son también más limpios. “Crean pocos residuos, un 6%. No hay impacto ecológico”, indica al tiempo que ironiza que la chatarrería de los materiales de impresión 3D sería un negocio poco rentable.

Una costilla nueva

La 'cara B' de la impresión 3D es el precio. Son procesos largos -aunque cada vez se gane en velocidad- y ello eleva los costes. No es rentable hacer así llaves inglesas pero sí quizás una pieza única y con medidas muy concretas para que una determinada marca de coches monte los faros traseros de su último modelo. La clave es que el producto final sea personalizado y ajustado, un “traje a medida”, en palabras de Ohárriz.

La personalización es tal que la fabricación aditiva tiene aplicaciones muy concretas en el ámbito biosanitario. Para operar un tumor cerebral, por ejemplo, es posible reproducir el cráneo del paciente y conocer las dimensiones y ubicación concreta del tumor antes de abrir. Es mucho más orientativo que un TAC. La escayola se puede sustituir por prótesis más ligeras y que se pueden mojar para facilitar la higiene. Y hay también herramientas para corregir problemas posturales.

Pero la joya de la corona de los trabajos realizados hasta ahora por Ohárriz y su equipo es una prótesis de costilla para un paciente que la encargó a miles de kilómetros de distancia. Se trata de una reproducción exacta de su cuerpo y es flexible para facilitar la respiración y la movilidad. “Hasta ahora, lo que se mete en el cuerpo es aproximado y se ajusta una vez dentro. Esto lo cambia todo”, explica. Añade que “el Sistema Nacional de Salud no está preparado todavía” para una revolución semejante pero matiza que Osakidetza sí ha incorporado a una persona que ha empezado a introducir estas innovaciones en Basurto.

Etiquetas
stats