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Insumisión, 25 años de desobediencia

El antimilitarista Eduardo Cordero, disfrazado de Gandhi, 'toma' junto a otros insumisos la garita del Gobierno Militar de Bilbao/ Foto cedida por el MOC

Aitor Guenaga

Bilbao —

Alguna fuerza tuvo que tener la insumisión, la campaña de desobediencia civil noviolenta con más éxito que se ha vivido Europa en las últimas décadas, para que todo un biministro de Interior y Justicia como Juan Alberto Belloch reconociera a mediados de los 90 que era una “estrategia ganadora”. Pero en aquella época, mientras tanto, mandaba a los insumisos a prisión. Los desobedientes llenaban las cárceles, primero las militares, tras ser encausados en consejos de guerra, y luego las civiles, cuando eran condenados a 2 años, cuatro meses y un día de prisión por no hacer la Prestación Social Sustitutoria.

Juan Carlos Alonso tiene ahora 48 años y es profesor de FP en Santurtzi. Fue uno de los primeros insumisos encarcelados en 1989. Pasó 11 días en El Ferrol, donde fueron a parar casi todos los primeros desobedientes que aquel 20 de febrero de 1989 dieron el banderazo de salida a una campaña para desmilitarizar las conciencias. Alonso recuerda con nitidez su primer contacto con el estamento militar. “Me negué a ponerme el uniforme, aduciendo que era un civil. Enfrente tenía un juez militar que no daba crédito. Me obligó a ponerme el uniforme y me volví a negar. Me metió tres meses de prisión por desacato. Así una y otra vez. En 15 minutos tenía una condena de año y medio de cárcel y todavía no había empezado el juicio. Ahí me di cuenta del riesgo que corríamos”.

Desde que un puñado de antimilitaristas, aglutinados en torno al Movimiento de Objeción de Conciencia, ratificara en agosto de 1988 en Orio la nueva estrategia, la desobediencia comenzó a calar en la sociedad como una gota malaya. Solo eso, y el descrédito de la mili entre la juventud -cada dos días moría un joven en la mili, estadística nunca reconocida oficialmente-, explica el crecimiento exponencial de la objeción en España. En 1992 se presentaron 42.454 solicitudes, un 51% de incremento respecto al año anterior. La objeción sobre el contingente militar había pasado del 1,5% (1985), al 5,49% el primer año de la insumisión (1989) y al 19,87%, en 1992. Una progresión inasumible para el Gobierno del PSOE. “Ya no era el objetor raro, iluminado; los militares tenían enfrente una marea de desobediencia que supo interpelar a la sociedad a partir de sus propios valores de cultura de la paz. Supimos utilizar la represión para ganarnos a amplias capas de la sociedad desde una lucha colectiva”. Rafa Sainz de Rozas, con sus 52 años, es un viejo del lugar. Primero fue un activista; más tarde, la cara pública de los abogados y del movimiento, aunque su vinculación con la desobediencia databa de 1981. Ahora trabaja en el equipo del Ararteko.

“No inventamos nada nuevo, la desobediencia civil noviolenta hunde sus raíces en Espartaco si me apuras, pero la pusimos en marcha, asumiendo un compromiso que implicaba unos riesgos”. Ander Eiguren, con 47 años, lo sabe bien: fue el último insumiso que abandonó la prisión en junio de 2002, tras dos consejos de guerra por allanamiento de instalaciones militares. De su paso por la cárcel militar de Alcalá –en la que estaba preso Enrique Rodríguez Galindo, condenado por el secuestro y asesinato de los miembros de ETA Lasa y Zabala- guarda anécdotas como la de los domingos cuando el cura, un coronel, pedía permiso al general Galindo para empezar a celebrar la eucaristía.

Otro de los elementos novedosos de esta campaña de desobediencia que adelantó el final de la mili en España fue su cara festiva. ¿Cómo se enfrenta un mando militar a unos antimilitaristas disfrazados de Gandhi que se han colado en la garita del gobierno militar? ¿O a unos 'insubitxos' cantando la canción de la abeja maya mientras toman de manera festiva una instalación militar? “Creo que pensamos a lo grande, hicimos lo que pudimos, aglutinamos a un montón de gente y siempre en tono festivo. Estoy orgulloso de haber estado ahí y ¡claro que hay que celebrarlo!”, señala Edu Cordero, ahora arquitecto de 50 años, uno de los antimilitaristas que, con su extrema delgadez, se encaramó a la garita del gobierno militar con la cabeza rapada y las gafas redondas emulando a Gandhi.

La participación de las mujeres en una lucha que parecía relegada a los hombres fue otra seña de identidad. “¿Cómo no íbamos a estar las mujeres? El antimilitarismo siempre fue muy mixto. Se involucraban novias, madres, amigas para apoyar al insumiso. El núcleo duro inicial en el grupo de Bilbao éramos mujeres y, desde el principio, participamos desde la paridad y con la capacidad de decisión para lo que fuera”, recuerda Idoia Aldazabal.

La campaña de insumisión incomodó también a HB y a los jóvenes de Jarrai al ponerles frente al espejo de sus contradicciones. Acostumbrados a colocar su mensaje en las paredes de Euskadi con pintadas como “servicio militar en ETA militar” o “la mili con los ‘milis’”, la llegada de la insumisión les obligó a trastocar su discurso. “Nunca nadie hizo las cosas tan bien como aquel movimiento social: utilizaron la represión a su favor, crearon un magma de apoyo social e institucional con una estrategia de noviolencia. Y demostraron a la izquierda abertzale que había fórmulas radicales de lucha más allá de la violencia de ETA. De alguna manera, la cultura proETA empieza a tambalearse a partir de ahí”, explica el catedrático 'jubilado' de Pensamiento Político, Pedro Ibarra, que mantiene un grado de afinidad con la insumisión.

¿Pero no se acabó con el Ejército? “Es cierto, el militarismo adoptó otras formas”, admite el letrado Sainz de Rozas. ¿Y la marea insumisa, no se fue diluyendo con el tiempo? “Pero el desprestigio de lo militar fue increíble y otra gente ha 'heredado' nuestra experiencia de desobediencia: ahí está el movimiento anti-TAV, los escraches, el 15-M. Seguimos denunciando el gasto militar, y, en el terreno de los valores, defendemos la noviolencia”, recuerda Eiguren, ahora empleado en una empresa de trabajos horizontales.

“Somos corredores de fondo desde la noviolencia”, sostiene Eiguren, que sigue militando en el MOC. Al fondo de la pista le esperan los Ejércitos, los gastos militares… porque “el fin está en los medios como el árbol en la semilla”.

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