“¿Cómo es posible tener pesadillas y miedo de un personaje que he inventado yo?”
De momento, la escritora Dolores Redondo piensa dejar descansar a la inspectora Amaia Salazar, la protagonista de la Trilogía del Baztán. En enero de 2013 salió El guardián invisible, primer volumen de la Trilogía, al que siguió en noviembre del mismo año la segunda parte Legado en los huesos. La obra culminó en noviembre de 2014 con Ofrenda a la tormenta. El éxito de ventas ha catapultado a la fama a Dolores Redondo, quien ha visto cumplido su sueño de niña de ser escritora y vivir de ello. Redondo ha compartido algunos ‘secretos’ de la Trilogía del Baztán con sus fieles e incondicionales durante una charla abierta en Vitoria. De momento, la escritora se ha embarcado en otra novela negra, pero que no guarda relación con su criatura del Baztán, aunque asegura que volverá a recuperar en el futuro a la inspectora de policía Amaia Salazar, protagonista de la trama.
“He aprendido mucho de mis personales, especialmente de Amaia. Los tres libros han sido como cavar un túnel para llegar al destino. Pero a medida que he ido cavando se han ido abriendo otros caminos, que ahora he guardado para volver más adelante”, asegura. Para El guardián invisible, la escritora se ha inspirado en un crimen ocurrido en la localidad navarra de Lesaca en los años 80. Una comuna de unas 20 personas que vivía en un caserío de la zona asesinó a una niña de 14 meses en una ceremonia satánica. “Decidieron tener el bebé para sacrificarlo, lo alimentaron durante 14 meses como a los corderos, para sacrificarlo. Nació para ser asesinada, vivió bajo la condena constante de sus propios padres”.
El crimen salió a la luz hace tres años, cuando los remordimientos de uno de los integrantes de la comuna le llevaron a denunciar los hechos ante la policía foral de Navarra. Los responsables se habían dispersado por toda España después del crimen y rehecho sus vidas como profesores, médicos, abogados…. “Resulta aberrante que en nombre de cualquier tipo de fe, en este caso de una creencia en los poderes de Satán, se pueda llegar a matar”.
Dolores Redondo, que se declara seguidora de P.D. James, Thomas Harris (El silencio de los corderos) y de las tradición de los cuentos de los hermanos Grimm, ha impregnado la Trilogía del Baztán de mitología. Es una constante que invade las novelas: la presencia de brujas, del basajaun, de Tártalo, Inguma, los duendes, las lamias del bosque...... “La mitología del valle forma parte de mi educación. Me he criado escuchando a mi abuela historias de brujas, sobre el mal de ojo, cómo protegerse de ellas. Hasta el punto de que terminé por creer que una vecina era bruja. La mitología, que fue la religión de los primeros vascones, se transmitió de generación en generación, pero en un par de ellas se perdió e incluso se desprestigió. La mitología pasó a ser un cuento de viejas”.
Brujas a la hoguera
Brujas a la hogueraLas creencias mitológicas convivieron bien con el cristianismo hasta que apareció la Inquisición. Entonces cambiaron mucho las cosas. Hasta el punto de que Navarra fue el territorio más castigado. “En 1610 se vivió uno de los autos de fe más terribles de la historia: 37 personas fueron quemadas en la hoguera en Logroño acusadas de brujería, la mayoría mujeres. Procedían del Baztán y Zugarramurdi. Incluso al inquisidor general Salazar y Frías y le pareció algo terrible lo sucedido y decidió viajar hasta el Valle del Baztán para conocer de primera mano la situación y encontrar al propio demonio”. El inquisidor entrevistó a cientos de vecinos, contabilizó más de 3.000 autoinculpaciones y hubo 1.500 denuncias cruzadas de vecinos que se acusaban mutuamente de brujería. Pero comprobó que allí no habitaba el demonio, que todo eran costumbres ancestrales, algo cultural y que, por lo tanto, no se podía seguir ajusticiando. “Nadie más volvió a morir en la hoguera. Como homenaje a esa labor de investigación, de querer comprobar las cosas, le puse el apellido de Salazar a la inspectora Amaia”, relata la escritora.
Redondo descubre que a medida que se acercaba el final de los libros y las jornadas de escritura se convertían en maratonianas, tuvo pesadillas con sus propios personajes. “Me despertaba sobresaltada por la noche pensando en alguno de ellos y me preguntaba: ¿Cómo es posible tener pesadillas y miedo de un personaje que he inventado yo? Vivo la maldad, pero también la pasión de mis personajes. Cuando Amaia [la inspectora] pasa por un episodio terrible, yo también lo sufro. Lloraba cuando lo estaba escribiendo. Aunque se trata de ficción, el autor busca dentro de si mismo, donde le duele”.