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“Aunque quiera volver a mi país, no puedo”

Maryam Fathi, segunda por la derecha, junto a los miembros de CEAR

Patricia Burgo Muñoz

“Cada minuto, ocho personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror y la mayoría tienen que elegir entre algo horrible o algo aún peor”. Lo dice la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial de los Refugiados, para, además de ofrecer los datos de las personas que se han visto obligadas a huir de sus países, intentar poner rostro, vida y sentimientos a cada una de estas personas. Los datos dicen que en 2104 un total de 59,5 millones de personas eran desplazados internos o refugiados en el mundo, la cifra más alta jamás alcanzada. En el caso de España, 5.947 personas solicitaron protección internacional, apenas el 0,95% de quienes lo solicitaron en la Unión Europea, según los datos ofrecidos por la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Los números sirven para componer un mapa de los países de origen y destino de estas personas, pero detrás de ese mapa hay personas y familias enteras, con una historia y un objetivo: ser libres. Ese es el principal de objetivo de Maymar Fathi, activista de los derechos de las mujeres en Kurdistan, y por el pueblo kurdo, y tras huir de Irán, refugiada en España.

Fathi explica su historia con crudeza, “aunque quiera volver a mi país, no puedo”, pero sin perder el optimismo por conseguir, no solo una vida mejor para ella, su marido y su hijo, también “para que toda la gente pueda respirar paz en su país”. Su historia está ligada a la lucha activa en una organización de mujeres que luchaba por los derechos humanos en Irán -uno de los cuatro Estados junto a Irak, Siria y Turquía, en los que está dividido Kurdistán-. Una lucha que le llevó a ser perseguida por el Gobierno. “Habían detenido ya a unos compañeros y me enfrentaba ser juzgada en un juicio, que no dura más de cinco minutos, y a ser condenada a muerte o a una larga pena”, explica en un castellano casi perfecto. La activista consiguió salir del país a través de una mafia, “tenía que tomar una decisión, salir de una manera ilegal o enfrentarme a una pena de muerte”, se excusa, porque “ser kurda y ser mujer en Irán es un problema más, como sabemos en Oriente Medio el machismo es muy fuerte”, explica.

Logró escapar, pero ahí comenzó una nueva odisea. La mafia mantuvo a Maryam Fathi y su hijo de cinco años encerrados durante un mes junto a otras “15 o 16 personas” en la habitación de un hotel de Bulgaria. Exigían dinero a sus familias por mantenerlos con vida. El siguiente destino fue Rumanía, donde la situación se alargó en la mismas condiciones hasta que la Policía les encontró y les llevó al Centro de Refugiados de Bucarest. En 2010 la activista llegó a España donde consiguió asilo político y denunció a la mafia que les había explotado, “ahora están en la cárcel”, cuenta orgullosa.

Fathi cuenta que su problema en Irán “no era económico, era político”, ahora en Bilbao, donde reside con su hijo -su marido vive en Ciudad Real, donde trabaja en hostelería-, “el problema es económico y cultural”, reconoce. A la dificultad de encontrar un empleo, hay que sumar los problemas para adaptarse. Aún así, Fathi no pierde la esperanza, ha aprendido castellano y ha conseguido el título de auxiliar de enfermería. Su siguiente objetivo es conseguir la nacionalidad española para poder buscar trabajo en otros países de Europa, “trabajé durante seis meses en una televisión kurda en Suecia, pero por tuve que volver por permiso de trabajo”, aclara.

A pesar de todos estos problemas Maymar Fathi no ceja en su lucha por los derechos humanos, “no solo para los kurdos, también para las mujeres”, matiza, “esperamos que un día estas tierras respiren un poco de paz y la gente no tenga que salir temiendo por su vida”, concluye.

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