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La religión, ¿facilita o entorpece la integración de los inmigrantes?

Eduardo Azumendi

Vitoria-Gasteiz —

La llegada de personas inmigrantes ha contribuido a aumentar las comunidades religiosas de las distintas confesiones existentes, y entre ellas la católica. Pero también han creado nuevas comunidades y la aparición de algunas tensiones entre la población autóctona, que recela y se opone a que, por ejemplo, se abran mezquitas para que los musulmanes puedan celebrar sus cultos. El aumento de los flujos migratorios ha generado una estrecha y profunda relación entre inmigración y aumento de la diversidad religiosa. Pero, ¿hasta qué punto la religión ayuda o entorpece en el proceso de integración de los inmigrantes?

En la actualidad, la Iglesia Reformada y Evangélica es la que mayor número de comunidades agrupa, casi el 40% del total, seguida del Islam, que representa el 22%. Muy por debajo, las comunidades budistas representan el 7% y la Iglesia Ortodoxa casi el 5%. Con el mismo número de comunidades, la Iglesia Cristiana Adventista del Séptimo Día y la FéBahaí representan un 3,7% del total de las comunidades. Por último, tienen una presencia menor, la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días (1,6%), la Cienciología (1.2%) y Lectorium Rosacrucianum (0,4%).

Saioa Bilbao, de la Fundación Social Ignacio Ellacuria, ha realizado un estudio sobre la diversidad religiosa en el País Vasco y tiene muy claro que el rol que puedan jugar las comunidades religiosas en los procesos de integración presenta dos caras: una positiva y otra obstaculizadora. En un territorio como el País Vasco en el que las adscripciones religiosas han perdido peso, “muchas de estas personas inmigrantes son creyentes y sienten la fe como un elemento de primer orden o al menos indispensable en sus vidas, asegura.

Después de varias entrevistas a diferentes comunidades religiosas, Bilbao destaca una serie de aspectos positivos que aporta la religión. “Una cuestión que se ha repetido en el relato que nos han realizado miembros de las distintas comunidades ha sido la gran importancia que las personas atribuyen a la fe profesada, como parte indispensable de su identidad”. Las comunidades ortodoxa y musulmana, en particular, comprenden la religión como parte de su cultura o viceversa, no contemplando una separación entre estos dos elementos identitarios y llegando a equipararla. “La comunidad religiosa se convierte en un espacio necesario para el desarrollo de sus vidas y alejarse de ésta supondría una pérdida o disfunción de su identidad”.

Además, la religión contribuye al mantenimiento de la cultura de origen. “La fe y la cultura están tan estrechamente relacionadas que este proceso de mantenimiento de la cultura ocurre casi de manera natural. La comunidad reproduce los símbolos, tradiciones e idiosincrasia de la cultura de origen, dotando de significado a las personas que forman parte de la misma, funcionando en muchos casos como ámbito de repliegue cultural, e identitario”.

Siendo tan importante el cultivo de esta cultura de origen o su transmisión a las nuevas generaciones, las comunidades desarrollan actividades vinculadas con la enseñanza y el aprendizaje del idioma, de la historia y de la geografía del país de origen. “Estas actividades refuerzan la identidad del grupo y crean un espacio de contacto para sus miembros”, corrobora la especialista.

Fuente de apoyo y ayuda

Fuente de apoyo y ayudaA lo largo del análisis de las tres confesiones religiosas en las que se centra el estudio –evangélica, musulmana y ortodoxa-, Bilbao ha podido comprobar “la importante labor que estas comunidades desempeñan en la asistencia de servicios dirigidos tanto a los miembros de la comunidad como hacia la sociedad en su conjunto”. Por ejemplo, la ayuda a las personas recién llegadas (tras un proceso migratorio) o a las personas que se encuentran en apuros respecto a las necesidades básicas. “Las comunidades religiosas juegan un papel fundamental en el apoyo y ayuda a estas personas, lo que influye significativamente en la integración de las mismas”, añade.

Las comunidades, a través de estas iniciativas, generan una solidaridad intragrupal que resulta de gran ayuda para muchas personas que o bien pasan a ser nuevos miembros de una sociedad que todavía les resulta hostil o para personas que, formando parte de la misma, se encuentran en situaciones en las que resulta difícil sobrevivir. “En este sentido, la comunidad se convierte en proveedora de múltiples recursos: van desde la escucha hasta la búsqueda de trabajo o la resolución tanto de conflictos como de los problemas que surgen, creando así una red de solidaridad entre sus miembros. La religión cubre así un campo de funciones que normalmente corresponden a las políticas sociales democráticas”.

Por esta labor que las comunidades religiosas llevan a cabo, “éstas se han convertido en extensiones del Estado”, cumpliendo en muchas ocasiones las funciones que corresponden al Estado del Bienestar. “Son precisamente este tipo de organizaciones, que no dependen directamente del Estado, las que contribuyen a la generación del capital social al generar diferentes formas de interacción, de manera que facilitan los procesos de cooperación solidarios que generan confianza y hacen accesibles los bienes y servicios públicos que el gobierno no consigue ofrecer”.

La convivencia en diversidad y el trabajo destinado a tender puentes con la sociedad son otras las de las labores de algunas comunidades. “Sobre todo, son las comunidades que mayores obstáculos perciben y encuentran en la realidad las que ponen empeño en este trabajo, con la intención de acercar una realidad dañada por los prejuicios, los estereotipos y la mala prensa de la que algunas confesiones son objeto”, explica Bilbao. La especialista se refiere, sobre todo, a las comunidades musulmanas, que “conscientes de la mala imagen y prensa de la que son víctimas y acreedoras, anhelan poder moldear ese imaginario”.

Efecto obstaculizador

Efecto obstaculizadorAunque ciertos elementos o dinámicas que se generan dentro de las comunidades religiosas ayudan en los procesos de integración de las personas inmigrantes, de la misma manera existen realidades que dificultan esta integración. El estudio de Saioa Bilbao cita, entre otras, lo que se conoce como una clausura, hiper-integración o un repliegue identitario. “El éxito y el peligro de las comunidades religiosas se basa en su carácter totalizador y absoluto, en el sentido de que poseen un monopolio, que pocas o ninguna institución más consigue, sobre el manejo de un cúmulo de creencias que orientan tanto ética como moralmente las normas por las que se rigen los miembros de estas comunidades”.

No obstante, Bilbao resalta que “esta realidad se retroalimenta en muchas ocasiones por la dificultad o imposibilidad de muchas personas para participar en la sociedad a otros niveles, entre los cuales se encuentra el ámbito político, con lo que la adhesión a la comunidad se intensifica, siendo el único espacio donde estas personas se sienten valoradas, más allá o pese a sus diferencias”.

Otra de las razones por las que las comunidades adquieren esta modalidad de clausura, se debe al sentimiento de amenaza o rechazo que puedan experimentar por parte de la sociedad, donde el repliegue hacia el interior supone una defensa para la comunidad. “Esto sucede en los casos en los que la confesión religiosa por una serie de motivos, de carácter tanto político, histórico, como social, se siente amenazada por la estigmatización sufrida o por la dificultad de la incorporación a la nueva sociedad. Resulta clave, por lo tanto, que se generen dinámicas de conocimiento, entendimiento y respeto entre la sociedad en su conjunto y las comunidades religiosas”.

Centros de culto

Centros de cultoOtra de las vertientes que ha conllevado la aparición de nuevas confesiones en Euskadi es la aparición de centros de culto. El debate sobre los espacios religiosos está ya instalado en la sociedad vasca. Euskadi sigue en este punto las pautas de otras sociedades europeas desarrolladas y democráticas, que admiten con dificultades la presencia visible de la diversidad religiosa. En este sentido, la prohibición por parte del Ayuntamiento de Bilbao de la apertura de este tipo de locales en edificios de viviendas ha generado un efecto simbólico “muy negativo para la ciudadanía, dando a entender que las actividades de culto no son compatibles con una convivencia vecinal armoniosa. Esa es la crítica de Eduardo J. Ruiz Vieytez, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto.

“Esta normativa”, añade, “no ayuda a la pluralización de la ciudad. En todo caso, refleja una percepción de los centros de culto de otras religiones como potenciales fuentes de conflictos sociales. Particularmente, legitima un rechazo de ciertos sectores sociales a la apertura de mezquitas, o a todos los centros de culto de todas las comunidades, que no encuentra acomodo legal”.

La corta experiencia vasca demuestra, según Ruiz Vieytez, que los espacios religiosos, salvo los pertenecientes a la religión mayoritaria, son espacios “contestados, que parecen afectar a la percepción social y vecinal de la seguridad. Se constata un recelo hacia los espacios religiosos minoritarios que siendo políticamente incorrecto, ha calado en determinados ámbitos institucionales. Ello ayuda a legitimar una restricción discriminatoria mucho mayor que para otra suerte de espacios, lo que supone una contradicción con estándares de derechos humanos ampliamente reconocidos”.

El proyecto de ley para regular la instalación de centros de culto elaborado por el anterior Gobierno vasco hubiera podido ayudar a hacer pedagogía, Pero en el último momento se quedó en el cajón. La iniciativa pretendía proporcionar un ordenamiento jurídico y dar cobertura a los ayuntamientos ante la sucesión de conflictos en el ámbito de la gestión de la diversidad religiosa en Euskadi. El Gobierno de Patxi López sostuvo que no se trataba de fomentar la diversidad religiosa, sino de asegurar que la libertad de culto se pueda ejercer, en plena armonía con un principio de no discriminación y garantía de derechos. Sin embargo, el actual Gobierno de Iñigo Urkullu ni contempla en su calendario legislativo un proyecto de este tipo.

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