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“Las víctimas han tenido un comportamiento impecable”

El escritor Ramón Saizarbitoria posa para la entrevista. Foto Santos Cirilo

Aitor Guenaga

Ramón Saizarbitoria (San Sebastián, 1944), uno de los grandes renovadores de la narrativa en euskera, comparte desde este año la Medalla de Oro de Gipuzkoa con otros personajes como Pedro Miguel Etxenike, Iñaki Gabilondo o Benito Lertxundi. En su caso, por su aportación al euskera y la cultura vasca. “Me lo dan a mí, pero como representante de una generación”, aclara, socializando de golpe ese reconocimiento con los escritores en euskera de los años 60.

El autor de ‘Ehun metro’ (1974) y ‘Martutene’ (2013) acaba de traducir al castellano su novela ‘La Educación de Lili’, todas ellas editadas por Erein. Tímido e irónico a partes casi iguales, con una mochila cargada de un pesado sentimiento de culpa –que en parte él atribuye a la educación recibida en los frailes Corazonistas-, Saizarbitoria valora mucho la posición vital de las víctimas del terrorismo en todos estos años, pese a que el reconocimiento les ha llegado muy tarde.

Habla pausado, pensando mucho las respuestas, pero sin soslayar ninguna cuestión por incómoda que le pueda resultar. Lleva en su rostro la huella del paso indomable del tiempo, usa las manos para reforzar de vez en cuando su verbo tranquilo. 72 años presiden la conversación en un San Sebastián frío que huele a talo y txistorra.

Entre la obra de los escritores consagrados como Bernardo Atxaga, Joseba Sarrionaindia o usted mismo, los que van camino de ello como Kirmen Uribe, Harkaitz Cano, Eider Rodríguez o Karmele Jaio y los nuevos valores, ¿cómo ve la narrativa en euskera actual?

A nosotros nos tocó vivir una época muy divertida. Era muy fácil renovar e inventar. Estaba todo por hacer, también en relación con el idioma y su unificación o en nuestras profesiones. Estábamos en el subdesarrollo más absoluto. Por eso, en un momento llegué a pensar que ya no tenía mucho sentido seguir escribiendo porque entró gente con auténtica vocación literaria como los Atxaga, etc. Siempre he pensado que lo de ser escritor es algo que quiza tengo sobrevalorado. Me da un poco de vergüenza definirme como escritor. Y sin embargo estos jóvenes tenían esa vocación. Claramente hay una renovación en marcha y una eclosión de autores. Y la evolución que ha tenido la lengua, el euskera en estos años es similar a la que haya podido tener el castellano en 100 años. Hemos salido de ese subdesarrollo rápidamente y aprovechándonos de la militancia, las ganas, el lector comprometido o que compra para ayudar aunque no lea, algo que en el castellano ha estado ausente. Pero ahora nuestra obra compite con nuestra propia obra en castellano: cada vez con más rapidez, el escritor euskaldun propone su obra en euskera y castellano y eso no sabemos adónde nos va a llevar. Y la militancia con el euskera ya no es como al principio, está cambiando, esto se normaliza.

¿Lo ve como un riesgo o como una realidad que se va imponiendo en una comunidad con dos idiomas cooficiales?

La globalización nos trae eso, y nosotros vamos a estar en ese mundo global. Si tuviera 30 años no habría escrito mis últimas novelas, al menos habrían sido mucho más cortas, me hubiese contenido más.

Su novela ‘Martutene’ es ciertamente monumental, según la crítica.

Sí, pero el temor a que te abandonen o a aburrir está en todas partes. Verdaderamente hay una infantilización del público y luego ahora hay una necesidad de vender, las editoriales se tienen que mantener. Tienes que pensar en factores de éxito y en no perder al lector. Esto en mi época, en la etapa de la Editorial Lur, era impensable.

Bueno, imagino que con 72 a sus espaldas se enfrentará a esta realidad de otra manera.

Así me enfrenté en ‘Martutene’. Yo veía que tenía una novela y quería que se leyera, sentirme con capacidad novelesca, decir cosas a través de los personajes. Cada lengua crea su propio hábitat, su propio pozo: su cátedra, su crítica, sus pequeños medios. Algo que incluso puede tener cierta parte ficticia, artificialmente creado o apoyado, no lo niego. Y los escritores vascos en castellano están fuera de ese asunto. Pero en ese pozo propio, donde estoy bien considerado, he decidido que voy a hacer lo que me apetece. Y si como Philip Roth en ‘Pastoral americana’ quiero dedicar cuatro páginas a la fábrica de guantes, pues adelante. Sin duda, eres más libre. Aunque todo esto va a una velocidad impresionante.

Pese a la existencia de ese microcosmos para el euskera, incluso sobreprotegido, da a entender que no cree que esa nueva generación de narradores lo tenga más fácil.

No lo va a tener más fácil. Van a tener acceso a dos sistemas literarios: el euskaldun y el de castellano. Pero esa ventaja la tendrán, en la medida en que el euskera aguante y se desarrolle, porque van a estar junto a los demás en un mundo globalizado.

Ahora que habla de cátedras y microcosmos, imagino que leyó la entrevista al escritor y exmiembro de ETA Joseba Sarrionaindia, que ha salido al ágora al calor de la Cátedra de Lengua y Cultura vasca en la Universidad de la Habana.

¿Con el Instituto Etxepare, no? (silencio) Yo creo que nuestros problemas y soluciones están aquí, entonces lo de las cátedras no me entusiasma mucho. No digo que sean elementos de propaganda, no quiero ser duro en la crítica, pero no cabe duda de que la literatura en euskera se conoce en el mundo en castellano. Todo puede ayudar a la proyección del euskera y de Euskadi, pero hay que centrar los esfuerzos más aquí.

¿Leyó con atención la entrevista? ¿Ni como metáfora vital del paso de esa foto en blanco y negro que teníamos de Sarrionaindia cuando se escapó de la prisión de Martutene, a la instantánea a color de un escritor entrado en años junto a la universidad de la isla caribeña?

Me pasa mucho con los periódicos, que dejo las cosas para leer a la noche y luego se me van. De Sarrionaindia, jo, se me hace difícil hablar. Creo que trata de hacer autocrítica y de revisarse él mismo y desde luego es un excelente escritor, eso sí que está fuera de toda duda. Pero…

He recuperado esta frase de la entrevista en referencia a ETA: “Debía haberse negociado 20 años antes, se hubieran ahorrado muchas desgracias”.

¡20 años dice! Soy respetuoso con los que dan pasos porque a mí también me ha costado darlos y no me he enterado de las cosas en el tiempo en que me tenía que haber enterado. Con la víctimas por ejemplo. Yo he hecho cosas terribles: de Cuba … pues he sostenido a Fidel más de lo debido, a Aleksandr Solzhenitsyn, no estoy seguro, pero cuando inauguró el Gulag seguro que me pareció un desalmado. Quiero decir, que entiendo que alguien no se ha ya enterado de no sé qué o que se haya enterado más tarde que yo, aunque también eso tiene un límite. Pero no son 20 años, son muchos más años. Hay gente que participó activamente armas en mano y lo dice. ¿Para qué se dice esto? ¿Para dignificar la lucha armada? ¿Porque si hubiera tenido un buen final entonces se hubiera justificado mejor lo ocurrido o porque se hubiera ahorrado mucho sufrimiento? Pues no lo sé. Tendría que decírselo primero a la cara a Sarrionaindia y no a través del periódico. Y seguro que lo dice con muy buena voluntad, se ha enterado y lo está diciendo, porque la realidad es que hay otros que lo siguen negando.

Claro, en ese mundo falta todavía un reconocimiento del daño causado.

Y es verdad que algunos pretender contar la historia de manera que no se distinga entre una barrera tan importante como es una dictadura y una democracia, que podemos decir lo que queramos de ella, pero asimilable a las de nuestro entorno. Que pretenden diferenciar una ETA que actuaba contra uniformes en defensa de una dictadura de la ETA posterior. En la etapa de mi novela ‘Ehun metro’, y la escribí en 1974, ya tenía claro que aunque se justificaba aquello, yo creía que no conducía a nada. Mi convicción es que mejor no hubiera existido, pero admito que era una ETA distinta y que en aquel contexto el mundo mundial aceptaba la lucha armada, incluidos los Estados burgueses: hay que recordar que Francia no se enfrentó a ETA hasta los años 80.Y luego el término que utiliza Sarrionaindia de “negociado”, creo que una palabra más afortunada sería “abandonado”.

Usted dijo que, tras el final de ETA, iba a ser más fácil que emergieran los matices en el relato de lo que nos ha pasado con la violencia y el terrorismo. ¿Cree que, tras más de cinco años del cese definitivo de la violencia, está ocurriendo eso?

Deberíamos hacer un esfuerzo para instalar la verdad histórica, en lo más elemental, en el núcleo tendríamos que estar todos de acuerdo sobre lo ocurrido. Y aquí les cuesta. Algo que, por ejemplo, los alemanes ya han hecho de alguna manera. Aquí con el franquismo hay que decir que seguro que los comunistas hicieron tal y los anarquistas lo otro, pero lo principal es que hubo un alzamiento militar contra un poder legalmente constituido. Que luego hubo ‘rojos’ muy malos y franquistas muy nobles, seguro. En la verdad histórica básica deberíamos ponernos de acuerdo. Y en nuestros últimos años de historia en Euskadi, un poco lo mismo. Historiadores y académicos de sensibilidades distintas deberían reunirse en torno a una mesa para acordar, como dice muy bien Woody Allen, “que Bélgica no invadió Polonia”. Hay cosas que tenemos que tener claras, a mí no me da para detenerme mucho en los matices. Y veo que cada uno está queriendo hacer su historia.

La batalla de relato, vaya.

Sí. Es verdad que los matices, en determinada fase histórica, pueden ser inoportunos. Y no veo que estemos tan maduros para plantear los matices. Además, tenemos mucha tendencia a expresar nuestro pequeño dolor ante situaciones que no son comparables. Ese discurso de “todos hemos sufrido” pues comparado con el de otros creo que es de mal gusto, pese a que también hayan sufrido y sea un hecho.

Por poner un ejemplo, la novela ‘Patria’, de Fernando Aramburu, ¿cree que entra en esos matices?

Buena pregunta. Creo que lo que cuenta es el retrato de un momento determinado en esta sociedad, y él hace un esfuerzo en poner todos los arquetipos, algunos tal vez más caricaturizados que otros y en alguno se le puede haber ido la mano, pero hay un intento de meter todos los elementos, la tortura, el arrepentido… ¿Eso nos ayuda a entender la historia? A mí no. ¿Un joven que lo lea lo entenderá mejor? (silencio) Pero no creo que le haya hecho daño, no, ni que esa visión perjudique. Ha sido bastante equilibrado, está un poco todo. Pero hay poca introspección: no se ve muy bien de dónde venimos, es más bien la descripción de un momento determinado próximo en el tiempo. No se va a los 20 años aquellos que hablábamos antes, donde las cosas eran bastante diferentes. El militante de hace unos años de ETA no tenía nada que ver con el de hace 40 años.

¿Diría que está pendiente una gran obra sobre la violencia en Euskadi al estilo de ‘Guerra y Paz’ de Tolstoi o en el cine ‘El nacimiento de una nación’ de Griffith?

Sí. Creo que está por hacer.

Y ese sentimiento de culpa colectivo, que a veces asoma en Euskadi, ¿no puede llegar a ser un bálsamo para diluir responsabilidades?

Ese riesgo existe, el ¡cuánto hemos sufrido todos! Hay mucha tendencia a eso en este país. Pues no, hay quien ha tenido más culpa y en cualquier caso tener que recordar estas cosas de que aquí ha habido periodistas que tenían que llevar escolta, etc. Y hay gente que está aún muy jodida. Somos poco compasivos. La cantidad de viudas que han dicho eso de “espero que mi marido sea el último”. Yo no sé si habría sido más rencoroso si me hubiera tocado a mí. Las víctimas han tenido un comportamiento en general impecable, salvo algunas manipulaciones. Y más en la etapa final que cuando el conflicto era más gordo. Y es ahora cuando se les empieza a reconocer con los actos públicos.

La culpabilidad está muy presente en su obra. Algunos personajes, como Faustino Iturbe en ‘La educación de Lili’, se sienten culpables incluso por lo que hicieron otros.

Debo confesar que tengo tendencia a sentirme culpable. Será por mi educación en los ‘Corazonistas’.

Le preguntaba lo de la culpabilidad del personaje Faustino Iturbe porque no sé si nuestros hijos e hijas no se sentirán al final culpables por lo que estamos haciendo por ejemplo con los refugiados, en la mayor crisis que ha vivido Europa tras las guerra mundiales.

A algunos sí. Igual que a los que tenemos cierta información nos parece que la no intervención europea fue una vergüenza o, en su caso, la de Francia y la debilidad de los gobiernos socialistas franceses. O que en EE UU se lo pensasen e interviniesen en función de las elecciones. Y si no es culpa, nuestros hijos tendrán vergüenza ajena, les parecerá increíble.

Usted es sociólogo de profesión, pero escritor de devoción. ¿La escritura es para usted una suerte de exorcismo vital?

Algo trato de resolver. Yo necesito la experiencia personal. Para entender tiene que pasar algo por mí. Sí que creo que resuelvo algo cuando escribo. Que lo que tengo en la cabeza lo acabo entendiendo mejor cuando lo expreso a través de mi obra. No sé por qué con la novela. También hay una necesidad de reconstruir la memoria, porque la tengo muy mala. Los que no tenemos memoria necesitamos rescatar fragmentos. Por eso mi literatura es fragmentaria. El ideal sería una sociedad en el que todo el mundo escriba, lea y haga todo.

¿Por qué no le gustan las historias sencillas y prefiere superponer capas de cebolla en sus novelas?

La necesidad de dar con algo central y volver a esa idea central, expresarla mejor y mejor. No lo sé muy bien, algún psiquiatra debería decírmelo tal vez. No me gusta la linealidad, la vida no funciona así, desde luego la memoria no funciona así.

He leído que ha corregido sus dos primeras obras: ‘Ehun metro’ y ‘Egunero hasten delako’. ¿Cree que han envejecido bien?

No suelo volver a leer mi obra. Pero en todos estos años se han ido haciendo traducciones y adaptaciones y ahora quería hacerlas yo. ‘Ehun metro’, para algunos que hilen muy fino, podría parecer ahora apologética del terrorismo, lo que en aquel tiempo no era. Pero no lo era ni para el censor. Tengo la ficha del censor cuando la secuestraron y habla de que trato mal a la ‘poli’ y de algo sobre España y el País Vasco, pero no dice para nada de que ensalzo el terrorismo o la figura del terrorista. Ni se les ocurre. He leído que Yoyes vio la peli que se hizo de ‘Ehun metro’ la víspera de que le mataran. Lo que es obvio en mi novela es que ese personaje de ETA ni por el forro se puede cargar a un compañero porque abandone las armas. Ni te podías imaginar en 1974 que alguien de ETA podía matar a un compañero de armas por eso. Aunque ETA era básicamente pelotas y, en gran medida, el que no era de ETA era porque no tenía pelotas. Y a mí eso me parece obligado reconocerlo. Y, en cambio, hubo otros que siempre fueron en contra del uso de la violencia, y no solo en las filas constitucionalistas. Y ahí está el discurso del lehendakari José Antonio Aguirre de “nunca el pueblo vasco utilizará la violencia para defender sus ideas”. Y hay que reconocérselo. Y yo humildemente se lo reconozco, pero no era mi caso. Y por eso también entiendo a otros que les ha costado más darse cuenta.

Hemos empezado charlando sobre su premio y quiero acabar con otro: el Nobel de Literatura de este año: Bob Dylan. ¿Qué le pareció?

Me dejó muy frío. No controlo mucha poesía, aunque me parece genial este hombre. De todas formas, me llama la atención cómo se interpretan los premios. Son injustos por definición, porque a la vez se ha dejado de premiar a otros. La verdad es que yo soy antipremios, te meten en una competitividad que no sé yo. Y luego hay una mala tendencia en los últimos decenios del Premio Nobel de Literatura a buscar y fijarse en aquello en lo que la sociedad no repara, que tiene su lado bueno, pero también malo. La poética de Dylan puede ser interesante y ayudar a la gente a tomar conciencia de que hay buena poesía y que no se reduce al formato clásico. Pero otro año ocurre con una mujer, otro con un africano y, al final, pues Roth se queda sin premio porque ni es mujer, ni africano. ¡Qué te voy a decir! Y me lo aplico también a mí; ¿yo el mejor guipuzcoano? No he hecho ni hostias, he tratado de pasármelo lo mejor posible. Y a mí lo que me hacía indigno era la dictadura. Vivir en dictadura es lo peor que te puede pasar, tener miedo a hablar, a andar por la calle. Vivir con miedo es una indignidad.

 

 

 

 

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