“La violencia machista en el consumo está asumida como normal”
¿La sociedad consume violencia machista a diario sin darse cuenta de ello? La ONG Setem ha querido comprobar de qué manera se interrelacionan las violencias machistas con el consumo convencional y los resultados de este análisis reflejan que las violencias machistas en el consumo están naturalizadas, interiorizadas y asumidas como normales por la sociedad, lo que dificulta su detección. No obstante, los datos comparativos entre hombres y mujeres dejan clara su existencia en tres niveles: directa (todo acto intencionado, visible y fácilmente reconocible realizado por una persona sobre otra causando daños físicos y psicológicos), estructural (reflejada en la injusticia y la desigualdad como consecuencia de la propia estructura social) y simbólica (conjunto de símbolos que mantienen la subordinación de las mujeres a través de las representaciones culturales y el lenguaje). El estudio se ha basado en 15 Entrevistas en profundidad a expertas en el ámbito del feminismo, el consumo capitalista y la ecología, y dos gruposde discusión formados cada uno por ocho mujeres que ampliaran la visión de las fuentes expertas. Y por otra parte, se han realizado 500 encuestas telefónicas a ciudadanos de entre 18 y 65 años.
El doméstico (productos de alimentación y del hogar), el personal (productos de cosmética, textil, tratamientos...) y el público (movilidad en los municipios) son los tres ámbitos de consumo analizados y que demuestran que las violencias machistas siguen siendo un fenómeno extendido con graves consecuencias para la vida de las personas, de forma particular y mayoritariamente, para las mujeres.
Respecto al ámbito doméstico, el estudio concluye que el sistema está alimentado por un aparato publicitario que muestra a la mujer como responsable de la compra y el hogar, perpetúa los roles de género y la división sexual del trabajo. El 64,4% de las mujeres encuestadas asegura ocuparse en solitario de las tareas de limpieza y alimentación de su hogar, frente a un 28,5% de hombres. Además, se considera que las mujeres podrían llegar a padecer niveles más altos de estrés, cansancio y malestar a causa del gasto energético que supone cumplir con la triple jornada laboral (trabajo, casa y familia) por la presión que reciben de cara a cumplir con algo que se considera su “deber” y por la falta de reconocimiento social existente en torno a las tareas reproductivas (el 27,9% de las mujeres sufre frustración por ello). El 55,2% de las mujeres tiene mayor preocupación por cuidar al resto de miembros del hogar que a sí mismas.
En el ámbito personal, el estudio destacar la violencia psicológica padecida por la falta de aceptación del propio cuerpo y por la imposibilidad de alcanzar un modelo de femineidad difícilmente conseguible impuesto por el modelo estético estandarizado en la sociedad. Así, “la presión por ser estéticamente atractiva causa inseguridad y baja autoestima, lo que puede desembocar en el desarrollo de enfermedades alimentarias como anorexia, bulimia”. Una de cada 10 mujeres encuestadas afirma haber sufrido trastornos alimenticios o problemas gastrointestinales como consecuencia de la realización de dietas. Además, también se derivan problemas físicos causados por el uso de accesorios y ropa dañina (tacones, ropa ajustada, etc.) y por las operaciones de cirugía estética y otros tratamientos estéticos. De hecho, la mitad de las mujeres ha padecido algún tipo de violencia física frente a una cuarta parte de los hombres. El estudio concluye que “los productos estéticos son vistos como un recurso para sentirse mejor con uno/a mismo/a, tener más seguridad y más oportunidades de encontrar pareja y un mejor empleo”.
Violencia psicológica
También hay que sumar que los resultados indican que un 42% de las mujeres padece violencia psicológica en mayor o menor nivel. De hecho, las diferencias entre mujeres y hombres son evidentes y, mientras que un 72,4% de los hombres no manifiesta ningún tipo de violencia psicológica relacionada con la estética, en el caso de las mujeres este porcentaje se reduce al 58,1%. Este problema se manifiesta de una forma más contundente entre las mujeres más jóvenes: el 28% padece niveles medios/ altos, frente al 20,5% de las de 36 a 50 años y el 14,7% de las de mayor edad.
En cuanto al ámbito público, el estudio ha analizado el espacio urbano y de movilidad de las ciudades. “La movilidad al igual que la composición de la ciudad, se ha configurado para responder a las necesidades de desplazamiento propias del trabajo productivo y no de aquellas vinculadas al trabajo reproductivo y de cuidados”. Además, esta configuración del espacio urbano ha fomentado “la progresiva pérdida de espacios públicos gratuitos de socialización como plazas u otros lugares, con el fin de privatizar estos espacios adecuándolos para ser puntos de encuentro 'de pago', a través, por ejemplo, del acondicionando de terrazas para el consumo en bares y restaurantes”. Esta situación reduce las posibilidades de disfrutar de momentos de socialización y encuentro no sólo para las mujeres, sino que también para aquellos colectivos que cuentan con menor poder adquisitivo, como podrían ser las personas mayores, jóvenes, etc.
Además, la falta de seguridad puede llegar a incidir en la sensación de vulnerabilidad y en el miedo a ser agredidas, y que se traduce consecuentemente en un riesgo real de ser objeto de agresión verbal, física y sexual. El 66,4% ha sentido inseguridad al caminar a solas, de noche, por la calle, y 59,4% ha tenido miedo real. De hecho, una tercera parte ha recibido agresiones en forma de comentarios y ha cambiado de hábitos de movilidad por miedo a ser atacada en la calle.