Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
¿Quién manda aquí?
A lo largo de la hoy tan odiada Transición la puesta en marcha de estructuras territoriales y políticas nuevas trajo un buen montón de dificultades y roces. Como consecuencia, uno de los muchos conceptos que tuvimos que aprender fue el de “conflicto de competencias”, que es cuando una institución reprocha a otra que se esté entrometiendo en lo que considera que son sus asuntos.
Pese a que la Transición está terminada (algunos dicen incluso que acabada) tales conflictos siguen a la orden del día. No hay más que irse a Etxebarri para comprobarlo. Resulta que el autobús que debía acercar a los viajeros a la estación de metro no llegaba hasta el mismo tren sino que los apeaba a un buen tirón de los andenes.
Este absurdo viene de que el Ayuntamiento de Etxebarri, que en uso de sus competencias, esgrimió un informe de seguridad que desaconseja que la línea atravesase el centro del pueblo y ordenó a su fuerza municipal que no permitiera el paso de los vehículos.
La Diputación, que es la otra parte de este lío, defiende, vehemente, sus propias competencias, que son poderosas y tras un requerimiento con plazo de caducidad y todo para que el Ayuntamiento se aviniese al paso de la lanzadera, finalmente ante la negativa del municipio ha interpuesto recurso contencioso-administrativo para que sea la Justicia quien estudie el caso y decida quién manda.
Lo malo es que el proceso judicial es lento y la cosa podría prolongarse años, mientras los viajeros se mojaban entre la estación de metro, la parada del Bus y viceversa. Así que “cautelarmente” y mientras se revisan los papeles a ver quién tiene razón, el juez ha determinado que se haga lo que la Diputación dice y luego “ya veremos”.
Si tuviese alguna gracia, el asunto sería como de sainete porque hace unos años ocurrió algo parecido con otra lanzadera de metro, aquella vez en Basauri. Pero entonces ¡qué cosas! fue la Diputación quien impidió que funcionase y lo hizo con la Ertzaintza conminando a los viajeros a abandonar los vehículos en plena ruta. El episodio fue sonado.
Finalmente sí que se puso en marcha aquella lanzadera pero ¡qué casualidad! también aquella dejaba a los viajeros a medio kilómetro del metro, ya que el Ayuntamiento de Basauri alegó entonces dificultades parecidas a las que hoy señala el de Etxebarri.
El resultado de esta encarnizada competición de competencias es que los ciudadanos de Galdakao estuvieron 4 años calle arriba, calle abajo en Basauri y sobre ellos pende la amenaza de que una sentencia pudiera dar la razón al Ayuntamiento insumiso, se vuelva a alejar la parada de su destino y vuelvan a verse deambulando por las calles de Etxebarri.
Parece que aquí todo el mundo se apunta a defender no sé si sus fueros o sus huevos, pero en esa pelea lo evidente es que los paganos están siendo los ciudadanos, que deberían ser los beneficiarios y no los perjudicados por la actuación de unas instituciones que pronto olvidan que existen porque los ciudadanos las pagan, hasta el último céntimo de euro.
Ahora que el prestigio de las instituciones anda decaído puede ser buen momento para reflexionar acerca de si estas anécdotas tan chuscas no serán efectos secundarios indeseables de la pasión que tenemos por tanta fragmentación política, que siempre viene con grandes expresiones de entusiasmo cuando se proponen desanexiones y particiones apelando a “la libertad de los pueblos”. En este caso los pueblos de Basauri, Etxebarri y Galdakao no parecen entender su libertad del mismo modo.
Sobre este blog
Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
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