“Hay personas sin hogar que te dicen que van a beber hasta morir”
El centro de atención a personas sin hogar de Pamplona, ubicado en la zona de Trinitarios, acogió en 2013 a un total de 2.007 personas. Este servicio, estrenado en marzo de 2011, ahora agrupa los tres que hasta 2010 se ofrecían por separado: para personas itinerantes, que van de ciudad en ciudad; para empadronados, arraigados en la capital navarra pero sin vivienda; y para atención en calle, que es ahora el de más actualidad, puesto que el centro ha activado su programa por Ola de frío, para evitar que personas sin hogar afronten temperaturas por debajo de los tres grados sin un techo bajo el que cobijarse. Por su aspecto, de edificio moderno (se adjudicó por 1,27 millones), sus usuarios a veces llaman a este centro “el tanatorio”, aunque su función es precisamente la contraria, crear vínculos y dar razones para seguir adelante. Y no siempre es fácil. Su coordinador e integrante de la fundación Xilema (la que gestiona el servicio), Rubén Unanua Ruiz, explica de una forma sencilla pero muy directa el perfil, las dificultades y los retos de este trabajo social.
De entrada, le planteo una duda: ¿la ubicación del centro es la adecuada? Porque está al lado de un parque de Bomberos, un poco alejado del centro de la ciudad…
No creo que la ubicación sea mala, porque está cerca de la estación de tren e incluso de la de autobuses, y muchos usuarios vienen por esas vías. La distancia al centro es más psicológica, y en otras ciudades este tipo de servicios están más separados de la urbe.
Los empadronados, al ser usuarios más continuados, son los que se prestan más a la labor social del centro. ¿Qué porcentaje logra la reinserción?
Es bajo. Este es un recurso de baja exigencia, para gente que está aquí porque no tiene otro sitio. A veces conseguimos que la gente dé el salto a un empleo, pero a menudo el objetivo es de disminución de daños, reducción de consumo o que accedan a una comunidad terapéutica, que lleguen a una residencia…
¿Las adicciones son habituales?
El 66,66%, según los últimos datos que manejamos, tiene algún tipo de adicción. Además, un 40% tiene trastorno de personalidad, un 20% psicóticos, un 22% trastornos de ánimo…
Ante casos tan complejos, ¿se complica el día a día del centro?
Sí. A veces ni siquiera hay un diagnóstico oficial ni un tratamiento. A las personas que acuden de forma itinerante, que es por un plazo de tres días, se les exige que vengan sin consumir. Creemos que pueden hacer ese esfuerzo, porque este tiene que ser un sitio de descanso, no de batalla. A las personas empadronadas, por su parte… a un alcohólico no le puedes pedir que deje de consumir alcohol durante seis meses, pero no lo pueden hacer aquí dentro. Eso sí, siempre respetando el régimen interno, que en general se cumple. La verdad es que el comportamiento es bueno.
Junto a los accesos al centro, tienen colgadas cartas de agradecimientos de los usuarios. En muchas, se repite una idea: la necesidad de no sentirse juzgados por la sociedad.
Nosotros tratamos de no juzgar a nadie; podemos intentar animar a que reduzcan el consumo o les advertimos de los problemas de salud que eso conlleva, y a quien quiera dar el paso y dejarlo, le acompañaremos; y quien no quiera, pues no, pero también estaremos a su lado. Lo más duro para los profesionales de este trabajo es tener que respetar la autodeterminación de una persona a matarse bebiendo. Cuando estudias Trabajo Social te enseñan cómo ayudar, y aquí ves que hay gente que te dice He decidido beber hasta morir. Es frustrante y hay que respetarlo, acompañarles y que sepan que, si cambian de decisión, ¡nos lo hagan saber!
A menudo se habla de este colectivo como algo invisible. Nos hemos acostumbrado a pasar al lado de quien lo necesita e ignorarlo.
Sí, eso lo viven muy mal. Eso y la soledad. Al final han quemado todos sus vínculos, de familiares, amistades, compañeros de trabajo…
¿La calle, entonces, es un autocastigo?
No lo sé, sí que hay mucha gente huyendo. El alcohol es una forma de escapar, de dormir por la noche. Muchos te reconocen Tengo miedo a vivir sobrio. Es como tener miedo a vivir.
Le planteo esa pregunta porque, con la ola de frío, se facilitó el acceso al centro, con el objetivo de que nadie que pasara frío “si no quiere”. ¿Por qué negarse a acudir a este tipo de servicio?
Hay casos tan extremos que igual tienen opción de cobrar una renta de inclusión, para cogerse por ejemplo una habitación, pero no lo hacen y ponen la pega de que para ello tendrían que sacarse el DNI… No sé si, al final, estar en la calle es una decisión vital. Por suerte, eso sí, hablamos de casos puntuales, que contamos con los dedos de una mano. Pero son casos que nos agobian.
¿Cuántas personas viven ahora en la calle en Pamplona?
Ahora podría hablar de alrededor de veinte personas, aunque en verano puede haber más. Pero también hay mucha gente satélite, que pasa una temporada en la calle, luego cobra la Renta de Inclusión Social, entra en prisión, accede a una comunidad terapéutica… Y por eso la foto cambia mucho.
¿Ha habido un aumento de este tipo de casos por la crisis económica?
Algo se ha notado. Por ejemplo, hay más gente viviendo en el coche, que son más difíciles de localizar porque no conocen este tipo de recursos, ya que nunca los habían necesitado. Y, a veces, han venido familias con menores, pero nosotros no podemos acogerlas porque aquí deben ser mayores de edad. A través de la Policía Municipal, se les gestiona un vale de pensión y son atendidas a través de servicios sociales. Pero tampoco ha habido un aumento muy llamativo por casos de desahucio; casi nos llama la atención más que, cada vez, haya gente más joven.
¿De qué edades?
Entre 18 y 25 años, cuando lo habitual es estar entre los 35 y los 54. En 2012, el 3,41% tenían entre 18 y 21 años, en 2013 pasó a 4,28% y ahora ha subido a 7,69%. Cuando son más jóvenes, no se trata de casos cronificados y pueden salir de este círculo, así que el objetivo es que reflexionen sobre dónde están entrando, que no huyan y vuelvan.
A través de la memoria de 2013 se recoge que ese año repartieron 996 billetes de autobús a personas itinerantes, sin hogar, que van de ciudad en ciudad. Facilitar esos billetes (dentro de Navarra o a capitales limítrofes), ¿no es una forma de trasladar ‘el problema’ a otra parte?la memoria de 2013
El objetivo es que no se queden en la calle, y a menudo acaban consiguiendo el billete pidiendo. La idea es evitar que tengan que pasar por eso, aunque eso tiene su lado bueno y su lado malo. Yo también me lo cuestiono. Lo ideal sería que este sistema no existiera, que cada persona fuera atendida en su lugar de origen o donde más tiempo ha pasado. Pero es precisamente allí donde, a menudo, no quieren volver. Huyen de su lugar de origen. Por eso el objetivo es lograr ese arraigo, y por esta razón cada vez nuestro centro tiene más plazas para empadronados y menos para itinerantes, aunque siempre deba haber espacio para emergencias.