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PISA y Euskadi
Han pasado varios días desde la publicación oficial del Informe PISA 2015 y el ruido mediático continúa en plena efervescencia. Es curioso que en una época como la actual, donde nada aguanta más allá de unas horas en el paraíso informativo, los diarios en Euskadi lleven días abriendo su portada con la misma noticia. Euskadi suspende PISA, la educación vasca en el pelotón de cola de las CCAA, o ¿Por qué suspenden los alumnos vascos si lo tienen todo para triunfar? son algunos de los titulares que se siguen moviendo por los medios en las últimas horas.
¿A qué se debe tanto furor informativo? ¿Acaso es que la educación se ha convertido en la principal preocupación de los vascos y de las vascas en este final de año? Desgraciadamente no; ni en el último estudio del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco [1], (terrorismo internacional, refugiados e inmigración) ni en el propio Deustobarómetro [2] (crisis económica, paro, desigualdades sociales) aparece la educación como una de las preocupaciones principales de la sociedad vasca. Otras deben ser, por tanto, las razones que justifiquen tanta demanda informativa. Por mi parte, aportaré dos.
La primera está relacionada con todo el despliegue mediático que mueve la OCDE, a través de informes, recomendaciones o avisos. En este caso, esta organización de carácter económico lleva desde el 2000, año en el que nace la prueba PISA con 32 países, sumando adeptos a su causa. En este último informe, el correspondiente al 2015, han sido más de 70 los gobiernos que han decidido participar en estas pruebas que no evalúa sistemas educativos ni valora leyes nacionales. A comienzos de siglo la prueba se diseñó para diagnosticar debilidades y fortalezas de la educación; hoy es una liga de países –la Champions League de la educación- que compiten por quedar en los mejores puestos y que martiriza a los/as gobernantes que descienden puestos, alejándoles inevitablemente de la cabeza para refugiarles en divisiones regionales.
¿Qué tiene de malo este nivel competitivo? ¿No es acaso la vida una pura sucesión de pequeñas competiciones (en la familia, escuela, trabajo, amistades) a las que nos acostumbramos paulatinamente? ¿Por qué no competir, entonces, en conocimientos, competencias y destrezas curriculares? ¿Acaso, la escuela debería quedar exenta de esta realidad? ¿No es bueno conocer el nivel medio de nuestros/as estudiantes, saber si pueden medirse con otros/as en cualquier parte del mundo?
Pues sí y no, que diría el gallego. Por supuesto que una adecuada medición siempre aportará más beneficios que perjuicios; especialmente a quienes den más síntomas de no estar en el nivel correcto. Por tanto, conviene que la prueba de medición responda a la mayoría de habilidades que el alumnado evaluado debe tener a los quince años (edad en la que se realiza actualmente PISA) y no tan solo a conocer sus competencias lectora, matemática y científica y empresarial ¿Y el resto? ¿Qué sabemos sobre su actitud crítica, su sentido democrático de la vida o sus valores humanos? ¿Por qué no se evalúan? ¿Quién decide no hacerlo? ¿Acaso no interesa conocer si estamos cultivando o privando su sensibilidad artística? ¿Y el nivel de solidaridad y/o generosidad que demuestra tras varios años en proceso de socialización? ¿Importará si está emocionalmente formado/a?
Puede que individualmente, familiarmente, sí, pero es evidente que a la OCDE, no. Como indica su propio informe, el objetivo de las pruebas es ofrecer a los gobiernos de los países participantes una información orientada a cambiar la escuela para mejorar el crecimiento y la competitividad económica. Y es que cualquier otra cuestión sería extraña, viniendo de una de las tres organizaciones internacionales –junto con el FMI y el Banco Mundial- que más empeño está poniendo en la introducción y asimilación de las ideas neoliberales en cualquier lugar del mundo.
La OCDE necesita que la educación –quizás aún uno de los escasos servicios públicos sin privatizar totalmente- estandarice sus niveles (crear competencias medibles) para optimizar su gasto (no se habla en términos de inversión educativa ¿por qué?). Vista así la educación, poco importa, por tanto, el modelo pedagógico a seguir y si se procura o no el desarrollo integral del alumnado como persona y como ciudadana/o. Cada vez menos se verá la educación como un derecho inalienable de la persona; cada vez más como un bien de consumo, asequible según la disponibilidad personal, familiar o gubernamental.
Y, mientras tanto, los/as gobernantes de los países participantes, empujados/as por unos medios de comunicación cada vez menos independientes, se buscan angustiosamente cada tres años en estos rankings para sentirse aliviados/as o sorprendidos/as, según el lugar que ocupen respecto al informe anterior. Y aquí aparece otra de las claves más escondidas de PISA, pero que no debe quedar sin comentario: el gran negocio económico que sustenta. Esta última edición han participado cerca de medio millón de estudiantes de 72 países que han generado -y generarán en los próximos años- una mayor obsesión por los exámenes, por las pruebas físicas que se realizan trianualmente. Y tras todo este tinglado aparece la multinacional británica Pearson Education, compañía que ha realizado y corregido las pruebas 2015, pagadas por los ministerios de Educación correspondientes y que, a partir de ahora, ofrecerá sus servicios a través de Planes de Mejora, herramientas informáticas de pruebas… Toda una nueva retórica para priorizar las necesidades de la educación del siglo XXI: ajustarla a las exigencias del mercado laboral, cambiante, voluble, imprevisible, deshumanizado.
La segunda razón que explicaría el intenso despliegue informativo vasco sobre PISA 2015 tiene que ver, en mi opinión, con los resultados obtenidos por Euskadi, una comunidad que estaba acostumbrada a colocarse en los lugares “champions” en Europa y, por supuesto, por encima del resto de territorios de España y que, sin embargo, se ha visto superada por varias de estas y relegada a puestos por debajo de la media española. Sorpresa mayúscula, que no debería ser tal si se observasen algunas de las señales de alarma que ya aparecían en 2013, expuestas con rotundidad en el informe de Evaluación diagnóstica -realizado por el ISEI-IVEI a mandato del Departamento- pero que, según lo visto, cayeron en saco roto o no recibieron la atención debida por quien debería haberlo tenido en cuenta, la Consejería de Educación del Gobierno Vasco. Tal situación, que la propia Sra. Uriarte agravó con sus precipitadas declaraciones en las que se mostraba sorprendida de los resultados (¡tres años después del informe del ISEI que ella misma presentó!) preparó el clima de exaltación informativa que hemos vivido estos días.
Y es que el trasfondo que queda es desconcertante. De golpe y plumazo, la sociedad vasca se ha encontrado con dos duras realidades: de un lado, ha entendido que por nuestro nivel competitivo somos fácilmente desbordables en temas educativos (según los estándares PISA); de otro, que tenemos un Departamento de Educación más preocupado de veleidades identitarias escondidas tras el macroproyecto Heziberri 2020 que de establecer los ajustes necesarios para un sistema educativo que empieza a dar síntomas de cansancio.
Y esta sociedad vasca empieza a hacerse preguntas ¿Por qué este retroceso a puestos de liga local cuando conocíamos las mieles de la Champions? ¿Qué soluciones puso en marcha la Consejería en 2013 tras los resultados de la Evaluación Diagnóstico? ¿Se han revisado los últimos Planes de Mejora que los centros escolares enviaron a la Inspección educativa? ¿No convendría reorganizar, reducir los programas educativos a aquellos que supongan éxito en el desempeño escolar? ¿Tendrá algo que ver la actual indefinición de modelos lingüísticos? ¿Para cuándo una información veraz sobre las líneas estratégicas que piensa desarrollar el nuevo organigrama educativo vasco?
Pero como no se trata únicamente de hacer preguntas, adelanto algunas respuestas; quizás reorienten nuevos interrogantes. Es necesario reforzar la atención al alumnado con peor ISEC (Índice socioeducativo y cultural). Hay que reducir el inmenso trabajo burocrático de las direcciones de los centros, dotarlas de personal auxiliar y confiar más en ellas y en sus proyectos educativos (en suma, dotar de mayor autonomía a los centros escolares). Con urgencia, se deben disminuir los contenidos curriculares de las materias de estudio y dotarlas de sentido común y como aprendizaje para la vida. Necesitamos un amplio consenso en el tratamiento de los modelos lingüísticos en esta CCAA, sin trampas ni prejuicios ideológicos. Éstas y otras muchas cuestiones que irán apareciendo con el tiempo deben servir de estímulo suficiente para sentirnos orgullosas/os de pertenencia a esta comunidad educativa. No el que lo demanden la OCDE ni un mal entendido patriotismo cultural.
[1] 18 noviembre 2016
[2] 17 junio 2016
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