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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Las niñas también son víctimas de pederastia en la Iglesia Católica

Matilde Fontecha

La mayoría de las personas hemos vivido el acoso o abuso sexual en la infancia, bien en nuestra piel o en la de personas cercanas. Aunque estos actos quedaran silenciados y trataran de ocultarse en el trastero del cerebro, en muchos casos han pesado como una losa en la historia personal.

Al oír hablar de pederastia, en la mayoría de las mentes aparece la imagen de un niño varón. Sin embargo: las víctimas de abusos sexuales son mayoritariamente niñas; se dan en todas las clases sociales o culturales; y entre el 65 y el 85 % de los abusos se perpetran en el ámbito familiar, ya que los agresores son padres, tíos, hermanos, abuelos o amigos de la familia.

Los estudios acerca de la pederastia en España revelan datos que coinciden en que el 5-10% de los niños y el 20-25% de las niñas han sido objeto de abuso sexual. “Una de cada cuatro mujeres en España ha sufrido abusos sexuales en la infancia” fue el lema de la I Jornada sobre Abusos Sexuales a las Niñas, celebradas en Madrid en noviembre de 2014.

Entonces, ¿por qué tendemos a creer que las víctimas de pederastia son niños? Hay varios porqués y todos relacionados con la desigualdad de género. Uno es la manera de difundir las noticias, que cuando atañen a menores de ambos sexos, hacen desaparecer a las niñas, tanto por la utilización de un lenguaje genérico excluyente –los niños, los chavales, los menores- como por la omisión de información que nos permita saber que también hay niñas afectadas.

El uso inadecuado del lenguaje en el tema que nos ocupa es colaborador de dos razones de fondo: la tenaz resistencia social a abordar los temas de discriminación de las niñas y la desidia institucional a la hora de dedicar recursos y buscar soluciones a los problemas de las niñas de nuestro entorno, en relación con la carencia de derechos humanos: el abuso sexual, los embarazos en la infancia, la trata y prostitución infantil, la ablación genital de las niñas residentes en España, etc.

La inexistencia de datos relativos a las niñas al abordar cualquier estudio es un problema global que refleja su consideración como seres inferiores. Y voy a mencionar un caso significativo. Save de Children ha editado una guía para la formación del profesorado: Violencia sexual contra los niños y las niñas. Abuso y explotación sexual Infantil. Este trabajo aporta datos muy interesantes, por ejemplo, una extensa relación de las secuelas que deja la violencia sexual, pero no establece diferencias entre ambos sexos, excepto en dos Consecuencias físicas:
Desgarramientos o sangrados vaginales o anales; y Embarazo temprano.

En mi opinión, no es verosímil que, con la percepción tan diferente que tienen niñas y niños de su persona y del mundo, reaccionen de forma idéntica ante el acoso sexual. Si se hubieran segregado los datos, este trabajo sería una herramienta más eficaz para ayudar a estas criaturas.

Centrándonos ya en los abusos a menores cometidos en la Iglesia Católica, la cosa se complica, ya que por un lado, se cree que los niños varones son el objeto sexual de los eclesiásticos y, por otro, se carece de investigaciones que nos ayuden a desterrar esta falsa creencia.

Con una excepción, un estudio de 1995 sobre el comportamiento sexual del clero, realizado por José Rodríguez, que afirma que el 26% de los sacerdotes mantuvieron relaciones sexuales con menores, de quienes el 14% eran niños y el 12% niñas.

En la ficción, han contribuido a invisibilizar a las niñas los medios de comunicación y el cine. Las películas que denuncian el abuso sexual en la infancia se centran en los chicos, desde La mala educación de Pedro Almodóvar de 2004 hasta Calvary, dirigida por el irlandés John Michael McDonagh en 2014.

En la vida real, las características de las noticias acerca de la pederastia en la Iglesia coinciden con las noticias de pederastia en otros ámbitos: tanto en los titulares como en el contenido, las niñas no se nombran, luego no existen. Así mismo, los denunciantes son varones. Por ejemplo, el caso de Los Romanones, el escándalo del colegio de los Maristas de Sants-Les Corts o la reciente denuncia contra un colegio del Opus Dei en Bizkaia.

En relación con el asunto de los Maristas, hay una excepción: la denuncia de una mujer de 33 años que acusa a un marista por haber abusado de ella cuando tenía 8 años. Le ordenaba que acudiera a su mesa y la sentaba sobre sus rodillas: “Allí, me tocaba bajo la ropa, también bajo las bragas”.

Enlazaré este último caso con una vivencia personal que guardar cierta similitud.

Cursábamos sexto curso de bachiller y teníamos 16 años. El colegio nos obligaba a realizar los últimos Ejercicios Espirituales para lo que contrataba a un experto. Teníamos que pasar unos días en una casa rural, aisladas en plena Sierra de Cameros.

Eran jornadas de silencio y meditación. En general, procurábamos escaquearnos y pasábamos las horas maquinando cómo armarla. Sin embargo, cuando caía la noche, nuestro ingenio no nos servía de nada, pues quedábamos encerradas en aquella casa sin escapatoria. Después de cenar, nos reuníamos en una sala fría y lúgubre donde el padre Velasco, nos impartía una charla en la que, invariablemente, hablaba de los pecados contra el sexto mandamiento: “El sexto no cometerás actos impuros”. Con sus dotes dramáticas, insistiendo en que si aquella noche moríamos en pecado iríamos derechas al infierno, nos infundía verdadero terror.

Estos Ejercicios terminarían con una misa y comunión obligatoria, para lo cual era ineludible la confesión.

Como no había confesonario, Velasco nos confesaría en su habitación, tarea que le llevaría todo el día. Esperábamos por el pasillo o la parte exterior de la casa e íbamos pasando de una en una. Cuando había cumplido con el sacramento buena parte del grupo, salió una compañera diciendo que el cura le había tocado los pechos. Sí y a mí, dijo otra. Una tercera, añadió que a ella la había abrazado muy fuerte, pero que eso era porque “el padre era muy cariñoso y así nos ayudaba a que salieran los pecados”. “Pues a mí también me ha abrazado y no me ha gustado nada”, apostillo otra compañera. Total que se montó un buen follón: ¡Aquel tío había metido mano a todas! Las que faltábamos por confesar decidimos que no lo haríamos, pero la monja, aquella tan joven y enrollada que era responsable de nuestra seguridad, nos dijo: “Os confesáis o ya estáis llamando a vuestros padres para que vengan a buscaros”. Y pasamos por el aro, ¡claro que pasamos!

Era mi turno. Entré en la habitación y el cura estaba sentado en la parte posterior de aquella cama turca. Me ordenó: “arrodíllate”, a la vez que señalaba con el dedo el hueco entre sus piernas. Me arrodillé, me inmovilizó cerrando con fuerza las piernas y sin mediar palabra empezó a tocarme desde el pecho a la cadera. Di un salto y me quedé pegada contra la pared. Venía hacia mí, pero pude alcanzar la puerta y salí gritando como una posesa.

En aquella época, el abuso sexual contra menores estaba normalizado y la impunidad contra los curas pederastas era absoluta. Si un niño reunía el valor para contar a su padre que el hermano fraile le había llevado a su habitación, en general, se exponía a un bofetón. Y las niñas sabían que si alguien se propasaba con ellas, lo mejor era permanecer calladas.

A pesar de todo, al llegar a nuestra ciudad lo contamos a las familias y a todo el mundo. Incluso, con ayuda del director del colegio de los Jesuitas, que era nuestro profesor de Filosofía, escribimos una carta a las autoridades eclesiásticas. Conseguimos que Velasco no volviera a realizar ninguna actividad en nuestro colegio, lo que vivimos como un triunfo.

Supongo que la sensación de haber sido valientes, que la afrenta fuera grupal y que la cosa no pasara a mayores, fueron circunstancias que nos han permitido hablar de ello. Otras niñas no tuvieron tanta suerte. Hoy lo escribo para contribuir a romper con el silencio que sigue imperando ante el acoso y abuso sexual a las niñas.

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