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Igualada, Pamplona, tu pueblo o el mío; el lugar no importa, el miedo es el mismo

El grupo feminista LasTesis realiza el performance "Un violador en tu camino", en Santiago de Chile (Chile). EFE/Elvis González/Archivo

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Igualada. Pamplona. A Pobra do Caramiñal. Mijas. Manresa. Alcàsser. La historia de una mujer que sale de casa y no vuelve, o que vuelve pero lo hace agredida, destruida, magullada, vejada, es la historia de nuestras vidas. No es la excepción, no es el hecho aislado, es la manera en que las mujeres aprendemos a vivir desde que tenemos uso de razón.

Ella tiene 16 años y salió de fiesta con sus amigas. Acabó tirada en una calle, desnuda, inconsciente, brutalmente agredida. Ella no recuerda nada, pero ya ha dicho que siente culpa. Afronta ahora una recuperación física, psicológica, emocional, pero también el ruido mediático, la atención y el escrutinio público, y la carrera de fondo que será la investigación policial y el proceso judicial.

De la agresión tiene que recuperarse, sobre todo, ella. Pero también nosotras. Porque su cuerpo tirado en el suelo de un polígono es esa alarma que nos salta a todas para recordarnos que no debemos bajar la guardia. Hoy, mañana, pasado, las mujeres que salgan de fiesta, o que crucen un parque, que atraviesen un descampado, que se suban a un autobús nocturno, o que queden con un hombre con el que quizá quieran subir a casa tendrán, de fondo, a esa chica de Igualada en su cabeza.

El miedo puede ser un mecanismo adaptativo: nos ayuda a saber cuándo tenemos que huir o pelear para salir adelante. Pero el miedo es también una poderosa herramienta de control.

Un informe de la organización Plan Internacional señalaba que el 40% de las mujeres que viven en ciudades evita lugares por razones de seguridad. Ese estudio llamaba la atención sobre Madrid, donde el 49% de mujeres aseguraba que los incidentes “suceden con tanta frecuencia” que ya estaban acostumbradas. Muchos de los incidentes en la capital, apuntaban, ocurrían “en torno a sitios centrales e importantes”.

La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea publicó hace unos años la mayor encuesta a nivel mundial sobre violencia de género. De los 186 millones de mujeres adultas que viven en Europa, 62 millones, es decir, una de cada tres, ha sufrido violencia física o sexual durante la adultez. Una de cada 20 ha sido violada. La mitad de las mujeres evitan 'situaciones de riesgo', como viajar en transporte público, salir solas de casa o caminar por lugares poco concurridos.

Igualada. Pamplona. A Pobra do Caramiñal. Mijas. Manresa. Alcàsser. La chica que violaron en tu pueblo o la amiga que no te quiso contar qué le sucedió aquella noche con ese chico con el que se acostó. Igualada. Pamplona. A Pobra do Caramiñal. Mijas. Manresa. Alcàsser. Tu pueblo, el mío. El lugar no importa, el miedo es el mismo.

La incomodidad del tipo que te acecha en un bar, el amigo que se pone pesado una noche, la estrategia que anticipamos para volver a casa, el miedo en la calle, la inquietud en el portal, no perder de vista tu copa, la duda de si irte con ese tío a la cama, el superior baboso al que no sabes cómo pararle los pies, el novio insistente ante el que acabas rindiéndote.

Dice la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer hecha en España que el 6,5% de las mujeres (1,3 millones) ha sufrido violencia sexual en algún momento de sus vidas por parte de alguien que no era su pareja o expareja. El 2,2% de las mujeres (casi medio millón de mujeres) ha sido violada. El 99,6% de los agresores sexuales eran hombres, fundamentalmente hombres conocidos para las mujeres.

El lugar no importa, el miedo es el mismo. De qué manera podemos pensar en la igualdad cuando el temor por nuestra integridad física y psicológica, por nuestra vida, nos ocupa tanto tiempo y energía.

Esa Macroencuesta dice también que solo el 8% de las mujeres que sufre violencia sexual la denuncia. Entre otros motivos, por la vergüenza y la culpa, esa culpa que la chica de Igualada ya siente, aunque apenas recuerde. Quizá le ayude recordar aquellas líneas que cantaban Lastesis y que repitieron miles de mujeres en todo el mundo:

Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.

El violador eres tú.

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