Ni heroínas ni calientapollas
'No es abuso, es violación'. Los gritos se colaron a través de las ventanas de la sala de vistas 102 del Palacio de Justicia de Navarra. El tribunal acababa de dictar la sentencia, la primera del caso de 'la manada': abuso sexual con prevalimiento, nueve años de cárcel para cada uno de los cinco acusados. Pasaron solo segundos desde que el presidente del tribunal comenzara la lectura del fallo hasta que escuchamos el clamor de cientos de mujeres que llegaban desde la calle.
No pedían más años de cárcel, no pedían un endurecimiento de las penas; era un grito que buscaba, más bien, que la justicia bajara a la calle y entendiera que 'consentimiento' es una palabra que queda algo obsoleta para las mujeres del año 2019 y que su concepto de la intimidación y la violencia debería adaptarse a lo que vivimos desde que somos pequeñas.
Era 26 de abril de 2018. Un año, dos meses y otro 8M después, el Tribunal Supremo también gritó el viernes 'no es abuso, es violación'. Lo hizo con el Código Penal en la mano y con una interpretación de la norma que, a falta de conocer la sentencia íntegra, incluye la perspectiva de género. Que varios hombres te rodeen en un espacio pequeño, sin escapatoria, que empiecen a quitarte la ropa y a tirar de tu cuerpo es un “auténtico escenario intimidatorio”.
Es más, y según dice el fallo, da igual que sean cinco hombres o uno, esa atmósfera -el acorralamiento, la trampa, el no tener más remedio- ya es intimidación. No hacen falta amenazas ni golpes, tampoco que de tu boca salga un 'no' o que tengas que pelear o resistirte. Sencillamente, en ese entorno no se puede consentir, ni mucho menos desear, y someterse es una estrategia igual de válida que otra.
La decisión del Supremo es importante y por eso escuece. Le escuece, por ejemplo, al líder de Vox en Andalucía, el juez Francisco Serrano y, por eso, ladra: “Si una mujer dice sí pero en cualquier momento posterior dice no, inclusive varios días después, el denunciado será condenado a prisión por violación. Hasta un gatillazo o no haber estado a la altura de lo esperado por la mujer, podría terminar con el impotente en prisión. Nos encontramos ante la paradoja progre, en la cual la relación más segura entre un hombre y una mujer, será únicamente a través de la prostitución”.
Serrano viviría más tranquilo en el siglo XV pero lamentablemente le ha tocado el XXI. En este 2019 las mujeres ya no consentimos, lo que hacemos es desear y decidir. Consentir suena más bien a ese modelo antiguo en el que las mujeres somos los objetos pasivos del deseo de otros. Al viejo paradigma en el que si no nos movemos, es que nos pueden tocar. A ese concepto del si me has dado un beso o has subido a mi casa conmigo es que ya vas a hacer lo que yo quiera, cuando yo quiera, como yo quiera. Quién no ha sido la calientapollas alguna vez.
En este 2019 el sexo ya no es una relación de dominio en la que los hombres se aseguran el acceso al cuerpo de las mujeres sin importar sus necesidades o deseos (de eso, como bien dice el juez Serrano, se encarga la prostitución). El sexo no es un contrato de servicios que pagas por adelantado y al que añades seguro de cancelación. El sexo es una relación, una interacción, un intercambio. No hay consentimiento, hay consenso. Y si ese consenso se quiebra en cualquier momento y una de las partes continúa, no hay sexo, hay agresión. Da igual lo que hayas hecho o dicho antes de llegar a la cama, al portal o al baño de un bar, y da igual lo que hagas después.
Hoy, la justicia nos acompaña y, por eso, la sentencia del Supremo escuece. Pero más allá de este optimismo momentáneo, de sentencias y códigos penales hay que combatir de todas las maneras posibles esa idea de sexo que transmite el juez Serrano y que aún hoy muchos siguen dando por válida. Porque ellos vivirán más tranquilos en el siglo XIII o en el VII o en el XIX pero nosotras no, nosotras queremos seguir viviendo en este. No queremos ser heroínas ni calientapollas, ni frígidas ni fieras, solo queremos vivir tranquilas, desear, decidir, decir 'sí' muchas veces y pedir más porque nos morimos de gusto.