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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

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Marta Romero - @romercruzm

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España entre la espada y la pared

Artur Mas saluda al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, a su llegada a la sede de CDC.

Ryan Griffiths / Pablo Guillén Álvarez / Ferran Martínez i Coma

José Fernández Albertos nos planteó una pregunta muy interesante en una entrada pasada: ¿es la independencia un asunto de países pobres? Los datos parecerían indicar que así es. Como muestra “ningún país más rico que la República Checa en 1993 ha logrado nunca independizarse de su Estado matriz”. Y la República Checa, junto con Eslovenia, es casi la única excepción. De hecho los países que se independizan desde 1975 tienen una renta per cápita media de 6.300 dólares, lo que equivale aproximadamente a la España de 1962.

Los datos que presenta son especialmente relevantes porque de alguna manera contradicen los argumentos de Alesina y Spolaore según los cuales la globalización económica impulsa la aparición de países pequeños. La idea es que en un entorno globalizado el punto fuerte de los países grandes, la fuerza militar y las economías de escala, pierde peso relativo con respecto a su talón de Aquiles, la heterogeneidad. Por ejemplo, en la Europa contemporánea la OTAN se encarga de la seguridad y la UE de las economías de escala. Así que, según la teoría de Alesina y Spolaore, deberíamos ver una ebullición de secesionismo en el seno de la UE. Sin embargo hasta ahora ninguna región ha conseguido independizarse de un país occidental democrático, ni dentro de la UE ni fuera de ella.

La razón podría está en la falta de apoyo popular. Si nos fijamos en los movimientos independentistas exitosos veremos que el apoyo a la independencia siempre ha sido abrumador, como Alberto Penadés tan bien nos mostró. Claro, en Eslovenia a muy poca gente le apetecía quedarse en la Yugoslavia de Milosevic, pero seguir siendo canadiense o británico no parece tan mal dada la incertidumbre asociada al proceso de independencia.

Por eso, si algo sorprende (y mucho) en el caso de Cataluña es el vigor del apoyo a la independencia, en torno al 50%, sobre todo si se tiene en cuenta que sólo la mitad del otro 50% parece estar inequívocamente en contra. Además, una clarísima mayoría entre los menores de 30 años es independentista. De seguir así podríamos tener un 70% de independentistas de aquí a quince años.

¿Cómo es posible que un país desarrollado y democrático haya tanta gente que se quiera ir? Alguien debería aportar una respuesta seria. Nosotros tenemos algo que decir sobre la otra gran pregunta: ¿veremos una Cataluña independiente? En un artículo de próxima aparición en Nations & Nationalism argumentamos que bien puede ser que sí. En tanto que una parte del apoyo a la independencia en Cataluña viene determinado por la crisis económica que atraviesa España, mantener el statu quo ya no es tan atractivo para una parte importante de la población, el coste de la incertidumbre se reduce. Este razonamiento se ha presentado en varias ocasiones: en la medida en que la crisis empeora la situación de los ciudadanos, los partidos ofrecen 'soluciones', y la independencia puede aparecer como una de estas.

Creemos que si se celebrara un referéndum (llámese consulta, elecciones plebiscitarias o lo que sea) y el apoyo a la independencia fuera mayoritario, Cataluña se separaría de España y devendría miembro de facto, como mínimo, de la UE. El principal elemento disuasivo que emplea el Gobierno central es que Cataluña no sería reconocida internacionalmente y quedaría excluida de la UE. Esto último nos parece una amenaza no creíble.

La novedad del trabajo -que escribimos entre finales de 2013 e inicios de 2014- reside en, por un lado, detallar mediante teoría de juegos la secuencia que seguiría el camino a la independencia y, por otro, demostrar que la amenaza del Gobierno español no es creíble. De hecho, mucho nos tememos que el Gobierno central se encuentra ante la espada y la pared. En los siguientes párrafos desarrollamos tanto la secuencia como demostramos las limitaciones del Gobierno central.

Nuestro modelo se sustenta en dos supuestos bastante realistas: a) un apoyo mayoritario (creciente) a la opción independentista; b) una situación económica difícil. Respecto a lo primero, las encuestas muestran una escalada importante, de la que ya se habló aquí. Sobre la situación económica española, lamentablemente, no hace falta extenderse. Es la conjunción de estos dos factores lo que hace viable la independencia de Cataluña (o lo que muestra las limitaciones del Gobierno central).

Simplificando, la secuencia es la siguiente: el Gobierno de Cataluña convoca un referéndum (o unas elecciones anticipadas con sabor plebiscitario). Ante esto, el Gobierno de España puede o bien no hacer nada, o bien poner una oferta sobre la mesa para que Cataluña decida no seguir con el referéndum. Una buena oferta podría socavar el apoyo a la independencia tanto que Cataluña decidiese aceptarla. Si no hay oferta, o no es lo suficientemente buena, entonces se celebra el referéndum. Si la mayoría vota sí a la independencia, o a los partidos independentistas, el nuevo Parlamento de Cataluña puede decidir buscar un acuerdo con España (que podría parecerse a la oferta realizada y algo más) o proclamar la independencia.

Ante la proclamación de la independencia de Cataluña, España (y la Unión Europea) tienen dos opciones: rechazar dicha proclamación de independencia o aceptarla. Las declaraciones tanto del Gobierno central (como de la UE) indican que la opción es rechazarla. Sin embargo, ¿se pueden permitir esta opción? El Gobierno podría legal y constitucionalmente suspender la autonomía de Cataluña, meter mucha o poca gente en la cárcel, enviar la brigada paracaidista, etc. A nadie se le debería escapar que un movimiento así generaría mucha incertidumbre (manifestaciones, huelgas, desobediencia civil) y por lo tanto una presión tremenda en los mercados de deuda. La UE le vería las orejas al lobo y forzaría una solución negociada.

Un escenario alternativo de rechazo pasa por que España y la UE permitan la independencia pero no la reconozcan. En ese caso Cataluña no se vería obligada a asumir su parte proporcional de la deuda asumida por el Gobierno de España que aumentaría de golpe algo así como un 20%, reduciéndose además su base impositiva entre el 5% y el 8,5%. España, un país demasiado grande para ser rescatado, se iría a la quiebra poniendo en claro peligro al euro y a la UE. Sin duda, este escenario sería también devastador para Cataluña, pero queremos que queden claras las consecuencias para España y la UE una vez Cataluña ya haya declarado la independencia.

La otra opción es que España acepte la independencia y se pacten las condiciones de la salida: porcentaje de deuda que se lleva el nuevo país, etc. En definitiva, nuestro modelo ofrece dos resultados (técnicamente equilibrios de Nash perfectos en subjuegos): uno en el que España hace una oferta suficientemente interesante para desactivar el referéndum o, si dicha oferta no es factible (ejemplo: no se puede extender el sistema de cupos vasco y navarro sin quebrar la caja); dos, un referéndum que lleva a una independencia consensuada con España (y la UE).

Al fin y al cabo lo que decimos es que, dada la debilidad económica de España, si una mayoría clara de catalanes de verdad quiere la independencia, la obtendrá en condiciones favorables. El primer supuesto, debilidad económica, parece bastante realista. Lo segundo, mayoría clara, no está tan claro ahora, pero podría estarlo en unos cuantos años. Si Rajoy sale airoso por el momento, tendrá que apretar el cinturón de los españoles (¡aún más!) para que en unos años los hijos políticos de Junqueras no vuelvan a las andadas. El precio de mantener a Cataluña en el redil podría ser demasiado alto.

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