Una de esas mayestáticas salas de reuniones de las instituciones comunitarias en Bruselas lleva por nombre “Falcone y Borsellino”, en honor a los dos jueces asesinados por la Mafia en los 90. El contraste entre estos dos héroes de la lucha contra el crimen organizado y los eurócratas es llamativo. Los dos jueces son casos paradigmáticos del tipo de servidor público que podríamos llamar “falcones”. Los eurócratas encarnan al tipo que denominaremos “palomas”.
Falcones son aquellos que anteponen su vocación y reputación profesional por encima de una carrera cómoda. El objetivo de los falcones es maximizar el impacto de su trabajo, aún a costa de asumir riesgos para sus carreras o para su propia vida. En el extremo opuesto nos encontramos a los “palomas”, una especie que se siente muy a gusto en ciertas burocracias, como la de Bruselas, pero también las nuestras. El objetivo de los palomas es cualitativamente distinto al de los falcones: minimizar las meteduras de pata para no molestar a nadie bajo ninguna circunstancia y estar siempre en las ternas de posibles candidatos para todo tipo de ascensos. O sea, la carrera por encima de la profesionalidad. Lo cual no quiere decir que los palomas “no son profesionales”. Pueden ser muy profesionales, pero no es su prioridad.
Los palomas suelen caer mejor que los falcones. Son agradables, simpáticos, sonríen mucho y suelen vestir bien (bueno, de hecho, como aplican a su vestuario las mismas reglas con las que conducen su actividad profesional, suelen tener un toque entre aburrido y artificioso, pero, como le dedican tiempo al asunto, ellos creen que sí visten bien). Los falcones, además de desatender frecuentemente su aspecto exterior, suelen ser más ásperos, cuando no iracundos, y, sin lugar a dudas, más incómodos para sus organizaciones. En especial, para sus jefes políticos, que son conscientes de que minimizar errores suelen resultar más ventajoso para ellos que maximizar un determinado bien público.
Tanto palomas como falcones son, utilizando el concepto de Max Weber, tipos-ideales, Sería ingenuo pensar que hay muchos palomas o falcones “puros” sueltos por el mundo. Más bien hay individuos que se acercan más al modelo paloma y otros que se acercan más al modelo falcón. Por ejemplo, Carrie Mathison, la protagonista de Homeland, sería fundamentalmente un falcón que arriesga su carrera (y su vida) en pos de la meta máxima de su profesión: la seguridad nacional. Por el contrario, su jefe, David Estes, estaría más cerca del modelo paloma: no nos salgamos de la ortodoxia, no demos la nota, no exploremos las zonas grises y atengámonos a las convenciones. Estes prioriza su carrera dentro de su organización (la CIA) frente a su vocación profesional.
Al mismo tiempo, resulta todavía más ingenuo pensar que todas las organizaciones tienen el mismo número de falcones y palomas. Algunas crean hábitats más acogedores para los palomas y otras atraen más a los falcones. O, dicho de otra manera, algunas organizaciones alimentan el alma de paloma que todos tenemos y otras alimentan nuestra alma de falcones.
Y es ahí donde reside nuestro problema, y entiéndase “nuestro” como las instituciones que gestionan nuestros asuntos públicos, de Bruselas a los entes locales. Tenemos un grave déficit de falcones porque nuestras administraciones premian el seguidismo, el conformismo, el no romper platos, por encima de la innovación, el inconformismo, el romper platos. No me refiero a romper la ley, sino a romper las convenciones, en cuestionar los protocolos informales, en “speak truth to power”, esa expresión tan respetable en el mundo anglosajón y bastante ninguneada aquí.
Los falcones son más necesarios que nunca en el contexto actual, donde uno esperaría reformas significativas en nuestras instituciones públicas. Quizás es cierto (aunque yo tengo ciertas dudas, pero eso es otro tema) aquello de que, en un mundo globalizado, los políticos tienen poco margen de discreción, atados como están por los mercados. Pero los empleados públicos, que han crecido en número y en la complejidad de sus actividades durante las últimas décadas, disponen de un margen de discreción nada despreciable y en el que pocas veces reparamos, ya que tendemos a verlos (sobre todo desde la ciencia política canónica) como robots que ejecutan las decisiones políticas. Los funcionarios contemporáneos, que actúan en unos entornos regulativos inmensamente más complicados e interconectados globalmente que sus predecesores de hace unas décadas, suelen tener soluciones alternativas A y B (o incluso C y D) que, aun cayendo todas dentro de la frontera de la legalidad, representan respuestas muy diferentes para un mismo problema.
Por ejemplo, un juez español, suspendido de sus funciones e imputado por supuesta prevaricación al tiempo que instruía un caso muy mediático, reconocía hace poco ese eterno dilema del funcionario público. En su opinión, hay varias formas de actuar de acuerdo con el derecho a la hora de instruir un caso y, mientras algunos de sus compañeros de forma convencional optaban por la vía más segura, la que molestaría menos, él decidió actuar de forma distinta. Una decisión que pone en jaque su carrera.
Anticipando este resultado, muchos otros jueces o funcionarios públicos en cualquier lugar de la Administración pueden racionalmente decidir comportarse como palomas, por acción o por omisión. Otro ejemplo sería aquellos miembros de un tribunal que por “miedo a” un político todopoderoso dieron el visto bueno a un proyecto arquitectónico megalómano en los años del boom, aún sabiendo los problemas que el proyecto podía acarrear. Cuántos otros proyectos de infraestructuras no habrán sido el resultado de aceptaciones temerosas por parte de muchos técnicos-palomas!
No pido una Administración pública llena de falcones. Simplemente un ecosistema más equilibrado, donde haya palomas, pero también un número importante de falcones. Haberlos haylos ahora, pero son muy poquitos. Necesitamos más falcones que sean capaces de alzar la voz ante sus superiores, que sean capaces de contraponer su vocación y su ética profesional a los intereses cortoplacistas, y que piensen “outside the box”; ya que, de los que piensan “inside the box” tenemos ya una legión.
Un ejemplo son las recientes reformas de la administración impulsadas por el gobierno. A pesar de que se han publicitado a bombo y platillo los ahorros que dicha reforma puede acarrear, las reformas posiblemente más necesarias en las administraciones públicas españolas, como la profesionalización de la dirección pública o la flexibilización del empleo público, no se están abordando. También resulta llamativa la supervivencia –e incluso el reforzamiento –de las Diputaciones en la reforma de los entes locales.
Son reformas que parecen diseñadas por palomas: haremos unos informes larguísimos en una jerga lo suficientemente técnica para demostrar que sabemos mucho del tema, pero, a la hora de la verdad, no alteraremos los fundamentos del statu quo institucional.
No estamos solos. Me cuentan que en Grecia algunos expertos en Administración pública se tiran de los pelos al ver la práctica ausencia de reformas institucionales de fondo. Ni tan siquiera estando metidos en lo más profundo del pozo existen reformas significativas en la organización de la Administración pública.
Esto es un drama para todos, excepto, claro, para los palomas.