En el exitoso proceso de reconocimiento de derechos y libertades de gais y lesbianas en España resultó clave, como es bien sabido, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo mediante la reforma del Código Civil en julio de 2005. Como ya se señaló en ese momento, el acceso al derecho de matrimonio llegó en un contexto de transformación de las formas familiares en el que el matrimonio perdía terreno ante la difusión de las parejas de hecho. Un estudio reciente detalla este salto generacional indicando que un tercio de las mujeres nacidas a partir de los años 70 han cohabitado en alguna ocasión, a pesar de que el matrimonio sigue siendo la forma mayoritaria de pareja. La importancia del matrimonio sigue explicándose, en buena medida, por su persistente función legitimadora ante la llegada de los hijos. Transcurridos ya 9 años desde la legalización, sabemos que han contraído matrimonio en España algo más de 28.000 parejas homosexuales, pero es interesante valorar esa cifra y preguntarse en qué grado los gais y las lesbianas se han acogido a este nuevo derecho o bien han participado del proceso de extensión de las parejas de hecho.
Los datos del último censo de población de 2011 nos permiten identificar las parejas homosexuales que conviven en un mismo hogar y se auto-identifican como pareja. Este es el procedimiento estándar en la mayoría de países donde el censo recoge esa información. Sin embargo, existe un cierto riesgo de sub-registro, provocado fundamentalmente por el posible recelo a la hora de declarar en una fuente oficial una condición todavía estigmatizada, a pesar de las garantías de confidencialidad que ofrece el Instituto Nacional de Estadística. Los datos censales también permiten distinguir matrimonios y parejas de hecho, a partir del estado civil de los miembros de la pareja. Eso sí, se trata sólo de una aproximación, puesto que la distribución podría verse alterada por la mayor probabilidad por parte de las parejas casadas de identificarse en el censo.
Para poder comparar la proporción de parejas heterosexuales y homosexuales que se han casado seleccionamos a los menores de 40 años, suponiendo que formaron pareja y/o la consolidaron mayoritariamente después de la reforma del Código Civil. El gráfico muestra que el 72% de las parejas jóvenes heterosexuales están casadas, frente al 33% de las parejas de gais y el 38% de las de lesbianas. Es decir el peso de las parejas casadas es de aproximadamente la mitad. ¿A qué cabe atribuir esta diferencia? ¿Se trata de una cuestión de preferencias? ¿Gais y lesbianas tienen menor interés (o mayores costes) en formalizar sus relaciones de pareja?
Antes de considerar esa opción habría que descartar que la diferencia sea atribuible a un efecto de composición. Es decir, ¿tienen las parejas homosexuales características específicas que las hacen menos proclives al matrimonio? Además del perfil socio-demográfico e ideológico, el tipo de proyecto familiar juega indudablemente un papel principal. En un contexto como el español donde, como hemos visto, el matrimonio aparece estrechamente vinculado a la paternidad, las parejas que (todavía) no tienen hijos son las que más cohabitan y menos se casan. El mismo censo nos indica que solo el 8% de las parejas de gais y el 21% de las parejas de lesbianas conviven con hijos en el hogar y, como vemos en el gráfico, más de la mitad de éstas están casadas. Esto significa que las diferencias en el grado de formalización de la unión entre las parejas homosexuales y heterosexuales se reducirían si las pautas reproductivas fueran más parecidas. De hecho, que las parejas femeninas están más casadas que las masculinas es directamente atribuible a la mayor presencia de hijos en los hogares de ellas que en los de ellos.
Aún teniendo en cuenta este factor de composición, las diferencias en el acceso al matrimonio entre parejas heterosexuales y homosexuales persisten. Para explicarlas, es necesario entender si a las motivaciones generales para casarse o ser pareja de hecho, los homosexuales deben añadir incentivos y barreras específicos. En un estudio realizado mediante entrevistas, se identificó que para algunas parejas homosexuales la formalización de la relación era entendida como una forma de activismo y como una vía para alcanzar un mayor reconocimiento social. También facilitaba la adopción de los hijos de uno de los miembros por parte del otro. Pero también surgieron importantes elementos que podrían alejarles de la opción del matrimonio: la discreción impuesta por la falta de una aceptación social plena y los posibles planes de adopción en el extranjero (vetados para parejas homosexuales en la mayoría de países). Sin olvidar el rechazo a los valores asociados al matrimonio, que es visto como una como institución tradicional alejada del modelo de pareja deseado. En definitiva, en la última década gais y lesbianas han accedido al matrimonio, pero también han contribuido a la transformación y diversificación de las formas y relaciones de pareja.