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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Aina Gallego - @ainagallego

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¿Se van los españoles? Sí. Y deberíamos preocuparnos

Amparo González Ferrer

Un 48% de los españoles decían estar dispuestos a trasladarse a vivir a otro país en el Barómetro del CIS de febrero de este año, frente a un 30% de los suecos o el 35% de los alemanes en encuestas similares. Pero del dicho al hecho, hay un trecho, y sólo un 17% confesaba haber pensado realmente en esa posibilidad en los últimos doce meses.

Las intenciones de movilidad son siempre mucho más altas que la movilidad efectiva. Y esto ha sido especialmente cierto en países como España, donde la escasa movilidad geográfica interna de la fuerza de trabajo ha sido sistemáticamente baja. Con respecto a la migración internacional, nuestros datos son imperfectos, aunque no más que los de muchos otros países desarrollados. El problema fundamental en este caso reside en que sólo nos consta que un español se ha trasladado al extranjero si la persona en cuestión se inscribe en alguno de los Consulados de España en su nuevo país de residencia. Y como los perjuicios derivados de no inscribirse son escasos, salvo en lo que respecta a la posibilidad de ejercer el voto por correo o las dificultades para renovar el pasaporte, muchos no se inscriben nunca porque su estancia es relativamente breve, o tardan meses, incluso años en hacerlo.

De hecho, las cifras de emigración española al extranjero que proceden de tales inscripciones consulares cubrieron entre 2009 y 2011 sólo el 50 ó 55% de las cifras de inmigración española de larga duración (con intención de residir un año o más) publicadas en países como Reino Unido o Suiza. Parece evidente por tanto que el sub-registro es importante. O dicho de otro modo, la tasa de emigración de españoles al exterior que fue inferior al 1‰ hasta 2010, del 1,2‰ en 2011 y, de acuerdo a las estimaciones del primer semestre de 2012, podría sobrepasar el 2‰ a final de año, es muy probable que sea en realidad del doble o más. Es decir, una tasa en torno al 4 ó 5‰, que nos pondría en niveles cercanos a los que tenían a finales de 2010 países como Grecia (3,8‰) o Irlanda (6,8‰), países que padecían ya por entonces la crisis con una intensidad similar a la que podemos estar sufriendo nosotros ahora (Gráfico 1).

Sin embargo, hay quien opina que no hay de qué preocuparse. Es el caso de nuestro ministro de Educación, el señor Wert, que al ser preguntado por la posible “fuga de cerebros” que algunos intuían bajo las cifras publicadas por el INE en Julio pasado, afirmaba lo siguiente: «Ni siquiera creo que haya que llamarlo así. El hecho de que haya jóvenes con capacidad y voluntad de movilidad, que dominen idiomas extranjeros, que tengan la voluntad de salir fuera, que quieran ensanchar sus horizontes profesionales, nunca puede considerarse un fenómeno negativo». Pero curiosamente esto se parece mucho a lo que los expertos en migración internacional definen como fuga de cerebros. Es cierto que nuestras cifras no incluyen información por nivel de estudios o cualificación pero disponemos de algunas pistas bastante elocuentes sobre el perfil de quienes emigran y cómo dicho perfil está cambiando desde el inicio de la crisis, más allá de la sucesión de historias individuales que últimamente aparecen en los periódicos.

En primer lugar, los datos registrales confirman que quienes más se marchan, tanto en términos absolutos como en relación a su peso en la población española total, son personas de entre 25 y 34 años. Es lógico y ocurre casi siempre así, pues los jóvenes disponen entre otras cosas del tiempo necesario para poder rentabilizar la inversión que implica una migración internacional. Sin embargo, y esto es importante, no ha sido su emigración la que se ha intensificado con la crisis. Los de 25 a 34 siguen estando en 2011 tan sobre-representados entre los emigrantes como lo estaban en 2008. En cambio, en relación a su peso sobre la población española total, las salidas de quienes se registraron en los consulados teniendo entre 35 y 44 años se han multiplicado por cuatro.

En segundo lugar, los destinos a los que se dirigen estos nuevos emigrantes, ya no tan jóvenes, son en parte distintos de los tradicionales de la emigración española: el Reino Unido, Brasil o China son, junto a Suiza y Alemania, los destinos que mayor crecimiento han experimentado entre 2008 y 2011 para los migrantes en este grupo de edad. Es obvio que se trata de estados que en la actualidad aplican políticas de admisión de extranjeros muy restrictivas y selectivas, pues sus economías no demandan más que mano de obra muy cualificada y en sectores de alta especialización. Y esto distingue claramente a esta nueva emigración española de la que se produjera en los sesenta y setenta hacia algunos de tales destinos, como reconocía el presidente en funciones del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior (CGCEE), Francisco Ruiz, en enero pasado al comentar el incremento de la llegada de nuevos españoles a Suiza.

Por último, y por si necesitábamos más pruebas, el Eurobarómetro de febrero de 2011 ilustra bien la situación española en perspectiva comparada. En primer lugar, los jóvenes españoles con estudios superiores están a la cabeza de Europa con respecto a su disposición a trasladarse a otro país para trabajar, superados sólo por los nórdicos, que probablemente emigran por motivos bien distintos (Gráfico 2). Es más, nuestra posición en el ranking no variaría incluso si incluyésemos en el gráfico todos los Estados miembros de la UE27.

En segundo lugar, en España la disposición de los jóvenes cualificados a emigrar para trabajar por un largo periodo de tiempo (frente a un período limitado) entre los mayores de 30 años supera la de cualquier otro país, lo que ahonda la excepcionalidad española (Gráfico 3).

En definitiva, el mayor incremento de la nueva emigración española no se está produciendo entre los que acaban de terminar sus estudios y se marchan para aprender o mejorar sus idiomas. Los que se van de forma creciente desde que empezó la crisis son personas por encima de la treintena, muy bien preparadas cuyas perspectivas profesionales y de emancipación personal y familiar se han visto truncadas por un mercado laboral segmentado y poco dinámico y por un debate político que los ignora. Y lo peor de todo es que muchos no volverán, o tardarán demasiado en hacerlo.

Por todo ello, el gobierno haría bien en dejar de preocuparse por sacar adelante una reforma educativa orientada a mejorar el rendimiento para competir fuera, como defendió el Ministro de Educación en la sesión de control sobre el Anteproyecto de la LOMCE, pues fuera ya somos competitivos. Ahora lo que necesitamos son reformas que aseguren que todos estos jóvenes (y los no ya tan jóvenes) son también competitivos dentro. Solo así seremos capaces de cesar la sangría que supone para el país la marcha de esta otra minoría silenciosa que crece día a día, y por la que muchos seguiremos saliendo a la calle.

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