¿Quiénes son los que afirman que los políticos son uno de los principales problemas de este país? ¿Qué consecuencias electorales puede tener el creciente sentimiento contra los políticos? Voy a intentar algunas respuestas en lápiz. En una siguiente entrada aventuraré respuestas sobre por qué sucede y qué remedios parecen razonables. En resumen, de la desafección hacia los políticos destaca tanto su nivel, alto y en ascenso, como su desigual distribución. Los más críticos son la gente de mayor estatus social y económico, de mayor educación, varones, no demasiado mayores, de grandes ciudades y… bastante de izquierdas o ajenos a la clasificación ideológica habitual. Este tipo de ciudadanos es probable que refuerce el apoyo a los partidos minoritarios. Sin embargo, los ciudadanos de perfil más moderado y votantes de los grandes partidos también se muestran muy críticos con la clase política, aunque sea en una medida comparativamente menor. Este tipo de ciudadanos se encuentra sin alternativas: o bien no sabe qué hacer, o bien piensa abstenerse en el futuro. Es la alienación de los moderados, que puede perjudicar a los dos mayores partidos. En la conjunción de ambos efectos uno de ellos se lleva la peor parte. Adivinen cuál.
1. La temperatura media del desafecto se ha publicado hace unos días: el 27% de los ciudadanos mencionan a los políticos, a los partidos o a la clase política como uno de los tres problemas principales de nuestro país. Es el dato más alto que se ha encontrado desde que el CIS hace la pregunta. (Nota: la pregunta es abierta y las respuestas son espontáneas, si bien la insistencia de la prensa en el asunto debe inducir algunas respuestas reflejas. El CIS las registra literalmente y las codifica de forma casi artesanal, en un departamento que trabaja de maravilla.)
¿Dónde se siente especialmente el calor contra los políticos? La primera marca que despunta es la desigualdad social: más anti-políticos cuanto más ricos. El 37% de las personas de clase alta o media-alta creen que los políticos son un problema, diez puntos más que la media. Sobresale el grupo que comprende a los altos funcionarios, a los profesionales independientes y a los empresarios con asalariados, donde llega al 41% (el resto de profesionales y cuadros medios le sigue con el 39%). En el otro extremo, los obreros no cualificados que insisten en esa opinión son el 20%. La cifra es altísima, pero no deja de ser la mitad. Dado que el nivel educativo y la clase social están muy vinculados, esa pauta se repite al comparar los estudios de las personas que responden: el 36% de quienes han ido a la universidad mencionan a los políticos como problema, nueve puntos sobre la media.
Lo segundo que destaca es el carácter urbano y, en especial, madrileño, de la desafección aguda: esta se observa en el 34% de las personas que viven en ciudades de más de un millón de habitantes, siete puntos más que la media. En el mes de julio pasado, cuando el dato global para España era el 25%, en la ciudad de Madrid era el 41%, mientras que en Barcelona era el 24% (los microdatos de septiembre todavía no están disponibles para separar ciudades).
En tercer lugar, es notable que la desafección sea más bien masculina -el 34% de los hombres frente al 20% de las mujeres- y que no sea tan juvenil como a veces suponemos: alcanza al 31% en todos los tramos entre 25 y 44 años, y es algo más baja para los demás.
Varón, madrileño, relativamente joven, con título universitario, de clase acomodada… ¿quién dijo pijo? El desgraciado insulto de un portavoz del PP al juez Pedraz llamándolo “pijo ácrata” por referirse a la decadencia de la clase política hay que reconocer que cargaba veneno. Porque así es: el sentimiento contra los políticos se agudiza si a todo lo anterior se le suma ser muy de izquierdas (un 36% de las personas en las dos primeras posiciones de la escala, nueve puntos sobre la media, mencionan a la clase política) o bien, como fenómenos más reciente, situarse al margen de la escala ideológica (un 32% de quienes no contestan). Como muestra el gráfico, esto no es una consecuencia del gobierno del PP. El cambio de gobierno hizo que la derecha se volviera temporalmente menos crítica con los políticos -aunque ya vuelve a situarse en la media- mientras que la extrema izquierda era y sigue siendo el grupo que peor reacciona contra los representantes públicos.
Si observamos a los electorados, en el segundo gráfico, destacan al menos tres hechos interesantes. En primer lugar, los votantes del PP y del PSOE tienen una valoración parecida de los políticos. La valoración negativa se extrema en las minorías. En segundo lugar, los electores de UPyD han superado a los IU/ICV en cuanto a intensidad en el rechazo de la clase política (más del 50%). Esto puede estar relacionado con el ascenso de este tipo de opiniones entre quienes no se quieren situar en la escala ideológica, así como en la derecha. Y con los aires de Madrid. Por último, desde junio, los votantes de CiU se muestran cada vez menos insatisfechos con los políticos, convirtiéndose, en este momento, en el electorado menos crítico con los mismos. No sabemos en qué políticos están pensando los ciudadanos cuando responden, pero podemos suponerlo. Se diría que Artur Mas está logrando desviar el coraje, todavía no sabemos si atraerá el cariño.
2. ¿De qué cambios electorales se acompaña la desafección política? Para algunos votantes se asocia con la búsqueda de alternativas en lo que hoy son partidos minoritarios, a otros parece más bien conducirlos a una especie de “alienación” en la que ninguna opción es satisfactoria. La desafección se asocia con una fragmentación del voto que sucede sobre todo en la izquierda y que socava el apoyo electoral del PSOE, y con una desmovilización del voto moderado de los dos grandes partidos que, sumado a lo anterior, no disminuye sino que tal vez incremente la hegemonía del PP. (Lo que sigue se refiera a los datos del barómetro de julio, los últimos disponibles con intención de voto).
El primero es un efecto de la distribución de la opinión crítica y erosiona al bipartidismo de forma desequilibrada: desde el lado del PSOE. Como es sencillo intuir por lo ya dicho, la probabilidad de voto a las minorías se incrementa en los grupos de opinión que se muestran más críticos con los políticos. El voto se desplaza entre ellos especialmente a Izquierda Unida, pero también a varios partidos minoritarios de izquierdas, partidos nacionalistas y a UPyD. Un ejemplo clarísimo: entre los más izquierdistas (posiciones 1 y 2) los sentimientos contra los políticos reducen en más de la mitad la propensión de votar al PSOE (medida como intención declarada o “directa”), del 32% al 15%, y multiplican por más de dos la probabilidad de votar a IU, del 13% al 32%. De forma un poco menos drástica, este mismo movimiento se repite en el grueso del electorado de izquierda (posiciones 3 y 4), donde la opinión contra la clase política reduce la probabilidad de votar al PSOE del 42% al 26%, aunque el impacto aquí lo amortigua el hecho de que la desafección en este grupo es menos frecuente.
Dado el trasfondo ideológico de los sectores donde la crítica generalizada a los políticos es más habitual, es difícil que el escape hacia las minorías que esto impulsa afecte al PP de forma comparable. Es posible que el voto a UPyD o la aparición de alternativas antisistema (en el sentido de Mario Conde) pudieran cambiar esto en algo, pero no está a la vista. De momento, incluso entre los ciudadanos de centro (el 5 de la escala) la fuga hacia las minorías perjudica al PSOE al menos tanto como al PP (y lo mismo sucede con los no alineados ideológicamente).
Así, la anti-política funciona como un acelerador de la fragmentación de la izquierda, comenzando incluso desde el centro, feliz de criticar a un bipartidismo que se mantiene apenas sin esfuerzo sobre su pie derecho.
Un segundo efecto de desmovilización se asocia con la tendencia central de la opinión pública, es decir, con el hecho simple de que todos los grupos ideológicos y sociales dan señales de insatisfacción con sus representantes. Se diría que muchos votantes desengañados con los políticos profesionales, si no tienen una posición relativamente extrema en el eje ideológico no parecen tener adonde ir. Una posición extrema en el eje territorial puede ayudar, pues la desafección también parece ser relativamente mayor tanto entre los centralistas como entre los favorables a la autodeterminación, pero los datos no son concluyentes. De lo contrario, se extienden la indecisión y la abstención. Esto se tiene un reflejo en el gran número de personas con ideología centrista que no declaran una intención de voto en la encuesta.
Con independencia de la ideología u otras consideraciones, la desafección reduce en 5 puntos la fidelidad al PSOE y en 14 puntos la fidelidad al PP, ambas ya bastante bajas de por sí. Los antiguos votantes del PSOE que se muestran críticos con los políticos reducen su probabilidad de volver a votarlo del 64% al 59%. En el caso del PP, la reducen del 65% al 51%. En sentido absoluto parece afectar más al PP (al menos en los datos de julio), pero la salud electoral del PSOE se resiente más, por ser mucho más débil. Tiene menos dificultad para atraer electores nuevos que el PP, lo que es lógico cuando uno está en el suelo electoral y el otro en el techo; y sus antiguos votantes están más consolidados que los del PP, pero lo chocante es que todavía hayan menguado
Para el PP esto se traduce principalmente es potencial desmovilización. Los votos de los críticos con la clase política que abandonan al PP se dirigen en una cierta pequeña medida a UPyD (puede que en aumento) pero lo más llamativo es que un 18% declara que se abstendrá, y un 20% está indeciso, no quiere responder o se oculta tras la intención de votar en blanco. Como consecuencia, la intención de abstenerse de los votantes del PP es mayor que la del PSOE. Algo que nunca sucede. A un tiempo, esto ayuda a explicar por qué en julio pasado la intención directa de abstenerse fuera la mayor registrada en la historia del CIS.
De modo que hay indicios para pensar que son los moderados y no los radicales los que se están “alienando” de la política. Por ejemplo, los votantes alienados del PP (tomando por tales a la suma de abstencionistas y no respuesta en la intención de voto) tienen una ideología media de 5,6 en la escala 1-10, mientras que el resto de sus antiguos votantes, incluidos los que van a cambiar su voto, tienen una media de 6,6, bastante más a la derecha. Al PSOE le sucede algo parecido en un margen menor, pues su menguado electorado ha quedado ya bastante a la izquierda. Pero sucede: la media ideológica de sus votantes alienados es el 4, la del resto es el 3,55.
En resolución, el distanciamiento de los políticos funciona como un catalizador de una doble reacción electoral. De un lado la demovilización de muchos moderados, de otro la búsqueda de alternativas, sobre todo por parte de los más críticos, y por tanto más cuanto más a la izquierda. El resultado de estos procesos sobre un bipartisimo ya bastante asimétrico puede ser el de una consolidación aún mayor de la ventaja parlamentaria del PP en el futuro. Que los sentimientos contra los políticos sean causa, síntoma o acompañante, tiene poca importancia, el caso es que está sucediendo, y los resultados de Galicia son un ejemplo de ello.