No sé si se han preguntado alguna vez cómo se gana de veras un referéndum de independencia. Esta es la respuesta: salvo en dos ocasiones particularísimas, por una mayoría abrumadora que, en casi todos los casos, más vale llamar consenso.
A los nacionalistas les gusta pintar el mundo, o cuando menos fotografiar las calles, como si las naciones hablaran con una voz casi unánime. De hecho, algo parecido sucede casi siempre cuando se trata de decidir una secesión. Sea de forma cien por cien natural, sea con alguna ayuda que no nos vamos a poner a discutir, cuando un pueblo dice –entiéndase- que quiere la independencia, lo dice casi siempre de forma que encaja muy bien en esta imagen “nacional”: a la de tres. No así en Escocia, no así en Cataluña, donde nos encontramos con lo que puede ser un movimiento realmente nuevo en la historia. Lo nacional en política muchas veces es pasarle betún de Judea a los conflictos, sean o no de identidad, pero lo que observamos es dos territorios culturalmente muy heterogéneos que, empleando la parafernalia de la autodeterminación nacional, se encaminan a la secesión por simple (y bien reciente) mayoría. Guste más o guste menos es, como quien dice, lo nunca visto.
El gráfico muestra la distribución de los apoyos y resultados de 36 Referéndums, incluyendo los 28 que, salvo error en los datos (*) se han celebrado de forma oficial o reconocida (“legal”, que diríamos aquí) desde comienzos del siglo XX, más 8 consultas de secesión de repúblicas exsoviéticas a las que no hubo oposición. Desde la separación de Noruega en 1905 hasta la secesión de Sudán del Sur en 2011 la independencia se aprobó con una media del 92% de los votos a favor, y se rechazó con una media de 32%.
En estos días he leído muchas veces cosas como “cuando a la gente se le da a elegir suele elegir la independencia”. Es cierto, en el 80% de los casos se ha impuesto el “sí” -en todas las ocasiones menos siete, y en una más hubo una mayoría insuficiente. Lo que no encuentro es quien diga que la independencia es una decisión tomada de un modo más cercano a la unanimidad que a la mayoría en más del 90% de los casos. Si aceptamos el caso de Letonia, con el 75% de votos a favor (y un 88% de participación) como algo razonablemente bien consensuado, entonces el 93% de los casos estuvieron razonablemente bien consensuados. Un dato muy extremo. En casi el 80% de las secesiones se han producido mayorías favorables del 90% o más de los votantes.
Se dirá que al menos hay dos precedentes, dos países divididos que se volvieron independientes con mayorías relativamente ajustadas. El primero fue Malta, con un 54,5% de los votos favorables, que le valieron la independencia del Reino Unido en 1964. Hay que decir que la alternativa era dejar de ser una colonia para integrarse plenamente en la metrópoli, algo que no atraía especialmente a esta última y que no era muy realista. La posibilidad de unirse plenamente a Gran Bretaña hizo que la votación para la descolonización de Malta fuera un caso único. Después de ello, el Reino Unido no ha querido saber nada de una posible integración de sus colonias (como, por ejemplo, Gibraltar).
El segundo caso fue Montenegro, lo más parecido, bien que remotamente, a lo que se avecina, pero dudo que sea espejo en el que se quieran mirar. Para comenzar, allí la diplomacia europea consiguió imponer un umbral mínimo de decisión del 55%. El Referéndum pasó raspado por este criterio, pues obtuvo un 55,5% de votos afirmativos en 2006. Pero es que el derecho a la secesión de Montenegro estaba previsto en la Constitución de su breve federación con Serbia en la Yugoslavia terminal, que incluso imponía una moratoria mínima de tres años antes de que se pudiera ejercer, tan claras estaban las intenciones. Los líderes nacionalistas no se supieron contener y llegaron a decir que se separarían incluso con el 40% de los votos, según se puede leer en la Wikipedia; supongo que por eso los europeos estábamos tan contentos con el 55%. En el último censo de este nuevo país apenas la mitad de los ciudadanos se consideran “montenegrinos”, el resto se consideran serbios, bosniacos, albaneses y miembros de otras minorías. De otra parte, algo más de la mitad de las personas que en el mundo se identifican como montenegrinos viven fuera de Montenegro, la gran mayoría en Turquía, pero también en Serbia y en otros países balcánicos. Habría que calzarse unas buenas orejeras de esparto para ver en esto un referéndum de autodeterminación nacional. (Nación civil, se dirá, pero qué demarcación administrativa no tiene un secretario de ayuntamiento, un maestro o un fraile dispuestos a hacer país).
Personalmente, como cuestión de hecho, no creo que Escocia vaya a separarse del Reino Unido, ni tampoco Cataluña de España, aunque, como espero sinceramente, se vote. Como cuestión de preferencias soy unionista y podría estar sesgado. Cualquiera de estas dos frases tiene un interés simplemente privado. En todo caso, si me equivoco, estará sucediendo algo para lo que creo que no tenemos todavía el mapa, y eso es lo que hoy quería decir.
(*) Los datos los he tomado de un artículo del Guardian Datablog, en los que he encontrado algunos errores pero que todavía no he podido limpiar. Una fuente alternativa, de la que puede que tome pie el Guardian, es este artículo sobre referéndums etno-nacionales de Mark Qvortrvp en la revista Nationalism and Ethnic Politics, con bastantes errores e imprecisiones. Espero tener una base de datos contrastada en el futuro cercano.