Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
El apoyo a la independencia se encuentra desde hace meses en una fase de estancamiento e incluso de ligero declive. Así lo muestran las encuestas del CEO: los partidarios de la secesión se encontrarían hoy en cotas más cercanas al 40% que al 50%. A pesar de este ligero retroceso, esta cifra de adhesiones a la independencia es aún suficientemente elevada como para estar en condiciones de ganar un eventual referéndum legal y con garantías.
Es por ese motivo que cualquier Gobierno preocupado por la integridad de su territorio y con cierta aversión al riesgo debería contemplar con muchas reservas el uso del referéndum como instrumento para la resolución política del “problema catalán”. Experiencias como la del Brexit nos enseñan que se puede perder un plebiscito aun partiendo con cierta ventaja en las encuestas. En efecto, el desenlace de un referéndum puede resultar altamente imprevisible y sujeto a la coyuntura cuando las mayorías no son claras, como es en el caso catalán.
Si la aversión al riesgo recomienda descartar el referéndum, al Gobierno le quedaría sólo otra alternativa para resolver el “problema catalan”: plantear nuevas fórmulas de encaje de Catalunya con España con el fin de atraer a una porción de quienes hoy se sienten independentistas. En concreto, el votante crucial en esta batalla política es el federalista independentista. Se trata aquellos catalanes que, aún sintiéndose federalistas, simpatizarían con las tesis independentistas si la única alternativa es el statu quo, esto es, una España sin reformar.
En los últimos años, el número de federalistas en Catalunya no ha variado de forma significativa. En torno al 20 por ciento de los catalanes se declara federalista desde 2015. La mayoría de ellos no son partidarios de la secesión, pues sólo uno de cada cinco se declara favorable a la independencia, pero se trata de un colectivo con un papel crucial a la hora de conformar mayorías. Por el momento, y a pesar de ese ligero retroceso del independentismo, el porcentaje de federalistas partidarios de la independencia se ha mantenido estable.
Pese a que el compromiso de los federalistas con la independencia no parece haber cambiado en los últimos tiempos, recientemente han aparecido algunos síntomas preocupantes para el movimiento secesionista. Los votantes federalistas se muestran hoy menos propensos a votar a las formaciones independentistas. Según los datos del CEO, alrededor del 30 por ciento de este colectivo votó en las pasadas elecciones catalanas de 2015 a Junts pel Sí o a la CUP. Sin embargo, en la actualidad solo el 18 por ciento afirman que votarían por estas opciones en unas futuras elecciones. La mayoría de estas deserciones están buscando cobijo en las formaciones no independentistas de izquierdas: el entorno de Podemos-Comuns y, en menor medida, el Partido Socialista Cataluña. Es pronto para calibrar hasta qué punto este movimiento puede determinar la conformación de mayorías parlamentarias en las próximas elecciones. Pero se trata, sin duda, de un primer síntoma de fatiga que el movimiento soberanista haría bien en no ignorar.
¿Por qué una porción de los que se sienten federalistas quieren la independencia de Cataluña? ¿Y por qué no se ha reducido ese porcentaje en los últimos meses a pesar de tener ahora una menor simpatía a los partidos del bloque soberanista? Una de las posibles explicaciones se centra en cómo se estructura el debate público en torno a la independencia de Cataluña. Por el momento, el debate sobre sus ventajas e inconvenientes ha sido monopolizado por el entorno soberanista. Éste ha defendido incansablemente en el debate público que la independencia es la solución más óptima para acabar con la crisis política y económica. Fuera de España, Catalunya mejoraría su Estado del Bienestar, se reduciría la deuda (y con ello su capacidad de autogobierno), aumentaría la calidad de sus instituciones y de sus gobernantes.
Dejando al margen el grado de verosimilitud de tales afirmaciones, lo cierto es que este tipo de justificación instrumental de la independencia puede que sea particularmente atractiva para el votante federalista. En efecto, este colectivo se caracteriza por tener una identidad nacional mixta y muy pocos declaran sentirse exclusivamente catalanes o españoles. Por este motivo, su adhesión a un demos u otro puede dirimirse con mayor facilidad en el terreno de los costes/ beneficios.
El Gobierno central ha jugado esencialmente en el terreno de la legalidad vigente, desatendiendo el importante debate de las incertidumbres y costes asociados a la independencia. Es probable que esta negativa del Estado a entrar en el debate de las ventajas e inconvenientes de la independencia se debe a que, de hacerlo, se estaría aceptando, de facto, que la independencia se encuentra dentro del menú de opciones posibles. Pero, la renuncia a participar en el debate público tiene inevitablemente costes en la batalla para ganarse la opinión pública.
Las consecuencias de cómo se está desarrollando el debate público en esta cuestión queda bien reflejadas en el gráfico 1. El gráfico recoge de forma muy resumida los argumentos que los catalanes ofrecen para justificar su decisión de votar si o no en un referéndum de independencia (usando datos del CEO). Los datos muestran como entre los partidarios del sí, los argumentos de carácter instrumental (i.e. mayor prosperidad y capacidad de gestión) predominan por sobre los de carácter más emocional (i.e. por sentimiento identitario). En cambio, lo contrario ocurre entre los partidarios del no. En este caso, las justificaciones emocionales o identitarias (como preservar la unidad de España) se imponen por encima de las de carácter más instrumental. Esta tendencia también ocurre si ponemos la mirada exclusivamente en los votantes federalistas. Aunque este colectivo justifica sus decisiones menos en clave identitaria que el resto de los catalanes, también nos encontramos con el mismo fenómeno: el sí es esencialmente instrumental y el no esencialmente emocional.
El Estado debería tomar estos datos con cierta preocupación, pues sugieren que la crucial batalla de los costes y beneficios de la independencia la está ganando, por el momento, los partidarios del Sí. En un momento u otro el Gobierno central deberá dar una respuesta política al problema catalán que vaya más allá de garantizar el respeto del imperio de la ley. El prinicpal objetivo que debería ponerse el Gobierno es el de recuperar a los votantes federalistas. Y la mejor manera de hacerlo es poniendo encima de la mesa un nuevo encaje de Cataluña con España que resulte para los federalistas más atractivo que la independencia.
En suma, el Gobierno debe entrar en la batalla de los costes-beneficios combinando argumentos sobre los riesgos de una eventual secesión junto con propuestas de reforma que seduzcan al electorado federalistas catalán. De no hacerlo, difícilmente se logrará reducir el porcentaje de independentistas a niveles que no pongan en peligro la unidad de España.
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